Juan Falú descarga su guitarra del hombro izquierdo, el sol de Tucumán ya está escondiéndose detrás de los cerros que desde el oeste le ponen límite a la capital provincial. Mira como buscando un horizonte entre los edificios, a su alrededor se escuchan los preparativos del festival musical que el viernes se realizó con motivo del Bicentenario de la Independencia. Lleva 72 horas con la novedad de la identificación de los restos Luis, su hermano desaparecido hace 40 años. Respira profundo y con su voz grave afirma: Para mí, la patria es Lucho, los compañeros caídos, los sueños que tuvo una generación y esas banderas, hoy más que nunca, no las vamos a arriar.
Luis Eduardo Falú era para su familia y amigos simplemente Lucho. Militante peronista, desapareció el 14 de septiembre de 1976 cuando Tucumán era dominada y aterrorizada por el genocida Antonio Bussi. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) identificó sus restos en la fosa común conocida como Pozo de Vargas, ubicada en la zona norte de la capital y apenas a unas 60 cuadras de la plaza principal.
La recuperación de mi hermano es fruto de aquellos gritos propios y colectivos, incesantes y prolongados en el tiempo que han dado resultados, dice Juan, que recibe a Tiempo Argentino luego de probar el sonido de su guitarra en el escenario que se montó en la estación de trenes del Ferrocarril Mitre. Hace silencio, mira los músicos llegar, los saluda con la cabeza y luego dice: Hubo un sostén de esta actividad de búsqueda desde el gobierno anterior, el de Kirchner y el de Cristina, hay que reconocerlo. Luego afirma que también es necesario destacar el trabajo impecable del EAAF porque no son sólo un ejemplo científico sino también ideológico y hasta filosófico para abordar estas cuestiones como es la desaparición de las personas.
Yo estoy con una calma que me parece que es la calma esperada, dice y mueve sus manos de dedos largos y uñas firmes para las cuerdas de su guitarra. La noticia llega en un año complicado para Juan porque hace poco falleció uno de sus hermanos, José Ricardo quien supo ser diputado nacional. Se consuela pensando: «Ahora vamos a reunirlos a mi viejo con mis dos hermanos. Mi viejo que murió de tristeza cuando no lo encontraba a Lucho y cuando vio la partida de sus otros tres hijos hacia el exilio.
Lucho, como insiste en llamarlo, fue secuestrado cuando tenía 23 años. Siempre nos iluminó, como lo hacen todos los desaparecidos, desliza pero tras otra breve pausa sostiene que Lucho como nombre trasciende la figura del hermano. Representa a la buena gente, el nombre de la gente buena. Lo recuerda como un tipazo pero también como un compañero de vida, de sueños. Ellos, los desaparecidos, siguen iluminando con su luz.
A diferencia de muchos otros desaparecidos, Juan sabe quién fue el asesino de Lucho. Le disparó Bussi, según el testimonio del gendarme Omar Torres, mientras el joven estaba maniatado y arrodillado. A partir de allí describe otro fenómeno que lo sorprende y se promete continuar analizándolo. Asegura que la figura del asesino frente a la presencia del desaparecido ha quedado opacada. Poder dejar en las sombras al torturador, al genocida y que esté iluminando solo el que estaba antes de estar desaparecido, indica.
La identificación de Lucho y los festejos del Bicentenario obligan a una reflexión: Supuestamente nos congrega la historia de la patria pero yo no me apego a esa figura onomástica. Para mí, la patria hoy es Lucho y el destino de las mayorías populares. Es la patria libre, justa y soberana pero en serio y latinoamericana, y no voy a poder sumarme a la idea de patria del oficialismo actual, afirma y vuelve a cargar su guitarra al hombro para perderse entre las calles tucumanas.