«La verdad nace como herejía y muere como dogma». La frase de Umberto Eco se expande en el pizarrón que da la bienvenida a la oficina de Alberto Kornblihtt -biólogo, doctor en Química y apodado por sus muchos premios y logros internacionales el «Messi de la ciencia argentina»-, en la nueva sede del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias del Conicet y la UBA, en Ciudad Universitaria, que él dirige y cuyo acto de inauguración, en noviembre de 2015, compartió junto al ministro Lino Barañao. Hoy sus caminos ya no se cruzan y Kornblihtt no duda al referirse a la política del actual gobierno hacia el sector como «perversa».

De fondo, la majestuosidad del Río de la Plata. Junto a la computadora de Kornblihtt, en la pared, una plancha de corcho muestra fotos, figuras e inscripciones colocadas con visible minuciosidad; un collage que retrata en un pantallazo sus 63 años de vida, desde imágenes de sus hijos hasta un afiche de Los cuatrocientos golpes, de François Truffaut: «¿Sabés por qué se llama así? No tiene nada que ver con golpes; en francés es como ‘la chancha y los veinte’, o mejor: hacer ‘las mil y una'». Es un apasionado del cine: lleva la cuenta de cuántas películas vio. «Me faltan cinco para las 2000», sonríe, con el mismo entusiasmo que de chico ponía en armar maquetas, jugar con autitos y arreglar enchufes, gracias a los aportes de su padre, ingeniero civil. Su madre era docente de Geografía. Ambos militantes comunistas, igual que él: «Soy marxista», dice con orgullo. El saber ocupaba un lugar importante en la casa de los Kornblihtt. Alberto experimentaba, creaba, siempre supo que iba a ser científico, aunque fue recién en el cuarto año de la secundaria en el Nacional Buenos Aires (en 1970, cuando Luis Leloir ganó el Nobel) que empezó a vislumbrar un futuro de biólogo. La chispa la encendió Rosa Guaglianone, su profesora de Botánica: «Era espectacular, una mujer de un rigor, una profundidad y una modernidad para hacer un tipo de docencia que no le daba las soluciones al alumno, era él quien debía arribar a las conclusiones. Hasta cuarto año yo no sabía lo que era una célula».

Sin esa maestra hoy quizás no sería miembro de la Academia Nacional de Ciencias y de la National Academy of Sciences estadounidense. Para Kornblihtt, profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales desde 1984, la docencia es clave. Producto de la educación pública, analiza el problema de lograr una enseñanza atractiva de las ciencias: «El secundario es el período más interesante de la educación, cuando los chicos están con todas sus hormonas y capacidades cerebrales y emocionales al rojo vivo, lo que les permite ser una esponja que debería aprovecharse mucho más. Que la escuela no sea un lugar adonde uno va resignado, sino uno al que se va con entusiasmo, a disfrutar del conocimiento. Eso no ocurre. Más que las nuevas tecnologías, es muy importante para el maestro el rigor y la pasión por descubrir. Y como todo docente, saber ponerse en el lugar del otro». En su relación con los miembros de su equipo apela a la frase de su mentor del posdoctorado, Francisco «Tito» Baralle: «‘Si yo fuera vos, haría tal cosa’, les digo. Es muy importante la libertad en la investigación. La ciencia siempre es colectiva».

Apesadumbrado

Experimentar, razonar, controlar. Eso es la ciencia para Kornblihtt, ferviente defensor de la ciencia básica: «Debe preguntarse cosas aún no respondidas. Eso no se lo podemos dejar al hemisferio norte porque, si no, nos van a vender cualquier cosa cuando nos quieran introducir tecnología».

–¿Qué sintió cuando, durante el conflicto de 2016, desde el Ministerio de Ciencia salieron a hablar de supuestas «ciencias útiles», en desmedro de las básicas o las sociales?

