La ministra Patricia Bullrich disfruta viendo el sufrimiento físico de los que considera sus «enemigos». Su sadismo lo lleva a flor de piel. No hace ningún esfuerzo por disimularlo. Es uno de los rasgos del gobierno de Javier Milei.
Bullrich tiene una teoría que parece haber permeado en el presidente y su entorno. La idea es que el peronismo organiza golpes de Estado callejeros. La ministra piensa que el estallido social que sufrió el gobierno de Fernando de la Rúa en diciembre de 2001 fue un plan elaborado por el peronismo de la Provincia de Buenos Aires. Deja de lado que había 21,5% de desempleo y que ninguna de esas familias recibía algún ingreso por parte del Estado; que la clase media no podía acceder a sus ahorros porque le ficción de que cada peso tenía detrás un dólar se había evaporado; que había salido a la luz el caso de los sobornos en el Senado para aprobar la reforma laboral; que había renunciado el vicepresidente Carlos «Chacho» Álvarez. Todas pavadas. Con ese modo tan elemental y paranoico que tiene para analizar la Historia, la ministra redujo todo a una conspiración del peronismo bonaerense que tomó el control de la calle y derrocó al gobierno.
Otra de sus obsesiones es la marcha que en diciembre de 2017 se produjo frente al Congreso Nacional cuando Mauricio Macri impulsó la reforma de la movilidad jubilatoria. La movilización tuvo incidentes y el macrismo inventó su número. Dijo que se había arrojado 14 toneladas de piedras.
La conclusión de Bullrich y de buena parte del gobierno amarillo fue que en ese momento empezaron a retroceder y por eso les fue mal. Deja de lado el fracaso del esquema especulativo que había creado Luis «Toto» Caputo, el mismo ministro de Economía que está ahora. Los especuladores vieron que el gobierno se había endeudado hasta el cogote, vendieron sus posiciones en pesos, compraron dólares y se fueron. El peso se devaluó, la inflación se disparó y Macri nunca más pudo estabilizar el tipo de cambio y la economía en general. Todo eso fueron pavadas. El problema fue la marcha contra el ajuste.
La protesta social más virulenta que sufrió la Argentina en los últimos 24 años, es decir, después de la de diciembre de 2001, le tocó a Cristina Fernández. La movilización de las patronales rurales contra la Resolución 125 comenzó en marzo de 2008 y terminó en julio de ese año. Incluyó el corte de las principales rutas del país y la amenaza de desabastecimiento a las grandes ciudades.
Hay una encuesta que se publicó a mediados de 2009 en el diario La Nación. La había hecho la consultora Nueva Mayoría, históricamente vinculada al radicalismo. El estudio analizaba los cortes de ruta que había habido en la Argentina entre marzo de 2008 y el mismo mes de 2009. El sector rural había protagonizado el 65% de los cortes. Había interrumpido el tránsito 2923 veces durante esos 12 meses. En abril y mayo de 2008, en pleno conflicto por la Resolución 125, el sector rural realizó 175 cortes de ruta para protestar, según Nueva Mayoría. Bullrich era entonces parte del partido de Elisa Carrió y abiertamente respaldó la protesta.
¿Cómo se resolvió ese conflicto? No hubo un solo muerto ni herido. La presidenta fue buscando los caminos para una solución pacífica y le tocó aceptar una derrota parlamentaria con su vicepresidente votándole en contra. Tres años después se reelegiría con el 54%. Evidentemente transitar una protesta social virulenta no es sinónimo de no terminar el mandato o perder la reelección, como les ocurrió a De la Rúa y Macri. Ambos tuvieron a Bullrich en su gabinete. Quizás Pato sea mufa.
La marcha de los jubilados respaldados por los hinchas se asemeja a la protesta de un grupo de niños y niñas de un colegio confesional al lado de la virulencia de las protestas rurales del 2008. Sin embargo ahora hay un fotógrafo en terapia intensiva, decenas de heridos y detenciones arbitrarias a granel.
Son todavía más frescas las imágenes de Bullrich impulsando la ruptura de las medidas de cuidado durante la pandemia, liderando cortes de avenidas y calles con la idea de provocar agitación y luego impulsar el juicio político contra Alberto Fernández. Quizás sea eso. Como el ladrón, la golpista cree que todos son de su condición. «