Yo quiero vivir
La vida era para Hebe una pulsión vital. Nada es posible fuera de ella. Nadie nació para ser víctima. Hebe, menos. Sus días sobre la tierra fueron un ejercicio extraordinario de ese verso tan potente de Paco Urondo: “Sin jactancias puedo decir que la vida es lo mejor que conozco”. No sé de otra mujer así.
En simultáneo a su militancia, Hebe escribió poemas. Además de cartas a presidentes, discursos, marchas, tomas de catedrales, escribe versos. Trabajaba en silencio con las sombras de la palabra. Los poemas, como los buenos vinos, no se explican. Se beben y ya. Son. Como Hebe en la historia. Una vez la oí decir que si pudiera elegir, volvería a vivir todo tal cual sucedió. Qué fuerte.La opción incluía los horrores que debió atravesar, claro. Pero también la lucha. Y no dudó. Entre un genocida preso y un niño feliz, Hebe prefería definitivamente que un niño sea feliz. Como la poesía cuando, sola ante el dolor, elige la belleza, siempre.
Yo quiero vivir soñando
Yo quiero vivir cantando
Yo quiero vivir amando
Yo quiero vivir marchando.
Vivir soñando la vida
Vivir cantando los días
Vivir amando a los hombres
Vivir marchando los jueves.
Soñando la vida misma
Cantando día tras día
Amando a todo mi pueblo
Marchando toda mi vida.
Quiero ser
Quiero ser calandria para cantar
Quiero ser árbol para dar sombra
Quiero ser fuego para dar calor.
Quiero ser luna para soñar
Quiero ser fusil para apuntar
Quiero ser un hijo para seguir.
Quiero ser muchas madres para triunfar
Quiero ser tiempo para no pasar.
Hebe- 1/10/90
Libertad
Cuando sueño con la muerte
quisiera morir por vos
porque sos lo mas precioso
que jamás alguien soñó.
Veo la sangre en la tierra
Veo el sol quemar con fuerza
Veo a los niños reir
seguros de que no habrá guerra
Yo quiero morir por vos
Libertad ansiada, amada
Morir por vos Libertad
es la muerte mas sagrada.
Hebe-8/12/90
Todavía
“Deme, si podés, llamame”, me dice Hebe en un mensaje de Whatsapp. Son las diez y media de la mañana del viernes 7 de octubre de 2022, primer día feriado de un fin de semana larguísimo, que se extiende hasta el lunes 10, inclusive.
Ese viernes a las ocho de la noche debemos hacer una emisión del programa La Salmona, el ciclo que animamos en la AM 530, la radio de las Madres, desde hace cuatro temporadas. “No hagamos el programa hoy. No me siento bien, ayer cuando llegué a La Plata me agarraron los gases del partido”, me cuenta Hebe cuando, al mediodía del viernes, la llamo, como me decía en su mensajito.
La noche anterior, Gimnasia de La Plata y Boca habían disputado en el estadio del Bosque un partido definitorio por el campeonato, que fue suspendido apenas comenzado, debido a una feroz represión de la Policía Bonaerense con gases lacrimógenos, que ingresaron a la cancha y afectaron por igual a hinchas del Lobo, periodistas deportivos y jugadores de los dos equipos.
Es raro, pienso. Hebe vive en 45 entre 20 y 21, y el Bosque está en la otra punta de la ciudad. Los gases empezaron a las nueve y media, cuando arrancó el partido. Para entonces, Hebe ya debería haber llegado hacía rato a su casa, porque nos despedimos a las siete menos cuarto en la Casa de las Madres, e inmediatamente después se subió al auto para volver a La Plata, luego de una jornada agotadora, que incluyó, centralmente, la marcha 2321 de los jueves. ¿Tanto tardó en llegar a su casa?
Ese jueves hablamos, además de mí, Hebe y Ayrton Blanco, un joven presidente de la Unión de Estudiantes Secundarios de la Ciudad de Buenos Aires, que denunció el atropello llevado adelante por el Gobierno de Horacio Rodríguez Larreta contra quienes mantenían tomadas decenas de escuelas, en protesta por su estado edilicio y la bajísima calidad de las viandas de alimentos. Hebe está emocionada por el vigor demostrado por el pibe en su discurso. Pero se la ve agotada. Para que suspenda el programa de radio debía sentirse realmente mal, pienso ahora. Hebe decía que se pintaba y arreglaba para Macri, para que diga: “Esta vieja de mierda no se muere más”. Sin embargo, en los últimos meses solo la fuerza de sus discursos disimulaba las flaquezas de su cuerpo. Como quien ajusta un tornillo flojo o afina una cuerda a punto de romperse, el pañuelo le daba potencia a su rostro cada vez más ojeroso.
