A lo largo de su carrera, tanto en cine como en televisión, los realizadores Mariano Cohn y Gastón Duprat han acostumbrado a hacer planteos incómodos a los espectadores. Películas como El hombre de al lado, Ciudadano ilustre o Mi obra maestra y series como Nada y Bellas artes han siempre apostado al conflicto permanente, habitualmente malicioso, entre personas ideológica, cultural o económicamente muy distintas entre sí. Sus productos audiovisuales, en los que habitualmente colabora como guionista Andrés Duprat, director del Museo Nacional de Bellas Artes, tienden a burlarse del “establishment cultural”, tomándole el pelo a artistas, escritores, arquitectos, editores y sus propios colegas del mundo del cine, como en su reciente Competencia oficial. En ese sentido, El encargado es una expansión de ese universo, ahora con ese insidioso punto de vista puesto en los encargados de edificios.
La serie que se ve por la plataforma Disney+ tiene como protagonista a Guillermo Francella en el rol de Eliseo Basurto, un retorcido pero muy inteligente encargado que logra engañar y manipular a los dueños e inquilinos del coqueto edificio de Belgrano en el que trabaja para que hagan lo que él desea. A lo largo de las dos primeras temporadas había logrado, con sus modos nefastos, eliminar a su principal rival, un empresario inescrupuloso interpretado por Gabriel Goity, haciéndolo echar del edificio. En la tercera temporada, el tipo –que no disfruta del descanso ni aún cuando se va a un congreso a Río de Janeiro– necesita seguir urdiendo planes y no tiene mejor idea que armar una suerte de seudo pyme mediante la cual se tercerice el trabajo de los encargados de distintos edificios. Su «emprendimiento» es dirigido exclusivamente por él, por fuera de cualquier control, con turbios manejos administrativos, sin regulación ni representación sindical para sus empleados.
Más malvado que nunca pero, en apariencia, exitoso como empresario, lo que Basurto hace es usar sus trucos (básicamente, amenazas, chantajes y distintos tipos de carpetazos) para ir sacando, uno a uno, a los distintos encargados de los edificios vecinos y llevarlos, como monotributistas y sin contratos de trabajo, a su empresita. Y sus colegas terminan agradeciéndole el cambio, ya que la pyme en cuestión –una suerte de Uber o Rappi de los encargados llamada Soluciones Integrales Basurto (SIB)– “funciona perfecto”, todos ganan más dinero y están felices con el modo de trabajo freelance. Aparte, dicen, no pierden dinero en hacer aportes que consideran inútiles a los “simios” (sic) de los sindicatos y reciben diversos tipos de bonificaciones por vías irregulares.
Francella y Basurto en su laberinto
Para el episodio final de la serie se produce lo previsible: miembros y representantes del sindicato (no se lo nombra, pero todos sabemos cuál es) escrachan a Basurto en la puerta de su edificio, la Justicia allana su oficina -en la cual ya no encontrarán ninguna prueba porque fueron previamente destruidas- y lo llevan a comparecer, por un motivo legal totalmente inexplicable, al Congreso de la Nación. Y allí el hombre –que prefiere representarse a sí mismo porque tampoco confía en los abogados– obviamente vuelve a utilizar sus malas artes para manipular las voluntades de las autoridades. No sólo eso: los autores le dan su “momento de gloria” al mostrarlo tirando a la basura el carnet del sindicato y haciéndolo pronunciar un discurso sobre la libertad de empresa que lo transforma en un personaje querido por la gente supuestamente harta de la “casta”.
¿Qué termina generando esta súbita popularidad de Basurto? Que el mismísimo presidente (no se lo nombra, pero todos sabemos quién es) lo invite a ir a la Casa Rosada para una reunión. Y ahí la serie, que no llega a mostrar al mandatario pero pone a Eliseo a mirar a cámara con la típica sonrisa pícara de Francella, concluye. En función de las fotos promocionales del actor con la banda presidencial puesta y el anuncio de un inminente cuarta temporada, uno puede imaginar que la dupla Cohn-Duprat va a seguir apostando a enganchar con cierto tipo de espectador, digamos “liberal”, alienando en el camino a gran parte de sus colegas de la industria audiovisual y hasta a un público que, más allá de sus opiniones políticas, todavía seguía disfrutando de sus propuestas.
No es difícil ver en los últimos dos episodios de El encargado la manifestación más directa de algo que los realizadores ya venían dando a entender en muchas de sus otras producciones y, más que nada, en algunas de sus manifestaciones públicas. Mariano Cohn y Gastón Duprat han apoyado los recortes presupuestarios al INCAA, fueron muy críticos de las gestiones previas de ese instituto y hasta han dejado en claro sus simpatías políticas con el presidente Javier Milei, algo que también ha hecho el propio Francella. Y, en cierto punto, intriga cuán lejos podrán ir con la nueva temporada de El encargado.
A su manera, sus películas y series son otra manera de dar eso que llaman “la batalla cultural” llevando al mainstream cinematográfico y televisivo un debate que existe en muchos otros sectores de la industria cultural. No son muchas, convengamos, las ficciones masivas que tienen un punto de vista político tan definido y cercano a las ideas de la derecha ya que la gran mayoría de la gente de la cultura y del espectáculo –en la Argentina, pero también en Francia y en los Estados Unidos– entra dentro del amplio espectro de lo que se suele llamar progresismo. Con El encargado, en especial con su politizado final, la dupla Cohn-Duprat se sale por completo de esa norma y da algo así como el puntapié inicial a la producción audiovisual alineada con “las ideas de la libertad”. O, dicho de otro modo, series y películas para “los argentinos de bien”. «
El encargado
De Mariano Cohn y Gastón Duprat. Con Guillermo Francella y gran elenco. Disponible en Disney+.
Daniel Francisco Miragaya
7 September 2024 - 20:08
Una pena que no puedan ver o escuchar que 1.500.000 niños se van a dormir sin cenar, bueno Franchela, motivate y realiza una serie del hambre