–Es un razonamiento obtuso y perverso, sólo para justificar el ajuste de un gobierno capitalista de derecha (porque un gobierno de centroizquierda hay cosas que no hace), donde no importe ni siquiera la transferencia de conocimientos al terreno productivo. Los empresarios que detentan el poder político toman decisiones no en función de políticas públicas o del bienestar de sectores vulnerables, sino con el objetivo de que la caja cierre y la bicicleta financiera funcione. En ese contexto, cuando hablan de «ciencia útil», las autoridades de Ciencia y Tecnología no les están hablando a los científicos; le hablan al presidente y a sus ministros, a los empresarios, y hay un sector de la sociedad que compra ese discurso, y la sal y la pimienta es cuando se empieza a desprestigiar a la institución diciendo que el Conicet es una bolsa de vagos, que se dedican solamente a publicar papers y a estudiar problemas que no le importan a nadie y que la Argentina no se puede dar ese lujo. Todo eso, además, construido en base a mentiras porque, si hay una institución, con todos los defectos que tiene, donde la gente labura por sueldos que no son muy altos, donde hay una mística y una disciplina del trabajo, donde somos los únicos empleados estatales evaluados internacionalmente, es el Conicet. Entonces, que el propio presidente del Conicet y el ministro se dediquen a ningunear públicamente al Conicet, es perverso.

–¿Lo sorprendió el recorte en ciencia o podía imaginarlo?

–A mí me importa más lo general. Antes de la segunda vuelta, el diario El País me hizo una entrevista y dije: «Macri es un lobo disfrazado de cordero», y que iban a pasar muchas de las cosas que pasan ahora, con un apoyo importante de la población, porque esto es un conservadurismo popular. Hay muchos retrocesos conceptuales. No supuse que llegaríamos a esto y en tan poco tiempo. Y hay algo perverso en el manejo de la información, que es el «yo no fui», «no sé», «soy bueno pero puedo equivocarme», y mientras tanto van cerrando programas, modificando la función cultural del INCAA, reduciendo en 500 puestos el ingreso a la carrera del Conicet. Es parte de un escarmiento. Este gobierno y los sectores del poder real no quieren que nunca más la Argentina pase por un proceso de cierta apertura de derechos, con un cierto contenido popular. No es que el kirchnerismo fuera la revolución socialista, pero estos tipos vienen a asegurarse de que eso no vuelva nunca más. Y van a hacer todo lo posible para lograrlo. Digamos, volviendo a la pregunta, que no estoy sorprendido. Estoy apesadumbrado.

Epigenética

Kornblihtt es investigador superior del Conicet. Sabe de qué habla cuando se le pregunta sobre el ajuste en el principal organismo de ciencia del país. «Seguro no es un tema de presupuesto. Son poco más de 200 millones de pesos para incorporar a los 498 que no dejaron entrar a la Carrera de Investigador, un porcentaje insignificante. No es un error estratégico, es un mensaje: señores, ¿ustedes se pensaban que íbamos a seguir creciendo en el Conicet para hacer lo que creemos que es ciencia inútil?»

–¿Qué es lo que más le preocupa hoy del Conicet?

–Hay dos puntos álgidos de la política actual. Uno, los 498 no ingresos a la carrera de investigador, cuando la curva venía creciendo con 900 ingresos anuales, según el Plan Argentina Innovadora 2020 lanzado por las autoridades actuales de ciencia en la gestión anterior. Y el otro, que por primera vez vuelve la persecución político-ideológica en el Conicet con la discriminación de Roberto Salvarezza, que ganó la elección entre sus pares para ser el representante de los investigadores del área de Ciencias Exactas, Física y Naturales en el directorio del Conicet. El ministro tiene que elevar al presidente la propuesta de nombramiento; la votación ocurrió hace 16 meses; intentaron nombrar al segundo y al tercero, que como son personas con ética, se negaron. Y a Salvarezza no lo nombran, por ser kirchnerista. Fue presidente del Conicet, es uno de los científicos más citados del país y líder en Físico-Química y Nanotecnología. Esto genera una irregularidad grave: es la primera vez que ocurre a ese nivel. Es «me cago en la democracia».

De Barañao prefiere no opinar. Sólo atina a describirlo con una metáfora de su campo de estudio, comparándolo con el Barañao que fue ministro durante el kirchnerismo: «Conserva el mismo ADN, pero su epigenética cambió».

