“¿Qué son los recuerdos sino implantes que todo el tiempo vamos modificando? ¿Y qué son esos implantes que luego alteramos con las sucesivas experiencias? No hay respuestas para esta pregunta. O quizá hay miles”. El párrafo funciona como una advertencia antes de despegar en la lectura de Incierto y sinuoso, la autobiografía de Daniel Melero, escrita a cuatro manos con el periodista Mariano Vespa. Lejos del documentalismo, la obra publicada por la editorial Caja Negra teje un patchwork con voces, fantasmas, archivos y fotos que narran vida y obra del “artista-no-artista”. Vueltas por el universo Melero.

Experimentar la vida de un creador sin descanso. Un viaje que va desde la educación sentimental en la casita familiar en el barrio de Flores -primer estudio y sala de ensayo- hasta su rol clave como asesor artístico de Soda Stereo, Babasónicos y siguen las firmas del parnaso musical argentino de las últimas cuatro décadas.

La deriva de Melero tiene paradas obligadas en el Instituto Di Tella, el Teatro General San Martín, el nacimiento guacho del rock nacional, las páginas del Expreso Imaginario, los puestos del Parque Rivadavia, los sótanos del under de la primavera democrática en el Café Einstein y el Parakultural, generosas disquerías como El Agujerito, la movida sónica, el pop, el techno, el ambient, el infinito y más allá. Borges, Eno, Los Gatos, Bowie, el Mono Villegas, Vivi Tellas, Omar Chabán, Los Violadores, Federico Moura, Todos Tus Muertos, Los Brujos, Suárez, Diego Tuñón…Tatúa Melero en el libro: “Pienso en el color blanco en una de mis obras favoritas, el Monograma de Rauschenberg: la cabra embalsamada en el neumático. Me gusta esa combinación de secuencias plenas e indeterminadas. Vale con las artes visuales. Vale con la música. Vale también con el pálido fuego de la memoria. La memoria es una emoción, destellos de un tren que se difumina en la niebla. Un pasado esmerilado que no se remasteriza”.

Memoriosas memorias desmemoriadas, tórridas crónicas de época, manifiesto, diarios de viaje, apología de la búsqueda, manual de supervivencia, obra transgénero. Un Frankestein -como el del video de “Quiero estar entre tus cosas”- del acervo cultural argentino circa finales del corto siglo XX y principios del nuevo milenio. Los Encargados, las alianzas con Gustavo Cerati, los laboratorios del Instituto Goethe, el sello de culto Catálogo Incierto y su ecléctica carrera solista. La vanguardia es así.

Ni chamán ni gurú. Melero se asume como un anfitrión. Abraza las ideas ajenas y busca expandirlas. Músico, productor, científico, cráneo candente… Melero llega a la cima de la montaña y sigue escalando. En las últimas páginas de Incierto y sinuoso cita un párrafo del Borges de Bioy. Lectura del I-ching: “Ahora hay que pensar en algo nuevo. Estamos como en el último momento de la vida: sólo nos queda la memoria”.

En primera persona

Una noche, en una peluquería cerca de la estación de Vicente López, me corta el pelo un muchacho que se llama Eduardo Galimany: además de juntarse a tocar con nosotros, Eduardo estudia para rendir su examen como peluquero. Mientras intenta dejarme el pelo en un estilo Aladdin Sane, su maestro supervisa la performance. Es un tipo verborrágico y muy divertido que, ya entonces, apodan Geniol: un mimo que cruzaré más adelante en shows de Sumo y en distintas intervenciones artísticas en el Café Einstein.

Mi casa es un polo de atracción, una guarida de forajidos. Un verdadero caldo de cultivo, en más de un sentido. Campeones de la noche, ensayamos arriba de una pizzería, con un calor insoportable. La avant garde en cuero. Somos grillos: a mayor temperatura, más distorsión.

Ocasionalmente vienen otros camaradas. Algunos terminan haciendo música, otros solo quieren usar mis aparatos. En una de esas tardes, Foigelman me presenta a Ulises Butrón. En 1980, armamos David Vincent, un dúo destinado a no perdurar. Nos llevamos bien, pero hay problemas de polleras y tenemos nuestras diferencias musicales: Butrón oye mucho King Crimson y Genesis, él es muy académico y yo soy exactamente lo contrario. Un buen día aparece Luis Bonatto –un gran amigo de Butrón– y alquilan una casa en Mataderos donde nos juntamos a hacer música todos los días. A veces llego, agarro uno de los teclados y pregunto:

–¿Cuál es el La?

Llegado un punto, Butrón me apaga el amplificador porque dice que le da miedo lo que hago. A esa altura, ya me entiendo mucho mejor con Bonatto: yo, sobre todo, estoy buscando cómplices. Contesto todos los avisos del Expreso Imaginario. Si piden un saxofonista, llamo igual y miento: digo cualquier cosa y me informo mucho. Así, a través de un aviso en el Expreso, aparece Richard Coleman:

Busco tecladista equipado que se cope en hacer algo tipo techno (Ultravox!, Bowie, etc.)

Llamame que mejor es hablarlo. TE: 70-3557.

Fragmento de Incierto y sinuoso.