Su malestar del viernes se agudiza durante todo el fin de semana largo y obliga a su internación clínica el lunes 10, todavía feriado. Tras la visita del gobernador Axel Kicillof al sanatorio, la novedad de su internación se filtra a los medios de comunicación. Hebe, al comando de todo, indica que no debemos decir nada, ni confirmar, ni desmentir la noticia. Un mensaje público del ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires corrobora lo que circula en los diarios y en los teléfonos celulares, y nos libera de tener que ocultar la situación a compañeros y compañeras cercanos, que preguntan preocupados: “Acabo de salir del Hospital Italiano de La Plata y estuve con Hebe conversando un largo rato. Ella está bien, clarísima en sus ideas, como siempre. Ahora completará estudios de rutina para reajustar el tratamiento clínico de sus afecciones crónicas”, escribe el martes 11 de octubre Nicolás Kreplak en Twitter.
A los tres días de su ingreso al Hospital Italiano, Hebe es dada de alta. Es el jueves 13 de octubre. Doy la novedad en mi discurso de la marcha 2322 de los jueves, que comparto con Cristina Caamaño, el joven Ayrton Blanco, que es convocado nuevamente a hablar debido al impacto que provocó su anterior intervención, y la Madre Carmen Arias, que habla en la Plaza en lugar de Hebe durante su convalecencia.Los estudios le dan bien. Sale mejoradísima del sanatorio:(…)
Hebe está feliz. Se siente realmente bien. Ese domingo 16 de octubre, Día de la Madre, Me invita a almorzar a su cocina, que ya no está llena de papeles. Su intención es darles descanso a las compañeras de la Casa, para que pasen con sus hijos e hijas el Día de la Madre. “Le cociné a Demetrio albóndigas con lentejas; primero una picadita, con mantel cubano y delantal de Bolivia, porque hay que reivindicar a Latinoamérica y toda la voluntad que le pongo para estar bien”, le cuenta a Elisa, mientras yo estoy en viaje a La Plata.Conversamos animadamente de todo, menos de política. Esa es la férrea condición que me impone, además de no lavar los platos. “No me hagas poner nerviosa”, me grita casi, cuando amago con poner detergente sobre los vasos. Me convida una copita de jerez, que ella, disciplinada como siempre, evita de servirse. Cortamos un melón, de los primeros de la temporada de verano inminente, que es lo único que accedió a que lleve para el postre.Hebe me quiere mostrar lo bien que se siente. Me hace un diario de Yrigoyen sobre su salud. Y yo me dejo llevar: hace años que no la veo así. Hay Hebe por veinte años más, me entusiasmo. Me vuelvo a casa cuando llega Carmen, que se queda con Hebe hasta las ocho de la noche de ese domingo.
Hebe sigue mejorando los días siguientes y atendiendo en forma creciente las cuestiones de Madres, aunque por teléfono, sin ir a la sede. El lunes 31 de octubre, sin embargo, ingresa otra vez a la unidad coronaria. Desde el sábado, tras la visita que el expresidente ecuatoriano, Rafael Correa, le hace por la tarde en su casa, no se siente bien. Raro. No es buen síntoma que desmejore tan pronto y deba volver al hospital, pienso. “Mañana tengo que ir al sanatorio para hacerme estudios, me tengo que quedar por lo menos un día, porque me descompensé un poco. Y el doctor quiere ver por qué”, me confía en la noche del domingo 30. Me alarmo y Hebe se da cuenta. “Para no ir y venir el doctor me dijo que prefiere internarme y hacerme todo, porque son muchas prácticas. Pero vos, tranquilo”, me contiene.
Los días que se suceden a partir de entonces conducen lenta, pero inexorablemente a lo que aún hoy nadie puede aceptar. ¿La propia Hebe sí? ¿Lo presentía, acaso?
De la segunda internación sale de alta el jueves 3 de noviembre, pero vuelve el miércoles 9, aunque solo por veinticuatro horas. La internación es ambulatoria, para que se ponga relativamente bien y esté compensada, las mejores condiciones posibles para lo que será su regreso a la Plaza.
El jueves 10 de noviembre habla al cierre, después de mí y el dirigente bonaerense de La Cámpora, Lauro Grande. Será su última marcha de los jueves. “Vos decí lo que quieras, pero ni se te ocurra plantear algo de salir a la calle. Voy a convocar a una pueblada contra la Suprema Corte”, me advierte antes de salir de la Casa de Madres, camino a la Plaza.
