“Arriba, parias de la Tierra / En pie, famélica legión. / Atruena la razón en marcha, / es el fin de la opresión.” Las estrofas comenzaron a escucharse con fuerza en la noche más oscura. Desde su celda en la cárcel berlinesa de Plótzensee, el escritor y periodista checo Julius Fucík cantaba La Internacional, mientras esperaba el momento de su ejecución. Cuentan que los oficiales de la SS tuvieron que amordazarlo para que se callara.

Sin embargo, los nazis no pudieron tapar las voces de cientos de detenidos del pabellón 3 del penal, que entonaron el himno proletario cuando el escritor fue asesinado al amanecer, cuando despuntaban los primeros rayos de sol del 8 de septiembre de 1943.

Con su muerte, los verdugos de la Gestapo creían que habían silenciado para siempre al intelectual y militante comunista. Sin embargo, el testimonio de su lucha sobrevivió en un texto escrito a escondidas durante los largos meses de cautiverio y salvajes torturas que sufrió en cárceles nazis de Praga y Berlín. En una de sus primeras páginas, Fucík aclara: “Amaba la vida y por su belleza marché al campo de batalla. Hombres: os he amado y he sido feliz cuando han correspondido mi amor, y he sufrido cuando no me habéis entendido. Que la tristeza jamás se una a mi nombre. Ese es mi testamento para ustedes.”

Reportaje al pie de la horca es el título del estremecedor libro que narra la lucha de Fucík contra el nazismo. Estas hojas rescatadas de celdas andrajosas tejen un testimonio potentísimo que logró vencer al autoritarismo. En una de sus entradas, el joven periodista escribe: “Sólo pido una cosa: los que sobrevivan a esta época no la olviden. No olviden ni a los buenos ni a los malos. Reúnan con paciencia los testimonios de los que han caído para sí y por ustedes.”


Fucík, intelectual de fuste y director del diario comunista Rudé pravó, había sido capturado por la Gestapo en 1941, dos años después de que Hitler ordenara la invasión a Checoslovaquia, ante la apatía de las principales potencias occidentales. Apresado en la cárcel de Pánkrac, el periodista enfrentó estoico las torturas y la ambivalencia de los guardias, incluso fue gracias a uno de ellos –Adolf Kolinsky– que consiguió un lápiz y algo de papel para tatuar sus memorias. Cuando terminó la guerra, Kolinsky buscó a Augustina –la viuda del escritor, que había sobrevivido a un campo de concentración- y le entregó aquellos papeles. Cuentan que del libro se publicaron millones de ejemplares en los cinco continentes, aunque la figura de Fucík fue primero manipulada durante la Guerra Fría e luego injustamente bastardeada y olvidada al final del siglo XX. Todos los 8 de septiembre se conmemora el Día Internacional de las y los periodistas en su honor.

En el último párrafo que trazó en su celda, Fucík escribió: “Ya no es una obra, es la vida. Y en la vida no hay espectadores. El telón se levanta. Hombres, yo los amé. ¡Estén alertas!”