Donald Trump pateó el tablero de ajedrez, mal que le pese a Zbigniew Brzezinski, el geopolitólogo polaco-estadounidense que diseñó en gran medida el mundo que hasta hace un rato nomás se podía ver. Y para esta movida de profundidad excepcional aplicó un mandoble a la víscera más sensible para los mercados, dando inicio a una guerra comercial que parafraseando a otro teórico de fuste como Carl von Clausewitz, sería la continuidad de los enfrentamientos militares por otros medios.

Esta guerra de aranceles ya dejó un tendal de llorosos haciendo fila en las puertas de su residencia de Mar-a-Lago o llamando a la Casa Blanca, cada uno con su propuesta para reducir la parte que le toca en las tarifas aduaneras. México y Canadá, socios de un mercado común que ya no es tal, son los más afectados. Y eso que son aliados. La Argentina de Milei logró que le hicieron precio, juran los voceros del presidente paleolibertario: apenas un 10%. Que es lo mismo que consiguieron los gobiernos “comunistas” de Brasil, Chile, Bolivia, Colombia, Uruguay, sin haberse rebajado hasta la humillación.

Buena lección para un proyecto como el de la dupla Milei-Luis Caputo, que pretende romper con el Mercosur para lograr un acuerdo de libre comercio como el que se abortó en Mar del Plata en 2005. De haber nacido el ALCA, a esta altura los aranceles para la región hubiesen sido del 25%, ¿alguien lo duda? Otrosí digo: las volteretas de Manuel Adorni para tratar de explicar que lo de Trump no es proteccionismo sino libre mercado aplicado a la geopolítica no tienen desperdicio.

Para la Unión Europea, como si el haberles soltado la mano en Ucrania no fuera suficiente, Trump les dedicó un 20% de aranceles. Como para no sentirse “decepcionados”. A los británicos les hizo precio de amigos, el 10% general. Skeir Starmer y Emmanuel Macron gastan los cartuchos que les quedan en mostrarse prepotentes en todos los terrenos. Por ahora sólo consiguen memes irónicos.

Si se tiene en cuenta la historia de Europa, es una rara unidad la de galos y anglos que surgió ni bien Trump se amistó nuevamente con Vladimir Putin. Ingleses y franceses siempre se miraron con desconfianza y hasta compitieron en muchos momentos por quién tenía más colonias o quién era más feroz con los colonizados, pero esos eran otros tiempos. Londres y París tienen también viejas rencillas con los alemanes, pero ahora, con el bloqueo de la provisión de energía rusa y la destrucción del Nord Stream II, no es osado afirmar que no habrá un IV Reich. Sólo queda Rusia como ancestral enemigo. El enemigo necesario para reactivar la industria…bélica y recuperar algo de la unidad regional.

¿Será que Putin piensa realmente con invadir el oeste, como dicen en la OTAN? Para eso tiene un pequeño problema. La Federación Rusa perdió algo así como un tercio de la población que tenía la URSS, diseminada en las 14 repúblicas que se declararon independientes en 1991, entre ellas Ucrania. Tiene ahora unos 145 millones de habitantes –la tercera parte de la UE– y el índice de fecundidad, alrededor de 1,40%, no difiere del promedio europeo. Digamos que para una guerra contra la OTAN no le alcanzaría y además, al igual que los occidentales, pierde población paulatinamente.

En ese sentido, la guerra de Trump suena a menos sangrienta pero igual de letal, aunque el Elíseo y el 10 de Downing Street digan que «no va en interés de nadie».