Frankenstein es, sin duda,  el monstruo más famoso de la literatura. En concordancia “La mujer que escribió Frankenstein” de Esther Cross es uno de los libros más interesantes y hermosos que se ha escrito sobre ese monstruo hecho de retazos de otros cuerpos y sobre su autora, Mary Shelley, cuya vida estuvo signada por la muerte temprana de sus seres más queridos.

La mujer que escribió Frankenstein, editada originalmente en 2013 por Emecé, y reeditada recientemente por Minúscula es también un retrato de la Inglaterra oscura en la que la idea de volver dar vida a los muertos era una aspiración de la ciencia que parece justificar el robo de cuerpos y la experimentación sobre cadáveres

Mary Shelley nació el 30 de agosto de 1797. Según Esther Cross, la precoz autora de Frankenstein o el moderno Prometeo, “vivió en un tiempo de ladrones de tumbas, diccionarios y colecciones de anatomía, un tiempo romántico de morbo y culto a la vida. La presencia de la muerte y sus especialidades no era algo inusual en la vida de la gente, al contrario, pero llegó a extremarse en la suya. Respiraba ese clima. Hizo algo sorprendente con eso. Lo contó. Y ahora está enterrada con su propia colección”.

Mary es a la vez una mujer de su época y una adelantada a ella, ya que se atreve a la independencia, la escritura y el amor que se sale de la norma, como lo demuestra su relación con Percy, un hombre que ya había formado su propia vida.

La reedición

Más adelante dirá Cross refiriéndose a la autora: “En Frankenstein, su novela emblemática, inventó un monstruo hecho de partes de cadáveres. Eran los años de la Ciencia, la luz de la Razón y el culto romántico a la Vida. Pero también había tumbas profanadas y quirófanos clandestinos. La gente creía en el desarrollo científico y al mismo tiempo tenía miedo. Algunos, como Mary Shelley, se animaban, a pesar del temor, a ir un poco más allá, en los libros y en la vida”.

Mary Shelley

En realidad, la vida de Mary Shelley fue un extenso catálogo de desgracia, según lo consigna Cross en su libro.

Apenas diez días después de haber nacido, murió su madre, una escritora y pensadora de avanzada, feminista avanta la lettre, autora de Vindicación de los derechos de la mujer. Mary llevó su nombre: Mary Woollstonescraft Godwin, por lo que la pequeña Mary, la futura autora de Frankenstein,  se acostumbró tempranamente a ver su propio nombre escrito en una lápida.

Edición de 2013

El apellido con el que pasó a la historia de la literatura es, en realidad, el de su marido, el poeta Percy Shelley, quien murió en un naufragio cuando Mary tenía 24 años. De sus cuatro hijos, sólo uno la sobrevivió. Su hija mayor murió en una “cuna pobre y fría en Londres. Otra hija murió en Venecia y el varón que había nacido entre las dos hijas, William, “murió también en Italia de cólera o fiebre tifoidea”.

“El poeta Shelley apareció ahogado en la orilla, desfigurado por el mar –cuenta Cross-. Después de cremarlo en la playa, enterraron sus cenizas en el mismo cementerio donde habían enterrado a William”.

“Ella no fue porque esas ceremonias eran asuntos de hombres, pero un amigo salvó el corazón de su marido del fuego y se lo dio. Mary Shelley lo envolvió en la primera página de una poesía. Lo guardó y lo llevó con ella. Iba por la vida con sus recuerdos físicos. Viajaba y se mudaba con sus reliquias, con sus fantasmas parciales y anatómicos; con una familia reducida, inanimada, a cuestas”.

La poesía a la que se refiere es Adonais, de su esposo, Percy Shelley con quien había vivido una historia novelesca. Shelley era casado, tenía dos hijos y su mujer esperaba un tercero.  Mary, la futura autora de Frankestein, tenía 16 años cuando se enamoró de él y ambos escaparon a Italia. El padre de Shelley los persiguía y el de Mary no quería verla. Vivieron huyendo de deudas y acreedores y periódicamente volvían clandestinamente a Londres.

También los persiguieron las desgracias. Fanny, su media hermana mayor, se suicida tomando láudano. Apenas tres meses después se suicidaría la mujer abandonada por Shelley arrojándose al lago Serpiente en Hyde Park y a Shelley le prohíben que visite a sus hijos. Mientras tanto, corren los chismes sobre la muerte de la mujer abandonada: se mató porque Shelley la dejó, se mató porque la abandonó un soldado con el que había entablado una relación sentimental, se mató porque debía prostituirse para mantener a sus hijos. Shelley carga con todas las culpas.

