El legado de  Gustavo Rowek como baterista, compositor y generador de proyectos continúa inspirando a nuevas generaciones de músicos y fans del heavy metal. Nacido el 19 de marzo de 1963 en Buenos Aires, comenzó a tocar la batería a los 16 años y su primera banda se llamó Sourmenage.

Pero fue con V8 que ya se ganó un lugar en la historia del rock en la Argentina. Con la legendaria y fundante banda de metal en castellano grabó los míticos álbumes Luchando por el metal (1983) y Un paso más en la batalla (1985). Más tarde, junto a Walter Giardino, fundó Rata Blanca, la banda de metal más exitosa de nuestro país y la de mayor llegada internacional.

Pero Rowek es una persona inquieta y el éxito no suele condicionar sus decisiones. En 1997 decidió marcharse de Rata Blanca para formar Nativo. Luego vendría la banda que lleva su apellido y diversos proyectos como Tributo a V8, War Pigs –donde repasa el repertorio de Black Sabbath- y Entre el Cielo y el Infierno –que rescata ese disco de Rata, cantado por Mario Ian y suma nuevas composiciones-, además de una intensa actividad como docente.

-¿Cómo elegiste la batería?

-En el colegio secundario estaba todo el día rompiendo las bolas haciendo percusión en el pupitre. Hasta que un amigo me dijo: «Vení, vamos a tocar una batería de verdad». Y fue como encontrar un oasis en el desierto.

-¿Dónde fue?

-Él tenía una sala en la casa, tenía una batería blanca, con platos dorados nuevitos. Me senté a tocar y no me levanté nunca más. Agarré los palillos y toqué. Fue muy loco. A los tres años de empezar con la batería ya estaba en V8: imaginate lo vertiginosos que fue todo.

-¿Escuchabas solo rock?

-No. Siempre escuche de todo, nunca fui cerrado.

-¿Qué te gustaba?

-En casa escuchábamos de todo. Desde los Los Wawancó a Beethoven, pasando por jazz, Julio Sosa, Gardel, Los Beatles, Willy Colón, Spirituals… Mi viejo era melómano. Tenía más de mil discos en casa. Me dejaba meter mano y escuchar lo que quería. Así me crié.

Los Beatles.

-¿Pero el rock te identifico más?

-A la hora de tocar me gustó lo visceral y el metal me encontró.

-¿Siempre quisiste ser músico?

-La música siempre me llevó de las narices. Yo era un pibe típico de Villa del Parque, al que le gustaba la música y siempre quise tener una banda con mis amigos y poder vivir de eso. El Barba fue muy generoso conmigo, porque sin darme cuenta me cumplió el sueño o me permitió hacerlo. Pude viajar, tocar en la cancha de Racing llena…

-¿Cómo recordás los tiempos de V8?

-Lo loco de hacer historia es que uno en el momento no lo sabe, solo vive lo que le toca. Éramos cuatro loquitos que nos gustaba hacer música y pintó el disco. Nada más lejos de lo que es ser una estrella de rock. Los V8 éramos unos pibes que vivíamos en el barro, bien clase obrera.

Ludwig van Beethoven.

-¿Qué fue lo más loco que te pasó en esa época?

-Y creo que algo que nos pasaba bastante era estar tocando y de golpe todos adentro de «las lanchas»: músicos, sonidistas, mánager, público, dealers y algún boludo que pasaba caminando de la nada terminábamos todos presos. Hoy lo pienso y digo “¡que bizarro!”. Que te metan preso por nada, por hacer música. Así era nuestra realidad. Pero cuando salíamos ya estábamos armando otra movida.

-¿Era una forma de resistir y rebelarse?

-Sin duda. La que nos nacía. V8 era el grano de pus, de lo que nadie quería ver. Era nuestra forma de luchar.

-¿Cómo fue el momento de alejarte?

-Era un entorno que estaba rodeado de mucha locura. Mucha, mucha locura. Todo era caótico. Separarse fue algo natural. Fue lo más sano.

Carlos Gardel.

-¿Por qué?

-La relación era insostenible. Nos fuimos a Brasil, pero no se podía. Beto Zamarbide y Ricardo Iorio, por un lado, y yo con Osvaldo Civile, que estábamos todo el tiempo recontrarelocos, por otro. Pero hoy lo veo como que era lo que tenía que pasar, fue lo mejor. Podría haber durado más pero bueno, así fue. También eso agrando el mito.

-¿Qué te hace sentir la partida de Ricardo Iorio?

-La relación que yo tuve con él no tiene nada que ver con el Ricardo que falleció. Eran dos tipos diferentes, pero como todos. Yo tampoco soy aquel que era. Lo que siempre digo que la obra es más que la persona.

-¿Lo que rescatás es la obra?

-Sin dudas. Fue uno de los mejores compositores que tuvimos. Era un músico genial. Iorio fue un grande, pero me reservo lo que pienso de él como persona. Porque en el fondo, no importa. Yo no estaba de acuerdo para nada en lo que decía en su última etapa. Su ideología no era la mía, pero lo más importante es su legado eterno. La obra sobre el artista, siempre y está bien.

La formación inmortal de V8.

-¿Cómo fue luego armar Rata Blanca?

-Fue diferente. Aprendimos de algunos errores y tratamos de no repetirlos, por lo que duramos bastante más.  Pero bueno, como todo, se cumplió un ciclo. Me fui en lo más alto. Todos me decían que estaba loco. Pero yo sentía que  a pesar de todo, tenía que seguir mi instinto.

-¿No te gustaba para dónde estaba yendo la banda?

-Me resultaba muy previsible. Prefería dar un paso al costado y hacer mi estética, mi predica propia, mi camino. Sin mucho rollo y me fui. No muchos se animan, pero estoy un poco loco y tengo un compromiso musical con lo que yo quiero hacer muy grande.

Rowek y su banda solista.

-¿Por qué hoy las clases populares no escuchan tanto metal y sí otros géneros?

-Porque es así la vida. Puedo pensar respuestas rebuscadas, pero sería chamuyo. Una generación busca diferenciarse de la otra, la que viene de la otra y así. Pero el metal tiene algo de legado, padres o hermanos mayores se la pasan a los nuevos. Es algo loco.

-¿Los excesos y el rock se necesitan?

-Muchas veces van de la mano. Pero es una etiqueta vieja. Hoy todo está más profesionalizado. La falopa es una mierda. A mi casi me mata. Tengo muchos amigos muertos. Un huevo frito es rico, diez te rompen el hígado. Por eso el compromiso es siempre con la música. «

El baterista también lidera un tributo a V8.
Foto: Andres Violante

Ping pong con Gustavo Rowek