El caso saltó a fines del año pasado, luego de que una investigación interna reveló que el periodista estrella del prestigioso semanario alemán Der Spiegel (El espejo) había inventado fuentes y testimonios en al menos 14 de sus más brillantes artículos por los que incluso le habían dado el premio al Mejor Reportaje del Año el 3 de diciembre de 2018. Pero el tema volvió a escena estos días luego de que el diario español El País publicara un extenso artículo contando la historia del colaborador free lance de la publicación germana -nativo de Almería- que había descubierto el engaño y de las vicisitudes que tuvo que atravesar para que sus editores le creyeran. Pero el caso desató a la vez una trama que bien puede dar para una miniserie de Netflix en tiempos de fake-news y globalización.
Class Relotius tiene 33 años y hasta diciembre pasado una carrera brillante que lo colocó en la mesa de editores del Spiegel en muy poco tiempo. Hasta que en ese equipo de directivos periodísticos se les ocurrió la idea de que sería muy bueno contar con su pluma experimentada y su perspicacia para relatar lo que se vive en la frontera de EEUU con México. Se acercaba la caravana de migrantes centroamericanos al tiempo que el presidente Donald Trump acrecentaba su discurso xenófobo. Los trenes podrían chocar justo en el período de las elecciones de medio término.
El reportaje, como se denomina por aquellas regiones a ese tipo de crónicas, era una buena ocasión para contar con testimonios de los dos lados del límite: Juan Moreno, español de nacimiento aunque viviendo en Alemania desde pequeño, era el indicado para meterse en esa peregrinación de desesperados. Relotius viajaría a una zona en la frontera de Arizona donde un grupo de paramilitares vigila el ingreso de ilegales con espíritu y características de la mejor tradición nazi. Si lograba inmiscuirse entre esas milicias -algunos de ellos con un pasado reciente como veteranos de guerra en Afganistán e Irak- el resultado no podría ser sino espectacular.
Relotius le envió el material editado y a punto de imprenta a Moreno, a la sazón cofirmante del reportaje, a mediados de noviembre. Lo leyó y le saltaron todas las alarmas. Había muchas cosas que no le cerraban y se lo dijo. Como no obtuvo respuesta, le mandó un mail al equipo de revisión de los textos, conformado por unas 60 personas. Trabajando como colaborador externo desde 2007, Moreno no pasaba de ser un muy buen periodista pero emigrante al fin, por lo tanto, nunca pudo vencer ese desdén con que en muchos ámbitos se suele mirar a un extranjero que, además, se tuvo que hacer de abajo.
El padre de Moreno, Juan Bautista partió con la familia a la principal potencia económica europea hace más de 35 años en busca de horizontes que en El Puertecico, un poblado de Huércal-Overa, provincia de La Almería, no podría vislumbrar. En Francfort, trabajando en la fábrica de neumáticos de Dunlop, pudo conseguir que su hijo fuera a la universidad y llegara a destacar en los medios más conocidos del país, como el Spiegel, el Süddeutsche Zeitung o la radio WDR.
«Mi padre fue solo cuatro años a la escuela, creció en una casa sin electricidad ni agua caliente, cumplió 18 años sin haber utilizado un cuarto de baño», recordó Moreno en una entrevista reciente.
El cronista insistió en sus dudas y dobló la apuesta buscando más datos para corroborar todo lo que había escrito su colega. Encontró que muchas de las entrevistas para la cobertura, que se tituló La frontera de Jaeger, por el nombre que usaba uno de los milicianos, no se habían realizado. Y que otras eran sospechosamente similares a una cobertura de Shane Bauer para la revista Mother Jones.
Desde Berlín, Relotius iba atajando la embestida de Moreno, al que estaba dejando poco menos que en ridículo y al borde de que lo consideran un mentiroso. «Temí que me despidieran», dijo el español, de 41 años, que ni así se rindió. «Mi nombre estaba asociado a ese artículo», de justificó.
El 3 de diciembre, el jurado del Premio Alemán de Periodistas 2018 consideró que había escrito la mejor historia del año. Fue un reportaje sobre un niño sirio que vivía convencido de que había contribuido a la guerra civil en su país a través de un graffiti en una pared en Daraa. Entre los fundamentos, estimaron que el artículo valía por su «luminosidad, intimidad y relevancia incomparables que nunca guardan silencio con respecto a las fuentes en las que se basa».
A los pocos días, el 20, el Der Spiegel tuvo que reconocer que no solo ese sino por lo menos otros 14 trabajos más del periodista estrella del año eran un fraude. «Citas, lugares, escenas, personajes: todo falso.», dice amargamente.
Para peor, montado en este mea culpa de la publicación, el embajador de Estados Unidos en Alemania, Richard Grenell, acusó a Der Spiegel de «llevar a cabo una perversa campaña contra Estados Unidos» para desprestigiar al inquilino de las Casa Blanca. «La cobertura antiamericana de Der Spiegel ha aumentado drásticamente en los últimos años; desde que el presidente Trump asumió el cargo”, señala Grenell.
El País reflotó el tema cuando logró una gran entrevista con Moreno y el domingo pasado lo puso poco menos que en un pedestal, lugar que él rechaza con vehemencia. «No soy ningún héroe ni el gran defensor de la verdad. No me quedaba otra. Tengo cuatro hijas y por un momento me vi en la calle porque mi nombre aparecía en un artículo lleno de errores”.
El País es el mismo periódico que en 2013 tuvo que salir a disculparse luego de haber publicado una foto que «vendió» en tapa como del entonces presidente venezolano Hugo Chávez entubado y en una camilla de hospital, algunas semanas antes de su muerte. En su explicación, los editores del medio, que también oficia de prestigioso, dijeron que habían tenido en sus manos la imagen que les venía de una agencia con la que hace años trabajan y que nunca había ocurrido algo así.
Reconocieron que la foto era de otro enfermo en otro lugar. Lo que nunca admitieron es que incluso si hubiera sido auténtica, publicarla igualmente era una falta de ética que habría merecido una condena por violar la intimidad de una persona gravemente enferma.
«Relotius tomaba partes y retazos y a partir de ellos formaba sus criaturas como un pequeño dios juguetón», lo defenestró Der Spiegel. Hace 60 días era su mejor carta de presentación. El joven había ganado cuatro premios de la prensa europea, para la CNN fue alguna vez «El periodista del año» y Forbes lo había incluido en la lista de las 30 personas más influyentes entre de los de menos de 30 años.
Ahora, contra las cuerdas, Relotius terminó por confesar: «estoy enfermo, necesito ayuda». Tal vez su verdad más profunda. Moreno, mientras tanto, ahora podría ser contratado en la plantilla estable de la revista.