¿Cómo se pone el cuerpo cuando justamente el cuerpo está diciendo basta? ¿Cómo se puede registrar un disco dramático e histórico cuando el final es un hecho tan doloroso como inminente? Freddie Mercury encontró la mejor respuesta junto a Queen en el disco Innuendo, mientras batallaba contra las complicaciones derivadas del Sida que hacían estragos en su salud. El cantante y compositor se sostenía en el piano porque apenas podía pararse y aclaraba su garganta reseca con vodka para adormecer los dolores, pero nada de eso impidió que desplegara una performance inspirada y conmovedora. Hace 30 años, el 4 de febrero de 1991, Innuendo llegó a las disquerías y estremeció a propios y ajenos. Pocos meses después –el 24 de noviembre de ese mismo año– Mercury pasaría a la inmortalidad como un ícono de la cultura rock.

La década del ’80 no fue la mejor para la banda británica, que se completaba con el guitarrista Brian May, el bajista John Deacon y el baterista Roger Taylor. En lo que respecta a lo estrictamente musical, los discos publicados durante ese lapso no se acercaron ni por asomo a sus maravillosas producciones de los ’70. Si nos detenemos en la dinámica interna del grupo, el panorama no era mucho mejor, ya que los conflictos entre los músicos se agudizaron y, tal como declararon posteriormente, fue la propia enfermedad de Mercury la bisagra que terminó definitivamente con los resquemores vinculares y los cimentó nuevamente como un equipo. Incluso podemos aventurar que este pasaje se vio reflejado en el arte de tapa de esos trabajos: desde la cuadrícula que separaba sus rostros en Hot Space (el álbum con el que inauguraron el decenio) hasta la cara cuádruple de The Miracle (en la que el cuarteto se convertía en una sola persona).

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La (re)unión grupal avanzaba, pero había algo –latente, quizás– que también necesitaba dar un nuevo paso adelante. Paradójicamente aunque en el mejor sentido, Queen lo encontró mirando hacia su pasado, pero no para imitarlo: el desafío fue proponerse estar a la altura de ese legado. Innuendo es una maravilla de casi 54 minutos que cuenta con una docena de canciones. El arte de tapa está basado en El malabarista del otro mundo del caricaturista francés Jean Ignace Isidore Gérard, más conocido como J. J. Grandville,

El álbum abre con el tema homónimo, una pieza que retoma ciertas estructuras y magia de “Bohemian Rhapsody” y nuclea una gran cantidad de estilos musicales, tanto, que incluye un solo de guitarra española a cargo de Steve Howe de Yes. Cuenta con uno de los videoclips más notables de la banda en el que los miembros del grupo están representados mediante dibujos con la intención de disimular la afectación física sufrida por Mercury, quien está basado en la estética de Leonardo Da Vinci mientras que May lo está en la de Claude Monet, Deacon en Pablo Picasso y Taylor en Jason Pollock: interesantísimos hipervínculos de la industria cultural.

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La obra continúa con la oscura “I’m Going Slightly Mad”, que cuenta con un videoclip que profundiza ese sentir aunque, al verlo, no podemos dejar de pensar que se trata de cuatro amigos que continúan jugando y pasándola lo mejor que pueden (lo que nunca es poco). Luego es el turno de los hits rockeros “Headlong” y “I Can’t Live With You”, liderados por la guitarra de May, que le dan paso a la nuevamente lúgubre “Don’t Try So Hard”. La primera mitad del disco termina con “Ride The Wild Wind” al ritmo del galope que marcan, incansables, el bajo de Deacon y la batería de Taylor.

La segunda parte del larga duración inicia con el desaforado grito del vocalista en “All God’s People”, que da paso a la hermosa “These Are The Days of Our Lives”, en cuyo video la cuidada iluminación, maquillaje y vestuario poco pueden hacer para ocultar la tristísima y disminuida silueta de quien hasta hacía no tanto tiempo había sido un showman con una energía vital como pocas veces se había visto. El noveno tema es, quizás, el punto más débil del álbum –que, tratándose de Queen, es mejor que la carrera entera de muchas otras bandas–: “Delilah”, dedicada a… la gata de Freddie. El rock duro vuelve con la poderosísima “The Hitman” que da paso a “Bijou”, que cumple la noble tarea de preparar el terreno para lo que sigue a modo de corolario: “The Show Must Go On”, probablemente una de las declaraciones de principios más determinantes de la historia del rock.

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El último disco oficial del grupo con participación de su formación histórica fue el álbum postumo Made in Heaven, publicado el 6 de noviembre de 1995. Se trata de una obra que suscita opiniones divididas: si bien los fanáticos clásicos de la banda reniegan del mismo, muchos de quienes fuimos niños durante los ’90 tuvimos nuestro primer contacto con Queen con la escucha de este material, por lo que le guardamos un nostálgico cariño. En lo que no hay ningún tipo de discusión luego de tres décadas es en la ponderación de Innuendo no sólo como una obra maestra sino también como un manifiesto artístico frente a la vida y la muerte. Frente a la muerte, vida: el show debe continuar.