“Los médicos me dejaron venir porque saben que también es parte de mi salud, necesito la Plaza para cuidarme, los necesito a ustedes para mejorarme”, dice Hebe al comienzo de su discurso, y acto seguido agradece a “los compañeros y compañeras que me acompañaron y me cuidaron un montón de días, y a Carmen, que se puso al hombro la Plaza, a Visi y a Josefa que vinieron cada jueves”.
A los dos días, en una intervención programada, Hebe es internada nuevamente en el Hospital Italiano para que sus médicos le pongan un marcapasos. A las seis de la mañana, junto a Sofía, ingresa a la clínica. El procedimiento médico le impondrá un reposo absoluto en su casa por el lapso de un mes. Hebe lo sabe. ¿Y lo acepta tan mansamente?
La intervención del sábado 12 sale bien, pero su cuerpo no termina de acomodarse al nuevo ritmo de su corazón. Elisa, que la cuida seis noches antes de su última noche, me dice que, tras la visita del cardiólogo, en la mañana del lunes 14 de noviembre, Hebe le confió: “De esta no salgo”. Lo hace con un gesto que desmiente el diagnóstico del médico: “Está muy bien, mañana se va de alta”, le dice el doctor. Como en tantos pronósticos dramáticos de su vida, Hebe vuelve a acertar.
Hebe, lúcida hasta el último momento, se preocupa más por el desarrollo del acto de Cristina en el Único de La Plata, previsto para el jueves 17 de noviembre, que por su propia salud. Su desmejoría creciente es, sin embargo, un secreto a voces, que corre por las gradas de las tribunas del estadio. La vida de Hebe se escurre, indefectiblemente. Finalmente, en la mañana del 20 de noviembre de 2022, apenas diez días después de su última marcha en la Plaza de Mayo, Hebe cierra los ojos para siempre. La acompañan su hija, María Alejandra, y Silvina Rivilli, una médica psiquiatra de Córdoba, muy cercana a Hebe, que había organizado los últimos tres Congresos de Salud Mental y DD HH de las Madres.
Horas antes, durante la madrugada, había estado con Carmen Arias y los sacerdotes Francisco “Paco” Olveira y José Ignacio Blanco, del Grupo de Curas en Opción por los Pobres, que habían sido convocados por la hija de Hebe ante la proximidad de lo ya inevitable. Aunque los compañeros y compañeras de Madres sabíamos que el final era inminente, el mensaje de Cristina en su cuenta de Twitter me toma por sorpresa: “Queridísima Hebe, Madre de Plaza de Mayo, símbolo mundial de la lucha por los Derechos Humanos, orgullo de la Argentina. Dios te llamó el día de la Soberanía Nacional… no debe ser casualidad. Simplemente gracias y hasta siempre”, escribe la vicepresidenta argentina. No son las once de la mañana todavía del domingo más triste de los últimos cuarenta y seis años argentinos.
Extrañamente, siento ajeno el posteo. Como si la Hebe de la que habla Cristina no fuera Hebe. Nuestra Hebe. Estoy blindado contra la noticia, pero la anestesia me dura hasta las dos de la tarde, cuando los compañeros Andrés Paul, “El Vasco”, y Manuel Marín —este último ingresado apenas dos meses antes a colaborar en el área de Prensa de Madres—, publican el aviso que nunca creí que iba a leer alguna vez: “La Asociación Madres de Plaza de Mayo comunica que nuestra presidenta, Hebe de Bonafini, cambió de casa, como ella siempre dijo de sus compañeras que la precedieron en la partida. Seguirá para siempre en la Plaza de Mayo. ¡Ni un paso atrás!”.
Ahora sí, Hebe no está más. El primer comunicado de la historia de las Madres que sale por sus sitios oficiales de difusión sin su autorización expresa. La primera despedida pública a una Madre de Plaza de Mayo no hecha por la presidenta de las Madres de Plaza de Mayo. Pienso entonces en Angelita, Azucena, Beba, Carmen, Irene, María, Pina, Sara, Visitación, las Madres que sobreviven a Hebe, y que deberán continuarla ahora, como Hebe y todas ellas a tantas Madres antes.
Que prologan por estos días la marcha que juntas marcharon durante tantos años, casi cuarenta y seis. Así como otras generaciones son los pies que ahora por ellas caminan, sus compañeras son la luz que resplandece en el pañuelo todavía. La palabra “todavía” es una noción de tiempo oblicua. No lineal. Visceral y compleja al mismo tiempo. Como un ángulo recto, es aguda y obtusa simultáneamente. En su presente trae el pasado que pasa, y el futuro a cada paso. En su regazo existo. Todavía.
Buenos Aires, enero de 2023