Escribir no desde una idea, sino a partir de una imagen, un recuerdo, y reordenar para darle un sentido, es la manera que encontró Víctor Winer para contar historias. «No es una cuestión de estilo, es una cuestión de formación. Ricardo Monti, uno de los cultores de este método, fue mi maestro y yo, como otros de mi generación, tomé este guante con muy buenos resultados», dice el autor de 220 Voltios. Así surgió la obra, de la imagen que recordaba en el patio de su colegio religioso, y pudo unir lo humano con lo religioso a partir de un personaje que es encargado de preparar los sistemas eléctricos para iluminar toda una iconografía de vírgenes y Cristo para iglesias.
Daniel Marcove dirige y protagoniza esta puesta, donde conviven lo sagrado y lo profano. «En las primeras páginas me despertaron imágenes sensibles. Este es un material muy atractivo porque presenta un universo muy personal que tiene personajes de una gran teatralidad.Tiene algo que podemos llamar un grotesco moderno, periplo entre el humor y la emoción», afirma Marcove.
VW: La opinión del autor, en este caso la mía, muchas veces no está tan explícita. Y uno se hace cargo del sesgo que en definitiva tienen sus trabajos, pero en este caso me encontré que en ese marco litúrgico, pero que me dejó trabajar sobre el tema del legado padre hijo, que es lo que en definitiva prevalece. El legado cultural, la continuidad de la sabiduría transmitida y la importancia de la misma. Y echar luz, justamente, al milagro cotidiano. DM: Es el periplo de personajes en gran soledad que atraviesan un descubrimiento del amor paternal, en un marco entrañable, y aparece la condición humana: los amores y los odios de un vínculo. Hacer una obra es como tirar una botella al mar, y la devoluciones pueden ser de lo más variadas e inesperadas. En teatro todo es incierto y sorprendente. Es un rito muy particular.
DM: Y en nosotros los argentinos está bastante incorporado como algo importante de mantener, cosa que no es fácil. El gen teatral argentino es un fenómeno increíble y difícil de definir. Sólo en Buenos Aires hay más de 700 espectáculos, y mucho talento. Y en todo el país es igual. Será la mezcla de inmigraciones donde lo sanguíneo y lo emocional arma una química muy poderosa para ir a ver teatro y hacer teatro. El tarifazo no ayuda. Todo lo social y económico afecta en lo teatral, pero es una pasión, por eso aparecen experiencias nuevas para seguir haciéndolo. «