Julia Sebastián tiene tatuados dos nombres: “María Cándida”. Así la llamaban de chica, por su parecido con el abuelo Mario Cándido Sebastián, integrante de la selección argentina de waterpolo en los Juegos de Londres 48 y Helsinki 52. “Fue con el que pasé más tiempo, con el que más relación tuve. En el momento no entendía que había sido tan groso y después me identifiqué con él. Siempre está presente, aunque hoy tengo que hacer mi camino”. Sebastián –27 años, santafesina, dueña de los récords argentino en los 100 y 200 metros estilo pecho– es una de las dos nadadoras clasificadas a Tokio 2021, los que serán sus segundos Juegos tras Río de Janeiro 2016. Radicada en Brasil, representante del Minas Tênis Clube, Sebastián habla de las sensaciones que despierta el agua, de la natación como trabajo, de la sexualización de los cuerpos, y de su propia historia olímpica.
–¿Qué es nadar?
–Es ya un estilo de vida, algo que se tornó rutina, mi profesión. Es algo en lo que vi un talento en mí, que otros también vieron, y lo potencié. Ahora, ¿cómo me siento nadando? Es como volar. Me siento en otro medio físico, casi siempre en la parte más alta, que es flotar. Y más cuando logro nadar rápido. Lo que más se piensa cuando se nada es en cómo necesitás sentirte, en las sensaciones para transportarte más rápido. Nadar no es chapotear. Nosotros limamos todo el tiempo detalles para tratar de ser más hidrodinámicos, más técnicos, más rápidos.
–¿Cuánto vale una centésima?
–De Londres 2012 me quedé a 30 centésimas de ser invitada. En Río 2016 fui invitada por 9 centésimas. Y a veces hasta se empata, o se gana por una centésima. Es suerte, algo impensable, pero sucede en los detalles, en ser perfeccionista, no solo en la técnica y el entrenamiento, sino en la alimentación y el descanso. Uno hace todo excelente porque necesita ese nivel de excelencia para mejorar. No es que por alimentarme y dormir mejor voy a ser récord del mundo. La natación es una carrera contra mí misma. No delirio con ser la mejor del mundo, porque tengo el cuerpo que tengo. Soy talentosa, pero hay gente que es muchísimo más. Si pienso que necesito la carrera de la de al lado para nadar bien, me frustro.
–¿Se puede vivir de la natación?
–La natación es un deporte caro, no solo por lo que se necesita: la pileta, el gimnasio, el preparador físico, una malla que hoy te sale más de 70 mil pesos y que usás cuatro o cinco veces. Y es caro también para llegar. No se nace y, de pronto, se salta al alto rendimiento. Aparecí en la natación en el momento que se había creado el Enard y empecé a tener becas, dinero propio. Es necesario tener una familia por atrás y gente de buena gana que te ayude. La natación también es un deporte muy frustrante porque no todo el mundo es buen nadador ni todo el mundo tiene la capacidad y la determinación de ir todos los días seis horas a entrenar, y después alimentarte y descansar, todo el entrenamiento invisible. No digo que no salgo con amigos y me como una hamburguesa, pero tu vida se arma alrededor de la natación porque es un deporte muy desgastante.
–Después de no ir a Londres 2012 dijiste que no querías seguir.
–Tenía 18 años y se me había dicho que se me iba a invitar. Iban todas las marcas B, y se empezó a reducir, y estaba esperando y calculando y tenía otra cabeza, otra idea de la natación. Había mucha esperanza y expectativa, porque mi abuelo había participado de los Juegos de Londres 48 en waterpolo. Y empezaron los Juegos, y era Londres, Londres, Londres, y tenía una tristeza en el alma… Quería estar del otro lado de la pantalla, y no me cerraba en la cabeza. Charlaba todo el tiempo con mi familia y amigos y me frustraba. “Ya está, no me gusta más esto, no quiero estar así, dejo”. Pero a los tres meses ya estaba compitiendo de nuevo en el exterior. Fue el momento. Después las cosas siguen, el entrenamiento sigue, y aparece la vida que va.
–¿Sufriste la sexualización del cuerpo, como lo denunció Delfina Pignatiello, clasificada también a Tokio?
–Una vez sacaron fotos de mi Instagram y las publicaron, sin hacerme ninguna entrevista. No sé si hay una sexualización del cuerpo en la natación, por dentro del deporte. Tal vez por fuera. Para el que no está habituado a ver todo el tiempo personas en mallas, en bikini, sin taparse la cola, es más shockeante. Por dentro, no existe. Mis amigas me dicen: “Estás todo el día viendo varones sin ropa”. Y no lo veo así, es natural. Ni siquiera tengo una pareja a la que le incomode eso. Lo que pasa es que cualquiera, detrás de una pantalla, anónimamente, puede decir cualquier asquerosidad y herir al otro. Las redes sociales son un arma de doble filo, porque llegan a personas que no saben nada de mí más allá de una competencia y que tienen ese poder hacerte sentir mal.
–“Puede ser mi año”, dijiste. ¿Cómo estás para Tokio?
–Estoy entrenando muy bien. Con la esperanza de participar antes en una competencia en Italia y después entrenar unas semanas en Portugal antes de entrar a Tokio, aunque estoy tratando de no pensar en los Juegos. Tengo ganas de hacer lo que mejor yo pueda: una semifinal o final olímpica sería un sueño cumplido.