En estos tiempos de soez hipocresía en los que se hacen todos los esfuerzos para no llamar a las feas cosas por su nombre –los asesinatos policiales se convirtieron en “ejecuciones extrajudiciales”, los presos pasaron a ser “personas privadas de su libertad” y los países subdesarrollados saltaron de categoría para ser “países en vías de desarrollo”–, las Naciones Unidas han hecho un último aporte. Aunque tiene un Comité de Descolonización y admite la existencia de 17 colonias en el mundo, ha recurrido al grotesco para eludir el uso de la fea palabra y definir a las tierras del vasallaje como “territorios no autónomos cuyos pueblos no han alcanzado la plenitud del gobierno propio”. En ese status revistan el Peñón de Gibraltar y Malvinas, dos de las 10 colonias británicas del mundo.
Ningún Estado formula reclamos soberanos sobre el Peñón, que es más que un accidente geográfico, porque España lo entregó en 1713 (Tratado de Utrecht) a cambio de una bolsita de caramelos. Desde entonces, Gibraltar creció, metro a metro, y no por obra de ningún fenómeno geológico sino por acción de Londres e inacción de Madrid, y se consolidó como uno de los puntos estratégicos más valiosos del mundo, económica y militarmente. En estas semanas, el olvidado Peñón volvió a la consideración de estrategas y analistas por uno y otro aspecto. En marzo, el gobierno británico anunció un plan de revalorización militar que tiene una pata en Gibraltar (ver aparte), y en abril el alcalde de la española Algeciras denunció una serie de acciones que apuntan al crecimiento territorial del enclave.
Por más que la ONU admita el status de colonia del Peñón las instancias internacionales dejan que Gran Bretaña haga y deshaga a su antojo. Cuanto granito de tierra tuvo a mano, desde mediados del siglo XX su estrategia de ampliación se centró en ganarle espacio al mar, construyendo diques, playas o arrecifes de hormigón en aguas que España no cedió. El 26 de abril pasado lo denunció José Ignacio Landaluce, alcalde de Algeciras: Gran Bretaña retomó la práctica de los rellenos para ganar superficie y habilitar la construcción de edificios residenciales en la cara oriental del Peñón, junto al aeropuerto (construido en terrenos españoles) y La Atunara (playa también de soberanía española). Señaló que se pretende reactualizar un proyecto presentado en 2013: una urbanización que se adentraría en territorio marítimo ajeno al dominio británico y contaría con un hotel, 2500 departamentos y un puerto deportivo con 500 amarres.
El 22 de marzo, luego que el canciller Dominic Raab anunciara el propósito de desarrollar el Global Britain de reposicionamiento militar del Reino Unido, el ministro de Defensa, Ben Wallace, explicó cuál será el papel de Gibraltar, al establecer al HMS Trent en el Peñón, a partir de diciembre, retirándolo de la base de Portsmouth. Es un patrullero de altura de la Clase River (2000 tn), equipado con cañones de 30mm y con una dotación de 34 tripulantes. El despliegue supone un salto cualitativo en la capacidad de la UK Navy en el Peñón, donde hasta ahora sólo cuenta con dos patrulleros de 54 tn. Lo dijo Landaluce: “El gobierno central (Madrid) sigue sin hablar, hace como siempre: mirar para otro lado”.
En esos días también se denunció que en medio de la ola xenófoba europea, Londres estaría dispuesto a confinar en el Peñón y en la isla de Man (mar de Irlanda) a los inmigrantes que llegan desde las viejas colonias. Cuando se conocieron detalles mínimos sobre los aprestos, Londres abrió la temporada de desmentidas. La ministra del Interior, Pitri Patel, calmó a las fieras: “Eso de los inmigrantes es cosa de los tabloids” (medios sensacionalistas). Wallace, en cambio, no tranquilizó a nadie. Dijo que la misión del HMS Trent en Gibraltar “se limitará a apoyar las operaciones de la OTAN en el Mediterráneo, trabajar en las acciones multinacionales contra la piratería en el golfo de Guinea e integrarse con la marina francesa en una fuerza expedicionaria”.
El dominio de los choike point
Desde los inicios del comercio marítimo internacional y las primeras guerras libradas en los mares, desde más allá de los fenicios y las sangrías judeo-romanas, el dominio de los choike point (punto de estrangulamiento) fue vital para definir al dueño de la pelota. El primero en advertirlo fue la corona británica que, hasta hoy, controla tres puntos geoestratégicos: el Canal de la Mancha, brazo atlántico que lo separa de Francia; GIUK, la brecha que se abre entre Groenlandia, Islandia y GB; y Gibraltar, confluencia del Mediterráneo y el Atlántico, punto de contraste entre el mundo rico europeo y el subdesarrollo africano.
Originariamente usado para controlar el comercio, Gibraltar es el monitor del movimiento marítimo mundial. Su posesión le permitió a Londres tener bajo observación la vida de los mares desde el siglo XVIII. Ahora, tras la salida de la UE y el Global Britain revelado el 17 de marzo por el canciller Raab, insinuó su intención de recuperar el poder militar global. Los primeros pasos ya fueron dados al basar en forma permanente un patrullero de altura en Gibraltar y similares en Malvinas y el Caribe, desplegar grupos de combate en el Índico y en el mar de Arabia y convertir a los Royal Marines en fuerza de comando y a los Rangers en brigada de operaciones especiales.