El Imperio Japonés aceptó rendirse a pocos días de las bombas atómicas estadounidenses sobre Nagasaki e Hiroshima, el 15 de agosto de 1945. Como una de las condiciones para el tratado de paz, Japón fue obligado a aceptar una nueva Constitución, la de 1947, en la que figuraba expresamente que el país sería desmilitarizado. Solo podía tener tropas para autodefensa pero su seguridad exterior quedaba en manos de la potencia ocupante, Estados Unidos, y las organizaciones que habria de crear.
Al mismo tiempo, y para poner una vidriera frente China y la Unión Soviética, que están ahí nomás, frente al archipiélago, hubo fuerte apoyo para el desarrollo industrial. También por esos años hubo grandes inversiones en la isla de Taiwan, que pretendía tener la representación del pueblo chino. Pero fundamentalmente el crecimiento del nuevo Japón desde los años 50 era la forma de demostrar a los dos países comunistas las bondades del capitalismo y que la ocupación estadounidense podía aportar prosperidad alos pueblos.
En poco tiempo Japón pasó a ser la segunda economía más importante del mundo. Pero «pasaron cosas» a nivel estratégico. Primero, Estados Unidos arregló acuerdos con la China de Mao, luego el gigante asiático inició un proceso de desarrollo industrial y se convirtió en una aspiradora de capitales y tecnología.
Finalmente, la desaparición de la URSS quitaba el incentivo militar a Tokio. Ya no era tan estratégicamente importante para occidente y los inversores no veían mayor atractivo para seguir apostando por los japoneses cuando del otro lado del mar tenái a un mercado impresionante.
Hasta que China comenzó a ser un peligro para los intereses del Pentágono. Y Japón volvió ser una pieza clave en el tablero el extremo de Asia.
En julio de 2015, a instancias del primer ministro conservador Shinzo Abe, se aprobó un paquete de reformas legales que fortalecen al ejército y le permite intervenir fuera de las fronteras, con lo que invalida el artículo 9 de la constitución establecida tras la II Guerra Mundial.
Esa medida generó un fuerte rechazo en la población, que no quiere resultar metida en una guerra y cuando aún no se sanaron las heridas por el bombardeo nuclear y por los horrores cometidos por los militares japoneses en el continente desde 1937. China padeció esas atrocidades.
Ahora, y casi como un llamada de atención cuando se celebraban los 40 años de las reformas de Deng Xiao Ping, el gobierno nipón aprobó un proyecto para incrementar el presupuesto de defensa hasta 243 mil millones de dólares en cinco años.
La otra novedad es que como parte de ese plan de rearme, Tokio construirá dos portaaviones, algo inédito desde 1945. Y además, comprará 42 aviones de combate. La nación del Sol Naciente ya cuenta con un importante arsenal y 250 mil tropas.
Para el gobierno de Abe, es necesario contrarrestar la presencia militar china. El portavoz del ministerio de Relaciones Exteriores chino, Hua Chunying, envió fuerte protestas a Tokio y señaló que desde allí se lanzan «declaraciones irresponsables sobre el normal desarrollo militar de China» y que «las críticas no se corresponden con la realidad, instigando así la llamada ‘amenaza china'».