Era difícil imaginar que la invasión marciana iba a ocurrir de esta forma, tan distinta de las que ya imaginaron demasiados libros y películas. En realidad no tanto: los extraterrestres siguen siendo un poco monstruosos, obviamente tienen poderes que los hacen superiores a los seres humanos y, por supuesto, cuando llegan a la Tierra arman flor de quilombo. Hasta ahí todo normal, digamos.
¿Pero por qué iban a elegir a Quilmes como epicentro de la invasión? ¿Por qué ensañarse con ese municipio perdido en el lejano sur del conurbano bonaerense, teniendo a Nueva York, Londres, París, Los Ángeles, Tokio u otras megaciudades como esas, tan acostumbradas a este tipo de incursiones alienígenas? Bueno, todo misterio tiene una explicación y cada pregunta, su respuesta: Leandro Ávalos Blacha.
Si ese nombre no les suena, mal por ustedes, porque debería: se trata de uno de los escritores argentinos a los que resulta más grato leer. Eso, siempre y cuando usted no sea de esos lectores convencidos de que la buena literatura es solo aquella que se ocupa de forma obvia de cuestiones trascendentes y profundas, o se escribe con palabras rebuscadas, con los adjetivos acomodados por delante del sustantivo y oraciones tan largas que, en el mejor de los casos, necesitan de tres o cuatro lecturas para empezar a ser entendidas.
Ávalos Blacha y su invasión marciana
Nada de eso tiene que ver con la invasión extraterrestre que Ávalos Blacha imagina en Los Quilmers, su última novela, editada por el sello cordobés Caballo Negro, que dista mucho de ser otra réplica del modelo clásico de la ciencia ficción, aunque todos los elementos están ahí.
Su prosa tampoco se apega al canon literario más conservador. Por un lado, Los Quilmers vuelve a trabajar sobre los géneros populares, considerados menores así en la literatura como en el cine. Y si acá se narra un ataque marciano, en las novelas Berazzachussetts (Entropía, 2007) y Malicia (Entropía, 2016) ya había tramas montadas en torno a otros mitos pop del siglo XX, como los muertos vivientes o las sectas satánicas.
Por el otro, Ávalos Blacha vuelve a aceptar el desafío de ubicar la acción en un territorio que, de tan cercano y familiar, acaba potenciando el clima de irrealidad que su trama propone. Porque así como en sus libros previos los zombies deambularon por Berazategui en busca de vísceras humanas, o un pariente de Nosferatu anduvo saciando su sed durante la temporada teatral en Villa Carlos Paz, ahora son los vecinos de Bernal los que sufren en carne propia el colonialismo cósmico.
Se trata además de una novela de formato poco convencional, en la que diez relatos que pueden leerse de manera independiente se encuentran ligados entre sí por un acontecimiento de fondo –la invasión marciana— que viene a alterar la realidad de los personajes. De esta forma, puede decirse que Los Quilmers es una novela coral en la que sus protagonistas no llegan a cruzarse nunca, pero cuyas historias terminan por darle forma a una trama.
Una maestra como las de Hebe Uhart cambia cuerpos con un alien y debe parir una criatura extraña. Un profesor regresa tras ser abducido y es invitado a cantar en el programa de Susana Giménez. Una expolicía bonaerense se infiltra en un culto alienista que tiene tomado al barrio. Un viejo que hacía teatro en una sociedad de fomento termina siendo la estrella de una serie intergaláctica muy exitosa.
Otro policía queda a cargo del cuidado de un niño extraterrestre capaz de satisfacer cualquier deseo, en especial los femeninos. Un reality show conducido por Lizy Tagliani donde los niños futbolistas más talentosos de Quilmes son convertidos en máquinas de triturar rivales. Por debajo, la resistencia nacionalista, los políticos colaboracionistas y la figura esquiva de un líder rebelde que no termina de aparecer.
Como en sus novelas anteriores, el autor vuelve a destacarse por su estilo de narración eficiente, capaz de describir cualquier situación sin volverse barroco. Los Quilmers confirma la habilidad que ya había mostrado en obras anteriores para hacer que situaciones absurdas y hasta ridículas nunca pierdan su atmósfera siniestra. Además vuelve a desplegar un sentido del humor generoso, capaz de replicar con naturalidad distintos formatos del habla popular, logrando extraer de ellos toda su gracia.
La formula también propone el cruce entre géneros populares, alimentando un menú que no solo se nutre de la ciencia ficción, sino del policial, el terror, el folletín, el cómic, el manga y el animé. Por último, Ávalos Blacha consigue que sus personajes no puedan evitar comportarse de un modo compulsivamente cotidiano ni siquiera en presencia de lo extraordinario. De la fricción entre esas tensiones nace su particular pulso para que lo cómico entre en escena de forma simple y efectiva.