El vínculo que literatura e historieta desarrollaron a través del mecanismo de la adaptación es prolífico y de larga data. Una tradición que busca reelaborar la riqueza de un género a partir de las herramientas narrativas del otro. Esta experiencia, claro, no siempre resulta feliz: similar al ejercicio de la traducción, el objetivo de las adaptaciónes consiste en apropiarse de la esencia de una obra para reconstruirla a partir de un lenguaje con reglas diferentes. La que realizó el historietista estadounidense Peter Kuper de la novela El corazón de las tinieblas, obra magna de Joseph Conrad, resulta paradigmática.
Con un detalle adicional que resulta de interés: la obra de Conrad representa un caso anómalo en relación a la lengua en la que fue concebida en su origen. Es que este escritor nacido en Ucrania y cuyo idioma materno era el polaco, sin embargo escribió todos sus libros en inglés, idioma que recién aprendió a dominar bien entrada su vida adulta. Un hecho tan infrecuente que, en tres mil años de historia de literatura occidental, casi no existen casos en los que un autor haya logrado manejar las reglas de una lengua que no es la propia con suficiente pericia como para convertirse en un clásico indiscutible.
Coeditada por los sellos Fondo de Cultura Económica y Sexto Piso Ilustrado, El corazón de las tinieblas de Kuper ofrece también algunas muestras de maestría en el desafío de reconstruir una obra literaria de semejante complejidad. Su principal mérito radica en la capacidad de aprovechar la naturaleza doble de la sintáxis de la historieta, en la que prosa y dibujo deben convivir sin invadirse ni restarse eficacia en lugar de potenciarse.
La adaptación de Kuper evita cualquier tipo de redundancia entre ellas, un defecto frecuente en el que lo que se lee y lo que se ve no se suman, sino que se superponen. De hecho, el historietista se permite desarrollar algunos pasajes largos en los que la narrativa es solo visual, pero a los que la ausencia de palabras no les quita ni un poco de su elocuencia.
Otro desafío de la obra original son sus dos líneas temporales, contenidas en el juego del relato dentro del relato. La novela de Conrad está estructurada a partir de un personaje que funciona como narrador, quién le cuenta a un grupo de amigos la historia de algo que le ocurrió en el pasado. Esto provoca un ida y vuelta en el tiempo que podría haber resultado confuso, pero que Kuper resuelve visualmente de forma ingeniosa, introduciendo sutiles pero claras diferencias estéticas que permiten entender a qué momento del relato corresponde cada escena narrada.
El horror
El tercer desafío, cuya importancia no es menor, tiene que ver con la forma en que en la actualidad se perciben algunas obras clásicas, a las que se pretende leer despojándolas de su contexto. El corazón de las tinieblas transcurre a finales del siglo XIX en África y se desarrolla en el ámbito de la explotación colonial del marfil por parte de las empresas belgas en el territorio del Congo. Las atrocidades cometidas en esa época por el gobierno del rey Leopoldo II de Bélgica hoy son bien conocidas y se ha alcanzado un concenso general respecto al repudio histórico de las mismas.
La novela de Conrad se encuentra atravesada por la brutalidad que las potencias europeas ejercieron en los territorios ocupados y muchos de sus pasajes resultan muy gráficos en su representación. Esto ha llevado a que distintos grupos intelectuales hayan promovido su cancelación, por considerarla de carácter racista. Con buen criterio, la adaptación de Kuper por un lado se cuida de caer en representaciones estigmatizantes. Por otro, confirma que en El corazón de las tinieblas no hay apologías, sino denuncia y rechazo. No por nada la novela de Conrad puede ser condensada en solo dos palabras, cuya repetición define su identidad: “El horror, el horror”.