Hace un par de semanas, las autoridades palestinas publicaron un listado con los nombres que pudieron identificar de entre las casi 42 mil personas asesinadas por el ejército Israelí en un año de conflicto. Las primeras 14 páginas de ese informe remiten a menores de un año. Catorce páginas de bebés asesinados. Apenas una parte de los 16.859 niños y niñas que murieron en los últimos 365 días por la maquinaria de guerra israelí. Un saldo que, según un informe de la ONU, es el más mortífero para los menores en los últimos 18 años de conflictos bélicos, mientras que Unicef describió a Gaza como “un cementerio de niños”.
Entre la frialdad de los números y lo indigerible de las imágenes, cuesta dimensionar la magnitud de esta inédita crueldad y deshumanización de las infancias palestinas. Más datos que envejecen día a día: al menos 19 mil niñas y niños gazatíes quedaron huérfanos, más de 3 mil perdieron una o ambas piernas, 50 mil sufren desnutrición aguda y otros 4 mil están desaparecidos, probablemente bajo las toneladas de escombros, según pudo recopilar la ONG Save the Children. Del lado israelí, 33 niños murieron durante el ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023.
“No creo que hayamos visto antes una violación de derechos tan masiva. De las seis violaciones más graves, no queda duda de que Israel comete al menos tres: matar y mutilar a niños, atacar hospitales y escuelas, y denegar la ayuda humanitaria”, señaló Bragi Gudbrandsson, vicepresidente del comité sobre infancia de Naciones Unidas. Y sentenció: “La muerte indignante de niños en Gaza es casi única en la historia”.
El comité también denunció los continuos secuestros, detenciones arbitrarias y reclusiones prolongadas de cientos de niños palestinos a manos de las fuerzas israelíes.
De las 1,9 millones de personas (el 90% de la población gazatí) a las que Israel fue obligando a desplazarse de norte a sur, la mitad son niños y niñas, mientras que el 60% de sus hogares fueron destrozados.
Las muertes y mutilaciones son sólo la cara más visible y despiadada del impacto de la violencia israelí sobre las infancias palestinas. Las y los niños que sobreviven quedan expuestos a múltiples enfermedades, a la desnutrición crónica, sin poder educarse y con familias diezmadas. Durmiendo en campamentos de refugiados sin agua potable ni medicinas, entre montañas de basura y retretes al aire libre. Traumatizados, dañados psicológicamente de por vida.
Catherine Russell, directora de Unicef, aseguró que prácticamente todos los niños que están hoy en Rafah, el único reducto donde quedó hacinada la población gazatí, están heridos, enfermos o desnutridos.
Infancias sin derechos
Otro blanco especialmente golpeado es el sistema hospitalario. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), Israel realizó 516 ataques militares a centros de salud, con lo cual solo 17 de los 36 hospitales de Gaza siguen abiertos aunque funcionando parcialmente, con gran escasez de medicamentos y personal.
“El Gobierno de Netanyahu ha limitado al máximo la entrada de material médico y ortopédico como anestesia, ventiladores o muletas”, denunció la ONG Human Rights Watch en relación al control total que ejerce Israel sobre la entrada y salida de Gaza. En sintonía, Mari Carmen Viñoles, responsable de Médicos Sin Fronteras, alertó que “llevar suministros vitales a Gaza es casi imposible debido a los bloqueos, retrasos y restricciones de las autoridades israelíes a la ayuda humanitaria y al material médico esencial”.
La OMS advirtió que el único centro de rehabilitación para extremidades en Gaza, ubicado en el hospital Al-Naser, quedó inoperativo, con lo cual las y los niños tienen que someterse a operaciones o a amputaciones sin anestesia ni antibióticos. También fue destruido el único hospital psiquiátrico de la región, mientras que las y los menores que ya sufrían alguna discapacidad o enfermedad crónica no pueden seguir sus tratamientos ni rehabilitación.
Pequeñas vidas rotas que no son sólo números. Como la de Ghazal, una niña de 15 años con discapacidad que perdió sus aparatos ortopédicos durante un ataque y no pudo seguir el peregrinaje huyendo de las bombas. “Fui una carga para mi familia. Finalmente me rendí y me senté en el suelo llorando, en medio del camino. Les dije que siguieran sin mí”, relató en un informe de HRW.
Un horror cotidiano que marca para siempre también a quienes fueron a poner el cuerpo. Como el médico humanitario Nick Maynard, quien contó a su regreso: “En Gaza vi espantosas lesiones que se me repiten cada noche, niños con quemaduras tan graves que se les veían los huesos de la cara, no tenían posibilidad de sobrevivir y no había morfina, murieron en agonía y tirados en el suelo del hospital”. O el testimonio de su colega Victoria Rose: “Lo que más me impactó en Gaza fue la cantidad de niños que vi heridos, el 80% de todas las personas que traté eran menores de 16 años. Vi niños con la nariz volada por los aires y con el hueso del cráneo visible. Nunca vi nada así”.
Otro objetivo israelí fue la destrucción del sistema educativo: 461 escuelas y universidades fueron devastadas total o parcialmente, incluidos sus archivos históricos —como el archivo Central de Gaza, con 150 años de historia— y las bibliotecas públicas. La historia, la identidad y la cultura como objetivos de guerra.
Son frecuentes las imágenes de niños estudiando entre escombros y de escuelas convertidas en refugios. “Todos los niños han estado expuestos a acontecimientos y traumas profundamente angustiosos, marcados por la destrucción y los desplazamientos continuos. Viven, tristemente, con una sensación constante de miedo y dolor”, sintetiza otro informe de Unicef.
Mientras buena parte del mundo naturaliza con indiferencia el exterminio de un pueblo entero, los niños y las niñas de Gaza que sobrevivan a este infierno crecerán con la marca del horror a cuestas. Seguramente luego se alcen contra quienes les robaron el futuro, y les llamarán terroristas.