La idea es un poco loca pero este es un artículo sobre Fontova: hacia el comienzo de su gobierno, que fue el de la transición democrática, Raúl Alfonsín quiso instalar un momento análogo al de 1810. Para eso evocaba a los hombres que hicieron la organización nacional, elegía al humilde cabildo de Buenos Aires en vez de la Casa Rosada para saludar el día de su asunción y cerraba su primer discurso ante la Asamblea Legislativa diciendo “en unión y libertad”, retomando el lema instituido en los años inmediatamente posteriores al Sol de Mayo.
En esos días el hecho político buscaba conectarse explícitamente con lo que sucedía en el resto de América. En el himno, que es de 1813, se mencionan, en estrofas que ya no se cantan, los distintos puntos de la guerra de la independencia: México, Quito, Caracas, Potosí. El acta inmortal de la Declaración de la Independencia se publicó en castellano, en aymara y en quechua. Los primeros morteros que se fundieron en Buenos Aires se bautizaron Túpac Amaru y Mangoré.
Y si en 1810 se establecieron vínculos con otros países de América, en los primeros tiempos del alfonsinismo esa tarea, la de conectarse con el resto del continente, estuvo a cargo de Horacio Fontova.
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Yo lo conocía a Fontova por Peor es nada, donde encarnaba a Sonia Braguetti, y siempre lo había asociado a la televisión y a los años noventa; fue sólo después de su muerte que descubrí su increíble faceta musical. Fue un poco por azar y gracias a un equívoco que no he podido despejar: en un blog llamado “Los inconseguibles del rock argentino”, que permitía descargar discos imposibles de encontrar, di con un archivo de unos pocos megas que tenia, por toda descripción, tres palabras: “San Pedro Telmo”. Eran apenas cuatro canciones: «Negro cantor», «Negro pereza», «Canción para Buenos Aires» y «Canto mañanero». En los hechos era más un demo que un disco, pero pocas veces un pedazo de música me conmocionó tanto. Al parecer, San Pedro Telmo fue una agrupación que se reunía los domingos en la Plaza Dorrego de San Telmo, pero la información al respecto es incierta. La cuestión es que yo escuché durante años esas canciones creyendo que uno de los que cantaba era Fontova, hasta que un día se me ocurrió buscar sus discos. Lo hice por curiosidad y porque el alfonsinismo me parece más mágico que Babilonia.
Imagino la desconfianza del lector: nunca es un buen momento para ensalzar consumos irónicos. Pero, entonces, lo invito a escuchar Fontova presidente, un disco grabado en vivo en el estadio Obras, y ver qué le parece. (El nombre se explica así: era 1988 y se estaba en plena campaña presidencial para elegir al sucesor de Alfonsín). Es cierto que hay canciones difíciles de ver bajo una nueva luz: «Me siento bien», por ejemplo, será siempre la cortina de sonido de Peor es nada. Algo similar puede suceder con «Yo quiero una novia pechugona». Pero más allá de eso, y en un universo de teclados tropicales y tumbadoras, hay un tesoro musical.
El disco empieza por el Caribe. Abre con «Estoy loco», una versión de «Going Mad» del jamaiquino Jimmy Cliff, porque a Fontova nada de lo americano le fue ajeno, y sigue con un tema de Rubén Blades: «El padre Antonio y el monaguillo Andrés». Después Fontova presidente sigue avanzando e incluye joyas como «Maduro el bombón» y «Porto Seguro», que ya son clásicos íntimos míos. También está «La pradera», un auténtico himno con el que Fena Della Maggiora, que formó parte del Fontova Trío, despediría al amigo décadas después. También «Me contaron que bajo el asfalto», que, aunque muy asociada a la escuela primaria, se banca una escucha en la adultez.
El disco cierra con una canción homónima: «Fontova Presidente». Antes de empezar a tocar, Fontova dice: “esto, lo que sigue, está inspirado en Alban Berg”. Y recién ahí arranca la letra: “bizcochito´ de grasa / y yerba pa´ tu mami”.
(Dato de color: escribía este artículo en un hotel de Encarnación del Paraguay. La empleada de limpieza estaba barriendo la habitación y se me ocurrió poner a prueba mi tesis. Le pregunté si la música le gustaba y me respondió: “es mi estilo, me relaja mucho”.)
