Antonella Bundu es florentina, de madre italiana y padre sierraleonés. Fue candidata a alcaldesa de Florencia en 2019 y aún no sabe si buscará postularse a las elecciones regionales en 2026 como parte de Sinistra Progetto Comune (SPC). Pasó por la redacción de Tiempo en un descanso de su extensa recorrida por Sudamérica como parte de unos meses “sabáticos” dedicados a aprender lo que le faltaba de esta parte del mundo. Podría seguirse su derrotero en Facebook, en la que hizo un pequeño diario de viaje por Venezuela, Chile, Argentina desde San Martín de los Andes hasta las Cataratas de Iguazú y Montevideo. En Buenos Aires descubrió que el barrio donde se alojó, San Telmo, “nace como un barrio de africanos”. Del otro lado del río se quedó con las ganas de ver al Pepe Mujica, pero disfrutó de las comparsas y se sorprendió de que “el Black Nod (leve inclinación de cabeza con que se saludan los negros) está vivo en Montevideo”.

–Viviste en Liverpool, en la ciudad de los Beatles.

–Viví allí durante tres años, entre los 17 y los 19, en el barrio de Croxteth, en una época, en los ‘80, de grandes revueltas. Ahí es donde empezó mi activismo político. Esa era más una lucha de clases que de raza o de género. Ahora yo lo veo todo interconectado, empezando por la raza, después por el género, luego la lucha de clases. En Liverpool estuve estudiando y trabajando. Croxteth era pobre, sí, pero sobretodo era negro, aunque también había alguna gente blanca pobre. Había un instituto llamado Charles Watson, por un tipo linchado en el siglo XIX. Yo venía de una escuela relativamente buena en Sierra Leona y al final aprobé para inscribirme en la Universidad de Manchester. Dentro de esta institución había una biblioteca de libros negros.

–¿Libros negros?

–Libros negros, o sea autores afrodescendientes o que trataban de ellos. Era un cuartito con libros tirados, y me los dieron así, sin orden, ni alfabético, ni nada. Creo más bien que me dieron una tarea por darme trabajo. Como autodidacta trataba de poner por género, orden alfabético, por lo tanto era una biblioteca, pero casi nunca venía nadie a llevarse los libros. También hubo un taller de Historia Negra, con el que básicamente recorrimos el barrio entrevistando a personas que habían llegado a finales del siglo XX. Había gente que había venido del Caribe y que ahora eran ciudadanos británicos, pero en ese momento eran de antiguas colonias que habían crecido en la zona y habían visto todos los cambios que se habían producido en Croxteth. Si parabas un taxi y decías «voy a Croxteth», no te llevaba. Pero si eras parte de esa familia, estabas tranquilo, protegido. A veces venían desde afuera para ver, como si fuera un zoológico y luego también estaba la policía, los nigger hunting, los llamaban así porque estaban a la «caza de negros».

Es entonces que Antonella reconoce que de Beatles hubo poco. “La única vez que vi todo Liverpool fue una vez con unos amigos en uno esos autobuses de dos pisos que daban vueltas por la ciudad”. Una de las razones para no salir del barrio era justamente el barrio, aunque si recuerda que por entonces Liverpool era “un gran centro de la música”. Pero comenzó a extrañar su mundo, de gente mucho más cálida, y de su familia. Y así volvió a una Italia también inmersa en manifestaciones estudiantiles. “Era la época del Partido de las Panteras, con huelgas, marchas, casi un pequeño 68 francés, con la ocupación de universidades”. Fue a poco de una gran movida por el asesinato de un sudafricano, Jerry Maslo, al que no le habían otorgado el derecho al asilo pese a que huía del apartheid. Ese era un derecho sólo otorgado entonces a los europeos del este. El alcalde socialista, Giorgio Morales, detonó una crisis cuando ante una manifestación de vendedores ambulantes que denunciaban persecuciones dijo “hay demasiados senegaleses”. El resultado fue una gran huelga de hambre en Piazza del Duomo en Florencia “donde está el Baptisterio. Dormimos en la plaza, en la calle. Después de cinco días el alcalde dimitió y le dieron la oportunidad a los vendedores de tener un lugar donde vender. Este fue un ejemplo muy temprano de cuales eran las luchas, la universitaria, la sindical y ahora ya no es así, ahora es muy difícil”.

–¿Por qué? ¿Qué cambió?

–Hay una clara fragmentación, en los partidos políticos de izquierda está el hecho de no poder mantenerse unidos. Nosotros (SPC), pensamos que debe haber continuidad, no te puedes juntar sólo para las elecciones. Pero tampoco puedes sacrificar algunas de tus creencias. Para mí, hay que tener un sentido, una dirección, ser fiel a eso.

–Hablemos un poco de la empresa recuperada GKN.

–GKN está en Campi Bisenzio, en los alrededores de Florencia. Originalmente era de Fiat, que pasó a ser Stellantis (por la fusión con Chrysler y luego Peogeot-Citröen). Hacían autopartes y en 2021 pasa a la multinacional Melrose. Esta es una empresa cuyo lema es “comprar, mejorar y vender”. O sea, invierten, especulan, toman el dinero del estado y luego cuando se van dejan primero un monstruo ecológico, porque son lugares que quedan contaminados. El 9 de julio de 2021 los trabajadores se encontraron con que los habían despedido por mail. Entraron al edificio y ya no salieron. Los trabajadores están sindicalizados en la FIOM, pero el colectivo de GKN es muy fuerte. Los conocí porque siempre nos veíamos en manifestaciones de otros trabajadores en crisis. Habían logrado un propio contrato interno con condiciones laborales que superaban a otras empresas. Cuando pasó fue como si quisieran dar un ejemplo. Les cortaron la electricidad y pusieron paneles solares, hicieron de todo y siguen en la lucha.

–¿Y la situación judicial?

–El juzgado laboral anuló dos veces el despido. Siguen empleados pero el dueño no les paga. Nosotros con otros hemos hecho escritos y presentaciones en la región, porque la planta no produce desde el 2021, pero le dan los caminos, el agua, tiene todo, entonces el municipio puede pedir la expropiación. Mientras tanto, muchos de los 422 trabajadores se han marchado. Y entiendo, porque yo también, yo también si no me pagan un mes… Por eso ahora quedan unos 120 que resisten. En base a todo esto, el año pasado hicimos una cooperativa. Yo soy parte del consejo de administración de esta cooperativa por acciones, con socios financieros y socios trabajadores. Con nuestros socios financieros hemos recaudado 1.300.000 de euros. El gobierno dice: «si tienes un plan de reindustrialización y puedes aportar un millón , aportaremos otro». Se ha realizado el plan junto con las grandes universidades italianas, que han puesto a disposición a su gente.

–¿Para producir qué cosas?

–Paneles fotovoltaicos, producimos paneles solares y bicicletas de carga. La ley regional no sólo habla de expropiación, sino que dice que se forman consorcios donde hay público y privado. La fábrica es muy grande, así que, por un lado, está nuestra operación, como un condominio. Todo esto está regulado dentro de esta ley.

–¿Qué es el Festival Internacional de Working Class?

-Ahora en abril es la tercera edición. Lo hicimos dentro de la fábrica, vinieron escritores suecos, de todas partes. Escritores trabajadores, ¿no? Hicieron una obra que recibió el Premio Ubu de teatro en 2023, El capital, un libro que aún no hemos leído, por la compañía Kepler-452.  «