Hernán Ronsino acaba de publicar un libro de cuentos, Caballo de verano (Eterna Cadencia). Al igual que sus novelas, cada uno de ellos está construido sobre dos ejes fundamentales. El primero es una espacialidad tan fuerte que logra que el lector pueda situarse con comodidad en el escenario donde se mueven los personajes. Pero ese escenario no es mero fondo, sino que tiene el papel protagónico. Es tan preciso y tiene tanta fuerza que más que ser el espacio donde transcurre la acción, parece ser el que la determina como si en ese espacio construido tan sólidamente con palabras no pudiera suceder algo distinto de lo que sucede.

El segundo de los ejes es la particular economía de su escritura que trabaja más por sustracción que por adición para generar la inquietud que siempre provoca la falta de certezas. Ninguno de los cuentos le deja al lector la sensación de haber conocido de manera completa una historia, sino más bien la de haber asistido a una astilla de esa historia lo suficientemente significativa como que se pregunte cómo comenzó y qué va a pasar después porque, como si se tratara de la interpretación de un pianista, las últimas notas siguen haciendo vibrar el aire, aun cuando el músico ya ha levantado las manos del teclado.

Es tal vez porque ambos ejes están presentes en mayor o menor medida en todos los cuentos, divididos en dos partes que estos nueve cuentos logran una unidad a pesar de haber sido escritos a través de varios años.

Hernán Ronsino

Antes de este último libro de cuentos, publicaste en 2003, otro libro de cuentos, Te escupiré de mi boca. ¿No es así?

-Sí, fue lo primero que publiqué en una colección que dirigía Dalmiro Sáenz en una editorial muy chiquita, Longseller. Creo que el libro apenas circuló. Era algo muy de mis comienzos. Muchos de esos cuentos los corregí con Juan Martini, en el único taller que hice y que fue para mí un espacio de formación muy fuerte.

¿Y cómo surgieron los cuentos de Caballo de verano?

-Fueron escribiéndose entre novela y novela. Empecé escribiendo cuentos, pero siempre construyo el cuento para cambiar el aire de las novelas, contar historias breves, pensar l tonos y  registros de escritura. Todos los cuentos de Caballo de verano son muy distintos en su manera de organizarse, en su resolución. Eso me gusta del cuento, que es una zona de exploración.

Pese a ser distintos, creo que una de las constantes, tanto en tus cuentos como en tus novelas que es lo espacial, que es muy fuerte.

-Sí, en mi escritura y en el imaginario que les da forma a las historias. La espacialidad es fundamental, tiene un papel protagónico ya sea que se trate de una zona rural como la de los cuentos del principio de Caballo de verano, como en una zona mucho más experimental que se escapa de lo rural.  Pienso, por ejemplo, en mi novela Cameron, que es difícil de ubicar espacialmente pero que sucede en el frío.

Esa espacialidad no tenía nada que ver con la de las otras novelas, pero era muy importante. En la última, Una música, dos o tres elementos que son hitos dentro de una geografía me sirven para ordenar un espacio posible, como un río, un puente ferroviario, un campito… Sí, me siento muy cercano a esa idea de que el espacio es determinante del imaginario.  

Esto que te digo no es algo extra literario y puede sonar raro, pero creo que esa espacialidad tan fuerte tal vez tenga que ver con el hecho de que no seas porteño. Naciste en Chivilcoy y en tu vida hubo un cambio de espacialidad, no sé si llamarlo exilio de cabotaje…

-…o desarraigo. La verdad es que no sé bien cómo funciona eso que termina modelando el estilo. En mi caso sí hay un cambio de espacio biográfico.

-Lo decía porque los pueblos tienen una identidad más marcada. Buenos Aires tiene diferentes identidades.

-O quizá una identidad más difusa, aunque hay zonas casi como de pueblo en ciertos barrios.

