Siempre es difícil pensar en Norita Cortiñas sin que nos embargue una sensación de calidez y amor. En el hall Hernández de la Universidad Nacional de Lanús, se realizó un homenaje profundamente emotivo en su honor, en el marco del mes de la memoria.
Organizado por la Federación Universitaria de Lanús (FUL), el evento reunió a estudiantes, docentes y militantes de derechos humanos que se acercaron para recordar a una mujer que transformó el dolor en una lucha incansable por la justicia, la memoria y la verdad.
En el centro de ese homenaje estaba Norita, como siempre, en el corazón de la lucha. Su presencia se sintió en cada rincón, abrazando a todos los presentes a través de las imágenes que la muestran encantadora y sonriente. Las fotografías de Karina Díaz, su amiga y quien la cuido durante 15 hermosos años, retratan momentos inolvidables. Las imágenes exhibidas sobre una tela representaban el símbolo del pañuelo blanco, que sigue ondeando más allá del tiempo.
Norita, madre de Gustavo Cortiñas, secuestrado y desaparecido en 1977, nunca dejó de pelear por su hijo ni por todos los hijos. Desde aquel año, convirtió su dolor en resistencia, transformándose en una voz incansable por la memoria, la justicia y por aquellos que ya no podían hablar.
Karina, fotógrafa y trabajadora del subte, nos invitó a mirar a Norita a través de su lente, capturando sus momentos más humanos y de lucha. «Tuve la bendición de que, en cierto modo, Norita me eligiera«, expresó Karina al iniciar su relato.

Para ella, la relación con Norita fue mucho más que un vínculo fotográfico; fue un encuentro de almas, una conexión profunda que se fue tejiendo con el tiempo. Desde joven, Karina admiraba a las Madres de Plaza de Mayo cuando veía sus marchas en la televisión. Fue su madre quien le hizo entender, con palabras sencillas pero cargadas de significado, lo que esas mujeres representaban: «Menos mal que vos naciste después que tu hermano, porque si no, probablemente yo estaría ahí, con ellas».
Años más tarde, Karina dejó de ver a las Madres solo como símbolos y comenzó a conocerlas en carne y hueso. No solo eran mujeres que luchaban por sus hijos, sino también por los derechos de todos. «Entre los años 2000 y 2003, cuando luchábamos por condiciones laborales dignas en el subte, las Madres estaban siempre. A veces solo para estar, otras veces para acompañar con sus palabras de aliento, con su presencia firme», recordó Karina. Fue en esos momentos cuando comenzó a ver a Norita como la mujer cálida y cercana que era, más allá del dolor de su pérdida. La conoció en lo cotidiano, en su ternura y sencillez.
Norita, en la lente de Karina

Las imágenes de Norita tomadas por Karina no son solo fotografías, sino fragmentos de una vida plena y de una lucha que nunca se detuvo. En cada foto, Norita muestra su rostro sereno, su mirada firme y su sonrisa llena de amor. Se la ve abrazando compañeros, participando en marchas, jugando al fútbol.
En todas las fotos, su esencia permanece intacta: una mujer que transformó el dolor de perder a su hijo Gustavo en amor para todo un pueblo. «Norita no solo era lucha. También era alegría, era vida. En medio de tanta oscuridad, Norita nos ofrecía una luz de esperanza. Su sonrisa era una bandera que nos abrazaba a todos», compartió Karina con la voz entrecortada.
Parte del material exhibido en la Universidad Nacional de Lanús forma parte de la muestra «La memoria no se borra», un testimonio de esa madre de Plaza de Mayo llena de vida, pero también de la Norita de la resistencia. Es un recordatorio de que su memoria no desaparece y su lucha sigue viva. Las fotos pueden verse hasta el lunes en el Centro Cultural «El Telégrafo«, en la localidad de Monte Grande, y cada una es un acto de amor, un grito de justicia.
Atravesada por emociones, Dulcinea Rosetto, quien también estuvo presente en el homenaje y compartió su perspectiva sobre la memoria, la lucha estudiantil y la importancia de seguir construyendo la historia.

«Para nosotros, la memoria es una responsabilidad, no solo una fecha para conmemorar, sino una práctica que se mantiene viva a lo largo del tiempo», expresó Dulcinea, presidenta de la Federación Estudiantil de Lanús. Su voz, comprometida y decidida, se unió a la de tantos otros jóvenes que entienden que la memoria no solo se preserva, sino que se construye día a día.
«En estos tiempos, donde el negacionismo se hace más fuerte y las amenazas a la memoria y a los derechos humanos forman parte de las políticas del gobierno, nuestra lucha sigue siendo vital», continuó Dulcinea. «Nos enseñaron las Madres y Abuelas que la memoria no es solo recordar, sino que es un acto de resistencia. Cada actividad, cada acción que emprendemos como estudiantes y militantes, tiene que ver con esa responsabilidad histórica».
Dulcinea enfatizó la importancia de no bajar los brazos frente a la adversidad y de seguir luchando como lo hicieron las Madres, sin rendirse nunca. «Hoy en día, ser joven y militar en este contexto es un desafío. Los chicos y chicas de nuestra generación están inmersos en un mundo digital, donde la comunicación se diluye entre pantallas y es difícil tocar el corazón de los más jóvenes. Pero también sabemos que las Madres nos enseñaron que no es imposible», añadió. «Si ellas pudieron, nosotros no tenemos excusas. No podemos ni dudar de dar esta discusión. La memoria no es un tema opcional, es un pilar fundamental sobre el que seguimos construyendo el futuro».
El homenaje, que comenzó con la muestra fotográfica, se transformó en un espacio de pensamiento compartido, donde la juventud, la memoria y la lucha por los derechos humanos se entrelazaron. Karina y Dulcinea, con su palabra y su mirada, nos mostraron que la lucha por la memoria es también una lucha por la justicia social.
Norita no se ha ido. Permanece en cada imagen, en cada marcha, en cada abrazo y en cada joven que levanta su bandera. Porque mientras haya alguien que la recuerde y siga su camino, su sonrisa seguirá iluminando nuestras luchas.