Llegó a su fin la serie de fantasía, misterio y drama que la NBC lanzó allá por octubre de 2011 y que parecía destinada a quedar empantanada en la gran cantidad de series del género fantástico mezclado con la ciencia ficción aparecían por entonces, con Once Upon a Time a la cabeza. Sus seis temporadas comenzaron con el Detective Nick Burkhardt (David Guintoli) viendo cosas inexplicables, incertidumbre para la que encuentra calma cuando llega su tía Marie (Kate Burton) y le revela que desciende de un grupo de cazadores de élite, los Grimms, que se encargan de proteger a la humanidad de toda clase de seres sobrenaturales. Nick entiende entonces que tiene en la vida una misión más importante que ser detective.
Como ocurre en la mayoría de las series desarrolladas a partir del género fantástico, lo que atrae más es su parte oscura que su parte heroica. Más allá de que Grimm es decididamente clásica, y tiene un héroe individual y no uno colectivo (a diferencia de la citada Once Upon a Time), lo que sobresale es esa especie de lado b de las cosas, cuando no decididamente oscuro, y que por lo general en la vida cotidiana denominamos misterio: intuiciones y sensaciones que la ciencia se afana en explicar pero que como el horizonte cada vez que se acerca, se aleja, y con las que hay que lidiar en la vida cotidiana.
De ahí que la serie haya podido sobrevivir en un escenario tan competitivo, y que haya conformado una significativa legión de fans, que no por eso dejaron de compartir su tiempo con otras del género o aledaños. Y por eso, pese a los buenos resultados de audiencia y crítica, la serie sale de escena. Para tener una idea, la quinta temporada tuvo un promedio de audiencia de 6,4 millones de espectadores en la noche de los viernes, de los cuale el 1,7 % eran adultos de 18 a 49 años (que forma el target de mayor consumo de acuerdo a los parámetros publicitarios).
La de Grimm fue una buena despedida. Ya vendrán otras que entusiasmen igual.