El canciller iraní, Amir Abdollahian, minimizó la «contra-represalia» de Israel cerca de una base militar en Isfahan de la noche del jueves, que no causó víctimas, y dijo en una entrevista con la cadena NBC News que «mientras no haya nuevas aventuras del régimen israelí contra intereses iraníes, no responderemos». Para el ministro de Exteriores de la República Islámica de Irán, no se trató de un ataque sino de «un vuelo de dos o tres cuadrirrotores como los juguetes con que se divierten nuestros niños». La posición oficial es música para los oídos de quienes quieren desescalar un conflicto que la semana pasada se puso especialmente tenso luego del ataque contra territorio israelí con unos 300 aparatos, entre drones y misiles, que hizo temer una extensión indetenible del conflicto.
A medida que pasan las horas resulta cada vez más claro que quienes desde países occidentales piden contención en el Medio Oriente no se refieren a Teherán sino al gobierno ultraderechista de Benjamín Netanyahu, que está mostrando desde la incursión de Hamas del 7 de octubre contra la población de Gaza una sed de venganza que acerca a Israel a la categoría de estado genocida que se le endilga en la Corte de La Haya.
En estos días el veterano periodista estadounidense Seymour Hersh –en los ’60 reveló la masacre de tropas de EE UU en la aldea de My Lai, Vietnam, y hace unos meses la responsabilidad del gobierno de Joe Biden en el atentado contra las tuberías del Nord Stream II en el Mar del Norte– posteó en su cuenta de la plataforma Substack una frase significativa: «He pasado gran parte de mi carrera informando sobre las fechorías y cosas peores del ejército estadounidense (…) pero ahora es el momento de aplaudir la brillantez del personal de planificación del Pentágono y de los oficiales operativos que (permitieron) que Irán responda a otro asesinato israelí lanzando más de trescientos drones y misiles hacia objetivos israelíes (…) Fue una apuesta enorme y valió la pena».
Según los datos filtrados por la administración demócrata, Biden estaba irritado contra Netanyahu por el ataque inconsulto al consulado iraní en Damasco del 1 de abril que causó la muerte de 16 personas, entre ellos dos altos mandos del Cuerpo de Guardias de la Revolución Iraní. La sensación es que Tel Aviv busca involucrar a Estados Unidos en una guerra regional que la Casa Blanca no quiere en medio de la campaña electoral, aunque de todas maneras sigue enviando fondos y armas a Israel. Y que además, esta semana bloqueó una resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU para aceptar como miembro de Naciones Unidas al Estado de Palestina.
Como no podía plantarse públicamente contra Israel, entonces, Biden anunció el jueves 11 de abril que Irán respondería al bombardeo en Siria y movió dos fichas en simultáneo: arregló con el gobierno iraní los términos de la represalia y coordinó con Francia, Jordania e Irak la intercepción de algunos de los drones que iban hacia Israel. Como para demostrarle a ambos contendientes poder de fuego. Y a «Bibi», que sin ayuda no hubieran podido.
El ataque iraní fue quirúrgico y daba para que todos celebraran. Israel porque se interceptaron, en palabras del Biden, el 99% de los aparatos, e Irán porque calmaba al CGRI, que no podía tolerar semejante desafío sin hacer nada. El 1% de 300 que según Washington no fue derribado es 3, y esos parecen haber sido los misiles que pasaron la Cúpula de Hierro e impactaron en la base militar en el desierto de Neguev desde donde salieron los aviones que atacaron el consulado. Allí habrían caído varios agentes de la Mossad, algo no confirmado por Tel Aviv ni muy ventilado por Teherán.
Israel a su vez, atacó ahora en Isfahán mientras que el ejército continuaba con su tarea de demolición en Gaza, ahora sobre la localidad de Rafah, en la frontera con Egipto. Se reportan ya unos 35.000 muertos pero la cifra crece día a día no sólo por las armas de fuego sino por hambre y enfermedades.
Para paliar esa situación en parte, desde Estambul está por partir la Flotilla de la Libertad, compuesta por un carguero, un ferry y un buque de pasajeros con 5500 toneladas de ayuda humanitaria. La expedición lleva a 500 voluntarios de 40 nacionalidades, entre los cuales hay un argentino, Nicolás Sguiglia, rosarino de origen y concejal de Podemos en Málaga. «El objetivo es evidenciar el boqueo criminal del Estado de Israel contra Gaza, que está impidiendo el ingreso de alimentación y material sanitario y médico pueda asistir a la población civil. Queremos poder descargar esta ayuda humanitaria en una misión completamente pacífica, no violenta». Junto a ellos viaja también Anna Wright, coronel retirada del ejército de EE UU y exdiplomática en Afganistán que renunció a sus cargos contraria a la invasión a Irak de 2003.