-Pero es una ciudad muy dilatada. Lo cierto es que, en tu caso, la espacialidad es tan fuerte que de alguna manera determina a los personajes.

-Es que cuando escribo pienso en la necesidad de generar un clima. En los cuentos, creo, hay un espacio-universo, porque cada universo tiene su espacio y un clima muy espeso que es casi más fuerte que la anécdota.

Los personajes también son fuertes, pero no necesitaste desarrollarlos tanto porque los pusiste dentro de un ambiente muy específico.

-Sí. Creo que en este punto, el cuento se equipara con la novela. Ambos están regidos por la necesidad de crear un universo en unas pocas páginas. Y me parece que también los cuentos de Caballo de verano encuentran su continuidad en esa necesidad.

-¿Dirías que son cuentos de un novelista?

-No, no lo creo, no lo siento así, lo que pasa es que hay distintos tipos de cuento.  Lo primero que empecé a explorar en el cuento es el formato de relojería en el que todo está perfectamente ajustado. Luego descubrí otros formatos. Por ejemplo, el de la cuentística de Walsh que está un poco desplazada en el recuerdo. Se lo asocia más a sus crónicas, pero era un cuentista formidable.

Están los cuentos de Martínez Estrada» como el famoso Sábado de gloria  y La inundación. Son cuentos más abiertos, más libres. La inundación es un cuento de clima. La gente está en un pueblo esperando que pare de llover, pero no para. Todos, los ateos y los católicos, están encerrados en una iglesia. Al descubrir otras formas de contar, me sentí más cómodo ahí.

Foto: Diego Martínez

Por eso no diría que me siento más novelista que cuentista, sino que me siento más cómodo en el formato  más abierto. Y esto me pasa tanto en el cuento como en la novela. El género me encanta, me fascina, lo leo, pero no lo puedo usar.

Existen fórmulas como el policial, el fantástico, el terror y está muy bien, pero yo no me siento cómodo con ellas. Hay autores que adscriben a determinados géneros. Yo, en cambio, recurro a  elementos de distintos géneros.

En dos de tus cuentos, el primero de la primera parte, “La tormenta”, y el primero de la segunda parte, “Los ladrones”, hay una tormenta y aunque en Buenos Aires nos  hemos inundado, creo que una tormenta en una zona rural es algo distinto.

-Sí, una tormenta en el campo es un acontecimiento, una experiencia perceptiva, sensorial, de sentimientos que se producen ante su inminencia, su formación y cuando, por fin, se desata.

-“Los ladrones” es terrible por lo que se pregunta.

-Claro, se pregunta qué hubiera pasado si el protagonista hubiera tomado otras decisiones.

-Y el protagonista, buscando la seguridad absoluta, va hacia una posible tragedia inminente.  Hay ladrones que quieren entrar a su casa cuando se desata una gran tormenta.

-Y, aunque está en su propia casa, está como a la intemperie porque se le llueve todo debido al “arreglo” que hizo alguien al que decidió no pagarle. Hay decisiones que parecen pequeñas en su momento, pero que, de acuerdo a la elección, marcan un destino distinto.

En este caso, la elección era quedarse a vivir una vida tranquila o vivir la aventura de  irse tras el amor a otra país. Él, muy meticuloso, elige lo aparentemente más seguro que es quedarse a trabajar en un banco. Elige la seguridad de la familia, de los padres y lo que posiblemente le va a pasar, le va a pasar por precavido. Además,  allí aparece la fantasía que alguien tiene sobre el otro.

Lo van a asaltar –eso parece- porque por una interpretación absurda, alguien cree que tiene dólares, lo que puede ser o no. Eso muestra el poder de la fantasía sobre la realidad.

-Sí, son fantasías que se van armando y también deciden un destino porque cuando se cree en una fantasía, se actúa en consecuencia. .

-Otra constante de tus cuentos es el silencio, lo no dicho o lo dicho a medias.

-Claro, como en “Y los perros también”.