Mary Shelley

Frankenstein, el nacimiento del monstruo

Mientras las desgracias parecen llover sobre la familia Shelley, Mary escribe absolutamente influida por el clima de época, por el robo de cadáveres que se diseccionan en busca de los secretos de la vida y la muerte.

“En un estado casi hipnótico –dice Cross-, entre la vigilia y el sueño, tuvo una revelación: vio al estudiante de medicina frente al ente armado con sus propias manos. Indaga la historia que encierra esa imagen –qué significa, qué pasó antes, a dónde lleva-. Se encuentra con cuestiones que ya conocía. Escribe sobre “materiales”, médicos, tumbas, sobre lo que dicen los alumnos del hospital pese a que el profesor recomienda discreción”.

“En las mesas de disección, los anatomistas leen, cuestionan, interpretan los cuerpos. En su mesa de trabajo, Mary Shelly mira al profesor de anatomía y a sus alumnos, disecciona la disección. Escribe la historia de un cuerpo hecho de partes ensambladas por medio de suturas, escribe sobre cuerpos trastornados y trasplantes. Los cirujanos abren y cortan, el doctor Frankenstein cose. Percy B.Shelley corrige los borradores”.

Nace así, el monstruo de los monstruos que lleva el nombre de su creador en la ficción, el doctor Frankenstein. Tiene un cuerpo enorme de dos metros cuarenta de altura, Su piel es arrugada y amarilla, el pelo lustroso y negro y los ojos vidriosos de un blanco sucio, los labios finos y oscuros.

“Se parece a los cadáveres que, después de diseccionarlos, los estudiantes tenían que ensamblar, lo mejor posible, para un digno entierro, apunta Cross. Les llenaban los ojos con vidrio. Si faltaba un hueso, iba un palo. Los arqueólogos encontraron seres extraños en la tumbas que rondaban los hospitales; cuerpos grotescos, como él”.

La imagen que todos tenemos de Frankenstein, el gran monstruo, es la que impuso la película realizada por Boris Karloff en 1931, pero vaya a saber cómo lo imaginó Mary. Los rasgos que ella ha anotado pueden concretarse de formas muy distintas.

Es un monstruo que lee literatura, se emociona con la música o con un libro, pero puede disfrutar también mientras estrangula a un niño. Esta es la dualidad de Frankenstein, el monstruo de los monstruos.

“Comparado con otros monstruos –señala Cross- Frankenstein es bastante aburrido. Habla mucho. Es discursivo, le encuentra explicación y justificación a todo. Llega a convencerse de que sus crímenes son pasionales: mata porque no lo quieren, mata para vengarse  y para defenderse del dolor que le provoca la existencia del otro».

«Aislado del a sociedad, a la vez resultante de ella, la critica desde afuera, pero lo conoce por dentro. Es un monstruo romántico. Para empezar, quiere algo; eso es típico de un héroe romántico, quiere algo con intensidad. Cuando tiene que definir qué quiere, pide una amiga, una pareja. No se enamora platónicamente. Si esa fuera la  idea, se habría enamorado de una mujer, quizá de la mismísima Elizabeth Lavenza, novia del doctor”.

Así nació Frankenstein, el monstruo emblemático al que Mary no le puso nombre propio, por lo que lleva  el nombre del hombre que lo creó en la ficción.

El libro sobre el monstruo fue elogiado por el mismísimo Walter Scott en un artículo de la revista Blackwood. El libro le  había sido remitido por Percy  y como Mary no lo  había firmado, Scott pensó que lo había escrito él. Mary le escribió para aclarar el malentendido, pero tuvo la sensación de que Scott no le dio importancia a la aclaración.

Vale la pena leer o releer La mujer que escribió Frankenstein, de cuya primera edición se cumplieron 11 años. Es un libro revelador acerca de una época y una mujer talentosísima que escribió un libro que pasó a la historia de la literatura en una época en que se suponía que las mujeres  sólo debían encargarse de engendrar y cuidar hijos, fregar ollas o hacérselas fregar a sus sirvientes, si la situación económica se lo permitía.

La mujer que escribió Frankenstein es de esos textos que atrapan al lector desde la primera página y que lo llevan hasta el final sin que pueda ofrecer ninguna resistencia. Por eso, la reedición de Editorial Minúscula es bienvenida.