La Selección Argentina debería jugar el martes próximo ante Brasil en Recife por las Eliminatorias a Qatar 2022, en el cierre de la doble fecha que hubiese iniciado el viernes ante Uruguay en Santiago del Estero. Pero Europa, centro de la industria del fútbol, se aprovechó del mundo en pandemia: negó la cesión de los futbolistas a las selecciones de Sudamérica con el argumento de que con la cuarentena obligatoria al regreso se perderían partidos. Un modo de señalar que ellos, los clubes más poderosos, les pagan los salarios millonarios en la burbuja económica en la que vive la pelota. La FIFA de Gianni Infantino cedió ante las ligas de la UEFA. De los 24 jugadores de la última convocatoria de Lionel Scaloni a la Selección, apenas tres no juegan en Europa. Se trata de un nuevo movimiento de los clubes ricos en la concentración de poder, en la ampliación de la brecha con los rivales, en la apropiación del juguete.
Porto, de Portugal, es el único “intruso” en los cuartos de final de la actual Champions: no pertenece a una de las cinco ligas top de Europa. En octavos, eliminó a la Juventus, que hace tres años pagó 100 millones de euros por un Cristiano Ronaldo de 33 años. Porto jugó con diez jugadores casi una hora en la vuelta en Turín. Pero la Juventus no pudo. Agnelli es además el presidente de la Asociación de Clubes Europeos, cuyo principal proyecto –y arma de presión– es la creación de la Superliga Europea, un torneo con 15 clubes “fundadores”, sin descensos y con solo cinco invitados. En noviembre de 2018, a través de Football Leaks, la filtración de documentos más grande en la historia del deporte, se conoció que los impulsores de la Superliga Europea, un torneo cerrado y elitista, eran Real Madrid, Barcelona, Bayern Munich, Manchester United, Manchester City, Chelsea, Arsenal, Liverpool, Juventus, Milan y París Saint-Germain.
Los planes separatistas parecen obligar a la UEFA a cambios en la organización de la Champions, el torneo de clubes más lucrativo y atractivo del fútbol. Agnelli plantea que ciertos clubes tengan asegurada la presencia –al margen de los méritos deportivos en sus ligas–, prohibir las transferencias entre equipos que compitan en la Champions y sacarles jugadores a los países más pequeños, y un acuerdo de topes salariales, al estilo NBA. La UEFA propuso que a partir de 2024 haya 36 equipos en lugar de 32, y una conversión de la fase de grupos en una liga única en la que cada equipo disputará diez partidos en lugar de los seis actuales. Las reformas se votarán el 20 de abril en el Congreso de la UEFA en Suiza. “Agnelli cargó a la Juve con un delantero muy caro por debajo de su mejor nivel y con un entrenador (Andrea Pirlo) cuya inexperiencia se expone repetidamente. Es fácil comprender que quiera un formato que garantice el dinero de los grandes equipos, para que dependan menos de estar bien dirigidos. Hace tres años, la Juve hizo una apuesta desconcertante y fracasó. La pregunta es si Agnelli es quien tiene que limpiar el desorden”, escribió Jonathan Wilson en Sport Illustrated.
“Si tenemos clubes que se van a comprometer individualmente con las competiciones futuras –amenazó Agnelli–, realmente el proyecto de la Superliga Europea podría descansar”. Y también criticó la primera participación de Atalanta en la Champions: “Tuvo acceso a la Champions sin historia internacional. ¿Es justo? Hay que proteger las inversiones, encontrar un punto medio entre el peso de la contribución al fútbol europeo y el de una gran actuación en una sola temporada”. La Superliga Europea tiene detrás los dineros del banco de inversión JP Morgan, que les promete 350 millones de euros a cada club solo por entrar (Bayern Munich, último campeón de la Champions, recibió 130 millones). En enero, Agnelli se reunió en Turín con Florentino Pérez, aliado en la Superliga, presidente de Real Madrid, que atraviesa una de las mayores crisis económicas de su historia. La FIFA, que pierde el control del negocio, advirtió que no reconocerá a la Superliga y que clubes y jugadores que participen no podrán jugar en competiciones de la FIFA, como el Mundial de Qatar.
Sin la Superliga, de cualquier modo, los futbolistas sudamericanos que juegan en Europa se quedaron sin jugar con sus selecciones nacionales, en las que aún no solo se juega por dinero. El descanso, en tiempos de calendarios apretados, tampoco les vino mal. “Por desgracia, no decidimos nada –dijo el año pasado Toni Kroos, líder de Real Madrid y la selección de Alemania–. Somos títeres de la UEFA y de la FIFA. Si tuviéramos un sindicato no jugaríamos la Liga de las Naciones, o la Supercopa de España en Arabia. ¿La Superliga Europea? Solo agrandaría la brecha entre los grandes y el resto”.