Ahí aparece el tío Evaristo que se casa con una mujer que un día va a hacer un escándalo a una parte de la familia cuyas razones no están muy claras. Ni siquiera en el final, cuando la madre de esa familia agredida le dice algo a la mujer del tío Evaristo, que hace que se desmaye.

-No sabemos qué se dicen, pero la viuda del tío Evaristo quedó expuesta delante de todos. Creo que eso es más importante que si supiéramos qué se dijeron. En las películas de terror que daban en la tele de mi infancia te daba más miedo la inminencia de la aparición del monstruo que el monstruo mismo, que era ridículo, de cartón.

-Otra característica de tus cuentos es el silencio, lo no dicho o dicho a medias.

-Sí, lo no dicho arma una cadena de percepciones y fantasías en los personajes. Eso sucede también en la dupla de cuentos “Pie sucio” y “Febrero”. En los dos hay una sensación de incomodidad. En “Febrero” la incomodidad de una mujer se produce por un accidente que tuvo y que nunca confesó. En “Pie sucio” un hombre, cuando la mujer le dice que va a ser papá, comienza a preguntarse si él será realmente el padre de ese hijo. Tiene clavada  una duda, una incertidumbre y eso es la base de la pareja.

Los secretos y silencios carcomen los vínculos. Eso dirime la forma de la historia.

-Él no da indicios de que en algún momento va a verbalizar esa duda, sino que la pone en la sombra.

-Lo pone en el clima. El clima, y la importancia del paisaje de que hablábamos antes posiblemente tengan que ver con el pueblo. Pero este mecanismo de silencios y secretos, de cosas dichas a medias sí lo percibo bien claro las maquinarias de las pequeñas ciudades. De pronto, estás conversando con alguien y pasa una persona en bicicleta y ese alguien te cuenta el peor de los secretos de esa persona. Entonces, dos desconocidos saben lo que esa persona ignora que saben. Es como vivir a la intemperie, desnudos, porque todo se ve.

El arte de dejar supuestos cabos sueltos

En tus cuentos quedan latiendo otros cuentos posibles. En “Febrero”, por ejemplo, la protagonista se molesta cuando una amiga le habla de un libro porque dice que ella perdió el hábito lector. Eso sugiere que puede haber sido otra, vivir otra vida.
–Sí, en algún momento se pregunta cómo hubiera sido su vida de haber seguido con su otro novio. Quizá ese novio le hubiera propuesto una vida más artística. Tal vez venga de ahí su relación con los libros. Pero el matrimonio terminó apagándolos como esas plantas de interior que se van ahogando de a poco.
–Hay un trabajo minucioso en escamotear información explícita. Parecen cabos sueltos pero no lo son.
–No, no lo son. Ese cuento puede leerse como un díptico con “Pie sucio”, como si hubiera un delay entre uno y otro. Me interesaba que cuando el lector llegara a «Febrero» comenzara a reconocer al marido como el protagonista del otro cuento. Hay un deseo de creación de un universo y un clima que se va expandiendo. En eso hay algo de novelista, no lo voy a negar.

El poder de la ficción

–Tus cuentos muestran el poder de la ficción. Cosas aparentemente banales pueden desatar una tragedia. En el último cuento, «Ejército enemigo», un padre puede dejar de ver para siempre a su hijo porque le dijeron que lo habían secuestrado cuando no era cierto.
–Sí, ese es un punto importante en lo que escribo, cómo se entrelazan las percepciones de los personajes y se juega con la fantasía, cómo la ficción va tramando la realidad. Piglia decía citando a Valéry, creo que en Crítica y ficción, que todo orden social necesita de fuertes ficciones en relación a la construcción de una identidad desde el Estado, como los fuertes símbolos nacionales. Esa idea es verdad, el poder necesita de la ficción. Pero en mi libro se trata de una ficción microscópica que se pone en juego con los fantasmas y prejuicios de los personajes.