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El chiste sobre Alban Berg permite entrever una cultura vastísima (el padre de Fontova era cantante lírico y la madre concertista de piano) que el resto de su obra no deja de confirmar. En esa misma canción, que es «Fontova Presidente», y a la hora de parafrasear y reescribir la famosa línea nacional que dice “Alta en el cielo, un águila guerrera”, Fontova recita: “Harta en el suelo, un ánima berrea”. ¿Cuántos profesionales de la palabra son capaces de escribir esta línea en nuestra querida llanura?
Y el disco en vivo no incluye joyas como «Casandra», incluida en Fontova y sus sobrinos de 1985. Ahí se escucha, entre tantos aciertos, la aparente paradoja: “como ella no hay ninguna tan tibia”.
Fontova también se permitía dialogar con Nietzsche: escribió un libro titulado Humano, cero humano que permanece inédito.
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Estaba paseando no hace mucho por el Parque Lezama y de pronto me sentí tan a gusto con el hecho de haber nacido y crecido en Buenos Aires que decidí sentarme en un banco a escuchar una canción de Horacio Fontova.
Esa tarde, en un banco del Parque Lezama, me decidí por «Porto Seguro»: poca letra, mucha belleza y Fontova cantando con Fito, a quien en su juego de postularse a presidente presenta como “ministro de poesía” (análogamente Alejandro Lerner era invitado a otra canción de Fontova presidente y presentado como “ministro de seducción social” y así).
Después seguí mi camino, me metí en el Museo Histórico Nacional y ahí fue que sucedió: yo, que quería sumergirme en el siglo XIX (ese es el siglo al que se dedica el museo), me vi de pronto en la noche alfonsinista.
La muestra se llamaba “Los 80: el rock en la calle” y se expuso entre el 18 de diciembre de 2021 y el 28 de agosto de 2022. Ahí adentro la década del ochenta seguía transcurriendo. Y había, y volé, un vinilo de Fontova. (El rock de los ochenta se movió pero sigue estando: pasó de la calle a los parlantes y los auriculares).
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En el alfonsinismo yo era chiquito y, según parece, Buenos Aires también: los jueces del Juicio a las Juntas salían de Tribunales y se iban al Banchero de Corrientes y Talcahuano a discutir sentencias; Spinetta y Fito se encontraban en la avenida Santa Fe y terminaban haciendo La la la; Bilardo, que preparaba a la selección para el Mundial de México, temía que la AFA lo echara y por eso les pedía a mozos y taxistas que le comunicaran cualquier cosa que oyeran sobre él; Jorge Daffunchio, que pronto sería el coautor de «Persiana americana», buscaba desesperadamente a Cerati y lo encontraba.
Así las cosas, no sorprende que en la noche de esa Buenos Aires aldeana todas las galaxias estuvieran cerca: en el Café Einstein, por ejemplo, podían tocar, en una misma noche, Soda Stereo, Los Redonditos de Ricota, Sumo y Fontova, y en el delirante documental Fontova presidente aparecían Jorge Lanata, Daniel Guebel, Jorge Dorio, Federico Storani y Carlos Grosso. (Lo genial es que Fontova mantuvo bastante de ese aire: en 2004 Skay Beilinson tocó en su disco Negro y en 2007 Fito Páez lo convocó para actuar en su película ¿De quién es el portaligas?).
Yo, increíblemente, participaba de la movida: mi abuela vivía en Paso y Tucumán y si reconstruyo los movimientos familiares de muchos viernes a la noche puedo asegurar que, después de la cena en la casa de su suegra, mi padre manejaba por Paso hasta Córdoba para de ahí agarrar hacia Colegiales, donde vivíamos nosotros: la única manera de salir era, igual que hoy, siguiendo derecho por Paso hasta doblar a la izquierda en Córdoba. No hay opción porque Paso termina ahí. Esto significa que muchos viernes alfonsinistas yo pasé, en el asiento trasero de un Regatta, por la puerta del Café Einstein, que estaba en Córdoba entre Paso y Pueyrredón y donde, quizá, estaba el genio emancipado de Fontova agitándose libremente, conectando con el resto de América y haciendo el pan escaso del arte y de la gracia.