Las noticias sobre el maridaje entre las iglesias pentecostales americanas y los restauradores del conservadurismo ocupan los titulares de todo medio que se precie de informar más o menos seriamente sobre la realidad regional. Con palabras y argumentos casi calcados, The New York Times, El Mercurio (Chile), The Guardian (Gran Bretaña), El Observador (Uruguay) y la Deutsche Welle (Alemania) denunciaron que los nuevos credos que medran con la decadencia de la Iglesia Católica ya son parte esencial de la prédica de la ultraderecha en favor del libre mercado y en contra de los Derechos Humanos. «Las iglesias evangélicas presentes en casi cualquier vecindario de América Latina, están transformando la política como ninguna otra fuerza», señaló el 19 de enero pasado el diario neoyorquino.
El solo hecho de que el pastor Fabricio Alvarado haya pasado al balotaje en Costa Rica, tras ser el candidato más votado en la primera ronda del 4 de febrero, había marcado en el inicio del año la continuidad de un proceso que se desarrolla en toda América Latina y que vincula a las iglesias evangélicas con la derecha radical. La performance de Alvarado, finalmente derrotado, seguía al éxito de Jimmy Morales, electo presidente de Guatemala en 2015, del brasileño Marcelo Crivella, desde 2016 alcalde de Río de Janeiro, y de las 266 iglesias pentecostales de Colombia, que movilizaron a sus más de 10 millones de fieles para decirle No a la Paz en el referéndum que en 2016 buscaba refrendar el acuerdo firmado por el gobierno y la guerrilla para acabar con la cruenta guerra interna. Los equipos de asesores del chileno Sebastián Piñera se nutrieron de cuatro pastores pentecostales de primera línea.
Esos precedentes ofrecen rasgos distintivos del accionar político del nuevo protestantismo, algo similar a lo ocurrido en la última mitad del siglo pasado con el rol jugado por la Iglesia Católica en la conformación de los partidos que trasladaron a América Latina el discurso de la Democracia Cristiana europea. Esos rasgos podrían resumirse en: 1) posturas ultraconservadoras en relación con la familia y restrictivas de los derechos sociales y de género; 2) defensa del neoliberalismo, ligada a lo que llaman la «ética protestante»; 3) avasallante despliegue propagandístico a través de sus medios radiales y televisivos.
La autoridad fiscal brasileña asegura que en 2015 las iglesias evangélicas que operan en el país movilizaban más de 7000 millones de dólares. En Colombia tienen activos declarados por 5000 millones de dólares. En otros países se ignoran los montos manejados, aunque se especula que los resultados del negocio de la fe son igualmente superlativos en todas partes. Por añadidura, se trata de una actividad económica desregulada, por la que las iglesias y sus pastores no pagan impuestos ni son auditados por entidades estatales que certifiquen ingresos y egresos, origen de los fondos y destino de las ganancias. En América Latina hay más de 19 mil denominaciones pentecostales que organizan a más de 100 millones de personas.
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En un informe del 6 de febrero la radiotelevisión alemana Deutsche Welle (DW) citó una encuesta realizada en 2014 por el Pew Research Center (PRC) de Washington –último estudio conocido en la materia–, que recuerda que América Latina alberga a más de 425 millones de católicos, casi el 40% del total de la población católica mundial, pero decrece en toda la región, pese a tener desde 2013 un Papa americano. El trabajo del PRC analizó filiación, creencias y prácticas religiosas en 18 países y en el territorio colonial de Puerto Rico.
El PRC destacó que durante la mayor parte del siglo XX el 90% de la población americana era católica. Actualmente sólo el 69% de los adultos de la región se identifican como tales, agregó. En casi todos los países analizados la Iglesia Católica sufrió pérdidas netas a manos de las iglesias evangélicas, con ejemplos extremos en América Central. En Guatemala el 42% ya se dice pentecostal, en Honduras el 41%, en Nicaragua el 36%, en El Salvador y en Costa Rica el 35% y en Panamá el 18 por ciento. El 84% de los adultos manifestó haber sido criado en el catolicismo, 15% más que quienes hoy se identifican como católicos. El patrón se revierte entre los protestantes: sólo uno de cada diez (9%) fue criado en ese credo, pero casi uno de cada cinco (19%) se describe ahora como protestante.
