Más de 20 minutos habían pasado de la medianoche del domingo cuando en el Teatro Nacional Miguel Ángel Asturias empezó a sonar «La Primavera» de Antonio Vivaldi. Con nueve horas de retraso (por un largo embrollo en la elección de las autoridades del Congreso), Bernardo Arévalo juramentaba como presidente de Guatemala dejando atrás décadas de gobiernos conservadores y abriendo paso, por primera vez, a la ilusión de las mayorías postergadas. Los agudos de los violines le daban un tono épico y profundamente simbólico: el protagonista de este punto de inflexión histórico es el hijo de Juan José Arévalo, el presidente que inauguró la llamada «primavera democrática» tras la Revolución de 1944, luego continuada por Jacobo Arbenz y abortada por el golpe del ’54 con el sello de la CIA.
Le siguió un discurso de asunción sobrio y luego otro más efusivo, ya de madrugada, en el balcón presidencial frente a una multitud que se quedó a bancar la parada para defender la frágil democracia asediada desde el triunfo de Arévalo en agosto pasado. «Nunca más el autoritarismo. No permitiremos que nuestras instituciones se dobleguen otra vez ante la corrupción y la impunidad», fueron sus primeras palabras.
Atrás quedaba una larga transición marcada por las constantes zancadillas desde el Ministerio Público para intentar impedir la llegada del nuevo gobierno, lo que Arévalo denunció una y otra vez como un «golpe de Estado judicial».
Fue clave para frenar esa desestabilización la gran movilización popular con fuerte componente juvenil, a la que luego se sumaron las comunidades indígenas con un acampe de 106 días frente a la sede de la Fiscalía. También el apoyo de la «comunidad internacional», principalmente de Estados Unidos (ver recuadro) y la OEA, en una ecuación que no falla: nunca se pudo imponer un golpe en América Latina sin la venia del Norte.
Luego de ese discurso en el que la columna vertebral fue la promesa de rescatar al país de la corrupción y preservar el Estado de Derecho, Arévalo agradeció a la juventud y a la población indígena «por su papel destacado en defensa de la democracia». Dedicó varias menciones a los pueblos originarios –mayoritarios en el país–, «de quienes no dejo de aprender y valorar diariamente, consciente de las deudas históricas que debemos resolver».
En esa línea, al día siguiente ocurrió el primer gesto simbólico. Arévalo y su vice Karin Herrera participaron de una ceremonia maya en el lugar sagrado Kaminal Juyú, donde las autoridades ancestrales les colocaron la tradicional corona de flores bendiciendo al flamante gobierno.
Primeras medidas
Otra acción disruptiva en su debut presidencial fue la juramentación de sus ministras y ministros, siete mujeres y siete varones, quienes –dijo Arévalo con orgullo– «componen con mucho compromiso el primer gabinete paritario en nuestra historia». Un plantel integrado por académicos, periodistas y algunos exintegrantes de gestiones anteriores, en el que se destaca la titular de Trabajo y Previsión Social, Miriam Roquel, indígena y reconocida abogada de DD HH.
La misma tónica repitió en su jura como comandante general del Ejército, donde prometió reconocer los aportes de la mujer en las Fuerzas Armadas: «Una de mis metas es otorgar el ascenso al grado de general a la primera mujer en la historia de nuestro Ejército».
También encabezó un acto con la Policía Nacional, en el que renovó a su cúpula, anunció una reforma «con enfoque en DD HH» y pidió «romper con las prácticas políticas y actos corruptos que han afectado a la institución». Además, aseguró que hará una «reforma de fondo» en el Sistema Penitenciario. Como en buena parte de la región, el crecimiento del crimen organizado y su vínculo con los poderes fácticos están en el podio de las problemáticas.
Otro de sus primeros anuncios fue pedirle la renuncia a Consuelo Porras, jefa del Ministerio Público, señalada como principal operadora del entramado político-judicial-empresarial-mediático-militar que el sentir popular bautizó como «el pacto de corruptos».
Hacia una nueva primavera
El cuadro de situación de precariedad institucional que recibe Arévalo se complementa con un estado de abandono de la salud y la educación pública, una gran informalidad laboral y una pobreza que supera el 60%, uno de los índices más altos de América Latina que lleva a miles al éxodo cotidiano rumbo al norte. Pero la migración no es sólo económica: en los últimos años tuvieron que exiliarse más de 100 fiscales, periodistas y activistas sociales por la cruda persecución y criminalización.
Un cúmulo infinito de desafíos para este doctor en sociología y antropología social, exdiplomático y exdiputado, de perfil socialdemócrata, nacido hace 65 años en Uruguay durante el exilio de su padre.
Que deberá correr una carrera de obstáculos, nadar en el pantano, batallar contra un monstruo de mil cabezas. Y con un Congreso hegemonizado por los partidos tradicionales. Pero tiene en su mano una carta invalorable: el apoyo de un pueblo castigado durante décadas que sueña por fin con la llegada de “una nueva primavera”. «
Triste, solitario y final
Alejandro Giammattei no sólo se despidió de la presidencia guatemalteca con una altísima desaprobación y sin siquiera asistir al traspaso de mando. Tres días después de dejar el cargo, el Departamento de Estado de Estados Unidos lo sancionó junto a sus tres hijos por «su participación en corrupción significativa», por lo cual les prohibió la entrada al país.
La Casa Blanca informó que cuenta con «información fidedigna que indica que Giammattei aceptó sobornos durante su mandato».
Ya son varios los exmandatarios de derecha a los que EE UU les suelta la mano cuando dejan el poder. Los más emblemáticos son el paraguayo Horacio Cartes, también acusado de «significativamente corrupto», y el hondureño Juan Orlando Hernández, quien incluso fue extraditado y está preso en Nueva York por narcotráfico.
En cuanto a Arévalo, la Administración Biden se viene mostrando muy amigable. «La toma de posesión de hoy es un testimonio histórico de nuestro compromiso compartido con la democracia y la voluntad del pueblo. Espero continuar con la sólida asociación entre nuestras naciones», expresó. Y en su primer día de gobierno, Arévalo recibió a una delegación de funcionarios de EE UU encabezados por Samantha Power, administradora de la agencia paraestatal USAID.