A Kornblihtt no le asusta que lo acusen de ensanchar «la grieta» y le parece «aberrante» el discurso oficial que habla de reemplazar el «pensamiento crítico» por «optimismo». Días atrás fue invitado a participar de Argentina 2030, lanzado el año pasado por Mauricio Macri, definido como «un espacio plural y multidisciplinario de diálogo entre el gobierno y la sociedad para la elaboración de una visión compartida de la Argentina a la que aspiramos». Se negó. Y les explicó a las autoridades por qué está bien y «es inevitable» que exista la grieta. «La concepción del mundo es como la Cordillera de los Andes: hay dos lados, o estás de uno o estás del otro».

En la plancha de corcho también hay dos billetes cubanos. En uno se destaca el rostro del Che. «Cuando fui la primera vez a Cuba me pasó algo impresionante. En el aeropuerto, antes de volverme, lloré. Me dije: si hubiera conocido este país a los 15 años, me quedaba. Más allá de las imperfecciones y la corrupción, hay algo en Cuba que tiene que ver con la construcción colectiva que me hace mucho eco». Alberto Kornblihtt se define como alguien que lleva un estilo de vida burgués, «aunque es mejor ser burgués de izquierda que de derecha». Y entonces sobresale otra figura de su cartelera. Un martillo y una hoz confeccionados por un signo de admiración y uno de interrogación. La obra pertence al artista catalán Antoni Tàpies: «Está buenísimo. La admiración por las ideas del comunismo. Y la interrogación de si es posible».

–¿Y es posible?

(Hace una pausa) –Quizás no sea posible, pero estoy convencido de que la sociedad nunca tiene que dejar de luchar para ver si ocurre… Porque a veces no importa llegar a un fin, sino qué se logra en el camino que recorrés. 

Splicing, el sastre de las células

Hace casi 30 años que investiga el mismo fenómeno: el splicing alternativo. Es un mecanismo que ocurre dentro de los núcleos de nuestras células por el cual cada gen puede codificar más de una proteína. «Eso incrementa las capacidades de la célula, porque nuestras células tienen 20 mil genes, que es un número muy parecido al de los gusanos; sin embargo con esos 20 mil genes nosotros podemos fabricar muchas más proteínas que ellos». El gen está hecho de ADN, y cuando es copiado se fabrica una molécula llamada ARN, que sufre un procesamiento. En ese splicing (corte y empalme) se forma el ARN mensajero, «que sale del núcleo, se va al citoplasma y ahí es traducido para formar la proteína correspondiente». Kornblihtt lo grafica con una metáfora: «El gen es capaz de formar muchas copias de ARN largo, como si fueran cortes de tela todos iguales, de la misma longitud. Y el splicing es el sastre, que corta y cose. En el splicing alternativo, este sastre de nuestras células, con el mismo tipo de cortes, puede hacer distintos trajes, según dónde corta y dónde cose».

Este proceso está regulado en la naturaleza y responde a señales externas. El equipo de Kornblihtt lo estudia en diferentes objetos, en plantas o en la piel, examinando «cómo cambia cuando recibimos radiación ultravioleta nociva». Un aspecto clave es que ese proceso se altera ante ciertas enfermedades. «Conocer bien cómo funciona permite entender cómo se originan las enfermedades y, en algunos casos, cómo se curan». Entre las patologías que estudia está la atrofia muscular espinal. Días atrás, padres de niños que la sufren realizaron una marcha al Ministerio de Salud reclamando que el Estado se haga cargo del único medicamento conocido de eficacia probada, y que cuesta 125 mil dólares cada inyección: deben aplicarse, como mínimo, tres por año. El grupo de Kornblihtt investiga una droga más económica, que a partir del splicing alternativo pueda suministrarse simultáneamente con el medicamento recientemente aprobado. «Que salga tan cara es consecuencia del sistema capitalista. Pero cuando hay una herramienta tan poderosa que actúa específicamente sobre el splicing, y hay niños que pueden dejar de estar postrados y ser curados, que son parte de nuestra sociedad, el Estado tiene que hacerse responsable de alguna manera». «