Carles Puigdemont estudió Filología Catalana y el periodismo, como le ocurre a muchos, lo terminó llevando por otros caminos. En ese derrotero, durante los Juegos Olímpicos de Barcelona se puso a investigar la Garzonada, una operación ordenada por el entonces juez Baltasar Garzón contra una organización armada, Tierra Lliure, que terminó con la detención de 25 militantes independentistas. Es una mancha en el historial del magistrado ya que el grupo se había disuelto y los acusados denunciaron haber sido torturados. El tribunal Europeo de Derechos Humanos condenó en 2004 al Estado español por no haber querido prestar atención a las demandas de los presos.
Con el tiempo, Puigdemont incursionó en la política, vinculado a Convergencia i Unió, una coalición centroderechista que gobernaba la región desde la recuperación de la democracia. En enero de 2016 remplazó a Artur Mas como presidente de la Generalitat y en julio fue uno de los impulsores de una nueva agrupación política, Partido Demócrata Europeo Catalán (PDeCAT), tras la disolución de CiU, envuelto en denuncias por corrupción de algunos de sus líderes, como el histórico Jordi Pujol. Llegó al gobierno catalán con la promesa de avanzar hacia la independencia. Y mediante una alianza, Juntos por el Si, que incluye a varias agrupaciones. Entre ellas Candidatura de Unidad Popular (CUP) un partido de izquierda anticapitalista, y la principal, Esquerra Republicana de Catalanya (ERC) el tradicional partido regional, que aporta al vicepresidente Oriol Junqueras, y fue protagonista el 6 de octubre de 1934 de una efímera declaración de independencia catalana a través de Lluís Companys.
Este martes, Puigdemont anunció su presencia en la Asamblea Nacional Catalana (ANC). Sería una formalidad: presentar el resultado del referéndum, que con algo más de 40% de asistencia en unas elecciones realizadas en medio de la represión, y con más del 90% a favor de la independencia. De acuerdo a la ley de convocatoria del 6 de setiembre, cuestionada por Madrid y los opositores, debería anunciar los primeros pasos hacia una declaración de independencia. Pero ante este clima de enfrentamiento y presiones del gobierno español, de los empresarios locales y de las instituciones europeas, es difícil adelantar lo que ocurrirá.
Se entiende que Puigdemont no haya dicho nada para no terminar preso bajo el cargo de sedición.
Luego de la violencia del domingo pasado en los colegios catalanes, el ex periodista llamó al diálogo. Pero Rajoy ya le dijo que la única forma de diálogo que aceptaría será si renuncia explícitamente a declarar la independencia. Y ayer fue más explícito en una entrevista con el diario El País: aseguró que impedirá que «cualquier declaración de independencia (de Cataluña se plasme en algo».
Hay sectores de su partido que piden paños fríos y bajar tensiones, pero sus aliados electorales difícilmente se lo acepten. Y en tal sentido, los analistas consideran que el presidente de la Generalitat, al igual que Junqueras, quedaron presos de la CUP y de otros colectivos que apoyan la independencia desde las calles, como Ómnium Cultural. Y se sabe que una vez que las calles hablan ya no es tan fácil callarlas. «