La tendencia al alza no se ha frenado y el impacto político del fenómeno recién comienza a bosquejarse, a medida que queda de manifiesto la influencia de estas corrientes evangélicas, que «pese a su multiplicidad tienen en su mayoría una agenda moral en común», explicó el sociólogo colombiano William Beltrán en una entrevista con el diario bogotano El Tiempo. Para Beltrán, «los dos pilares centrales de esa agenda son la oposición al reconocimiento de los derechos de la comunidad LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales e intersexuales) y su rechazo a toda iniciativa sobre divorcio y despenalización del aborto».
El investigador belga Neis Datta advirtió en The Guardian sobre el accionar concertado de las iglesias y los grupos ultraconservadores, para señalar que las «hordas fundamentalistas» que operan en favor de la restauración conservadora «se benefician del auge de la extrema derecha y de los movimientos anti política, estableciendo una alianza que se retroalimenta: la primera proporciona la infraestructura y los recursos y, a cambio, se beneficia de la capacidad comunicacional de los pastores para hacer moralmente más aceptables sus propuestas de raíz neoliberal. Ambos grupos, a su vez, aprovechan la ola creciente de rechazo a los partidos, sus líderes y la actividad política en general». Beltrán, por su parte, apunta más lejos, al decir que la expansión de las iglesias pentecostales en América Latina «no es casual por la focalización centrada en comunidades indígenas (Colombia, Perú y Brasil, básicamente) y sectores excluidos de toda la región, lo que puede calificarse como una acción de inserción neocolonial”. «
La teología de la prosperidad
«La credibilidad de la dirigencia política está por el suelo, la gente ve a la política como algo sucio.» La sentencia es de la estatal alemana Deutsche Welle (DW) y, a su criterio, ese ha sido un éxito de la prédica de la derecha antidemocrática para meter una cuña que lleve a rechazar toda forma de participación ciudadana en la vida política, un fenómeno sociológicamente explicable al que el léxico ultraconservador llama «populismo». DW sigue el razonamiento de Thomas Wieland, director de la obra episcopal Adveniat, para quien «la gente ve en los pastores una alternativa, imagina que no van a robar».
Wieland agrega un elemento que acerca al pentecostalismo al conservadurismo político: la importancia que asigna a la propiedad y al éxito material. «La teología de la prosperidad gana terreno y encaja con los valores tradicionales y conservadores de los partidos políticos en los que se articulan las élites evangélicas. La teología de la prosperidad es un aspecto importante para entender las convicciones políticas de estas agrupaciones», razona.
DW sostuvo que esas congregaciones están adscriptas a los peores sectores de la derecha, pone el caso de Brasil y recuerda que, antes de ser condenado a 15 años de prisión por reiterados actos de corrupción, Eduardo Cunha lideró el Frente Parlamentario Evangélico (92 de los 513 diputados del Congreso) en contra de las reformas a favor de los derechos reproductivos y durante el juicio con el que, en 2016, se derrocó al gobierno democrático de Dilma Rousseff.
Abrir el paraguas
A mediados de abril, en Bruselas (Bélgica), se conoció un manifiesto en el que grupos religiosos ultraconsevadores expresaban su propósito de revertir los derechos de salud mental y reproductiva en Europa. A mediados de mayo, en Montevideo, 11 mil kilómetros al sur, el pastor pentecostal peruano Christian Rosas, líder del movimiento «Con mis hijos no te metas», explicaba a un grupo de jóvenes y dirigentes del Partido Nacional (o Blanco) «la urgencia de actuar para erradicar la ideología de género de Perú, del continente y del mundo». Entre su audiencia estaban los senadores Luis Lacalle Pou y Jorge Larrañaga, los dos precandidatos blancos para las presidenciales de 2019, y los diputados blancos Álvaro Dastugue y Gerardo Amarilla.
El diario uruguayo El Observador se alarmó, y el 31 de mayo advirtió que «el objetivo de estos grupos que operan en alianza con el sistema político a escala mundial, es el de acabar con lo alcanzado en materia de derechos humanos». En un país laico y mayoritariamente ateo, o agnóstico, El Observador representa al Opus Dei, el ala ultraconservadora, y ya es mucho decir, de la estructura del Vaticano. El diario afirmó que en un encuentro con seguidores pentecostales uruguayos y la dirigencia blanca, el pastor peruano se refirió a la necesidad de mantener un accionar clandestino y destacó que «no institucionalizarse es el requisito para exportar nuestras ideas, para que no se nos pueda asociar con ningún nombre concreto que luego aparezca relacionado con cuentas bancarias o pertenencia a alguna offshore radicada en paraísos fiscales».