Franz Kafka, poco antes de morir prematuramente de tuberculosis a los 40 años, le pidió a su amigo Max Brod: “Mi último ruego: quema sin leerlos absolutamente todos los manuscritos, cartas propias y ajenas, dibujos, etcétera, que se encuentren en mi legado , así como todos los escritos o dibujos que tú u otros, a los que debes pedírselo en mi nombre, tengáis en vuestro poder”.

Como se sabe, Broad no cumplió con su pedido y, al traicionar la voluntad de su amigo publicando gran parte de su obra luego de la muerte del escritor,  dio a conocer la escritura que generó otro mundo dentro del mundo. El adjetivo kafkiano se utiliza muchas veces en el lenguaje diario para dar a entender que se trata de algo angustiante y absurdo.

Este año ha habido y seguirá habiendo diversos homenajes a Kafka. Uno de ellos fue la edición completa de su obra por la editorial Páginas de Espuma con una nueva traducción de Alberto Gordo y un prólogo de Andrés Neuman en el que dice: “Hoy la vigencia de Kafka sigue propiciando fenómenos inversos. No es tanto que su obra explique el tiempo que nos ha tocado resistir, sino que la realidad misma insiste en volverse cada vez más kafkiana, en una mímesis oscura como una cucaracha. Plagiando sus lógicas, el mundo abusa de Kafka”.

Neuman apunta también dos conceptos importantes: que Kafka ha sido sobreinterpretado y que en su obra también está presente lo político, por ejemplo, en un texto como Un artista del hambre.

Es probable que ambas afirmaciones sean ciertas. Pero, en todo caso,  la sobreinterpretación nace de la riqueza de su obra que permite múltiples lecturas. Y quizá, lo psicológico ha primado sobre lo político por el carácter onírico de sus textos, por la conexión con la angustia y el absurdo que, aunque se experimenten de manera individual, no dejan de tener un componente social y político.

Lo cierto es que, a 100 años de su muerte Kafka sigue teniendo vigencia a un punto tal que, a fuerza de repetido, el adjetivo kafkiano se ha vuelto un tanto banal e impreciso. Pero la contracara de esta banalización es que Kafka logró crear sin proponérselo un adjetivo que es eficaz para explicar ciertos aspectos de la realidad que resultan inexplicables si no es a través de una referencia literaria.

Aunque las conexiones entre el atormentado escritor nacido en Praga el 3 de julio de 1883 y el Premio Nobel colombiano no parezcan evidentes, García Márquez sostuvo que sin haber leído La metamorfosis, un texto publicado en 1919, jamás podría  haber generado algo como el realismo mágico de Cien años de soledad. Además, admiraba su capacidad para introducirlo humorístico, lo risible, en una literatura tan ligada a la angustia existencial.

Borges, escritor y lector exigente, se reconoce de alguna manera como un discípulo tardío de Kafka, a quien admiraba sin reservas, sobre todo por los elementos de la filosofía tan caros al escritor de El Aleph, que incorpora en la literatura.

Kafka, un clásico de clásicos

Por qué Kafka sigue vigente a un siglo de su muerte, por qué sus relatos hacen que el lector de hoy se sienta identificado con su literatura. Una de las múltiples respuestas posibles es que Kafka sea un clásico.

¿Pero qué es  un clásico? En su libro ¿Por qué leer a los clásicos? Ítalo Calvino da diferentes definiciones de lo que es un clásico, muchas de las cuales se ajustan a Kafka.

La definición IV dice “Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera”. Y en la definición VI expresa: “Un clásico es  un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”.

Y quizá en estas definiciones de Calvino esté la clave de por qué Kafka sigue teniendo vigencia: nunca termina de decir lo que tiene para decir. Esto significa que su escritura suscita diferentes lecturas a través de las generaciones. Los contemporáneos de Kafka, según señalan algunos críticos, privilegiaron el humor de sus textos sobre lo angustiante, lo que hoy nos puede parecer muy raro.

Es que a riesgo de ser sobreinterpretado, como señala Neuman, Kafka es un clásico porque la riqueza de su escritura le otorga al lector un papel preponderante: lo conduce por zonas sorprendentes, va más allá de lo obvio, genera identificaciones, abre puertas inesperadas…

En una carta a su amigo Oscar Pollak fechada en 1904, dice Kafka: “A mi juicio, sólo deberíamos leer libros que nos muerden y nos pican. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta de un puñetazo en la crisma, ¿para qué lo leemos?

Kafka es un clásico por eso, porque sus textos nos muerden y nos pican y con la insistencia  de la buena literatura seguirán mordiendo y picando.