Llegó al mundo en 1987 para interpretar de forma novedosa tradiciones reconocidas e ir por más. Flor Bobadilla Oliva lo entendió relativamente temprano. En su Posadas (Misiones) natal se hizo cantante, pianista y compositora por influencia de su padre, la selva y la espiritualidad. Pero por eso de pueblo chico agobio grande decidió irse a Córdoba con la excusa de estudiar fonoaudiología, algo que hizo por tres años pero que de alguna manera sabía que no era lo suyo. Así que con otra excusa, la de acompañar a una amiga, probó la actuación. Y se enamoró. Vinieron otros enamoramientos que atentaron contra la actuación y ahí estuvo la música, como desde siempre, para cobijarla.
En 2010 recaló en Buenos Aires, donde empezó a juntarse con otros y otras de su generación y no tanto para generar múltiples proyectos. En la actualidad alterna su siempre apretada agenda entre su carrera solista, Flamamé, el Dúo Bote, su proyecto con Nacho Amil, el Ensamble Sin Fin (con Mantega, Fain, Rossi, Martínez, Musso) y Trío + bailarina (que comparte con Torricelli, Rimola y Chiappero). Sin descuidar las arenas de la actuación, con la obra Extranjera lenta.
-¿Cuál era tu juego favorito de chica?
-Me gustaba quedarme despierta en las siestas. Aunque no me dejaban mucho porque era «hacer macanas» y me retaban. Lo que me gustaba era escuchar la radio, grabar pedacitos de cosas e imaginarme situaciones. O irme a los ensayos del coro. Esas eran las cosas que más me gustaban.
-¿Te acordás qué programas escuchabas?
-No, escuchaba cada porquería (risas). Lo que llegaba. Porque además pasaba algo: una vez me regalaron una especie de mini radio y me iba a mi habitación porque me gustaba escuchar música acostada, y cuando me ponía para un lado agarraba una radio de Paraguay, y cuando me acostaba para el otro lado, una de Misiones.
-A los chicos no les gusta dormir la siesta.
-Cuando sos chico, a nadie. Ahora es lo mejor que hay. Dormir la siesta es un derecho que debería estar amparado por la Constitución (risas).
-¿Espiabas a tu papá arreglando sus temas?
-Pedía permiso. Entraba en silencio, me sentaba, escuchaba y miraba. Era como una observadora que venía de otro lado. Y por ahí él me tiraba alguna cosa: “Che, cantá esto”, pero era su momento. Para mí el juego era la observación.
-¿A qué tipo de escuela fuiste?
-A una escuela pública de gestión privada. Pagábamos cooperadora, pero no era una escuela privada. Era mixta y católica. O caótica.
-¿Por qué?
-Por cómo son las instituciones. La religión atravesaba todo y era una de las materias. Te podías confesar una vez al mes y teníamos misa una vez al mes.
-¿Ibas a misa los domingos?
-Sí, era parte del ritual familiar. Hasta que en un momento me retiré.
-¿Tenían coro?
-Sí. Canté en el coro de la escuela y en el de la iglesia porque eran lugares de encuentro. La gente termina dependiendo de eso, que también es un lugar de identificación: todos necesitamos ser parte de algo. También cantaba en coros por fuera. Tuve una adolescencia muy activa.
-¿Y cómo fue que de tan chica te fuiste a Córdoba a estudiar fonoaudiología?
-Porque me quería ir de Misiones. El viejo truco de andar por la sombra. Me fui a Córdoba porque estaba mi hermano y viví en la pensión con él. Después me vine para Buenos Aires.
-¿Por qué te querías ir de Misiones?
-Sentía que me agobiaba la neurosis que te produce el conocerse con todos. Los ámbitos que me interesaban eran pocos.
-¿Ya actuabas en Córdoba?
-La había acompañado a una amiga a un taller que quería hacer porque los padres no la dejaban estudiar. Entonces nos fuimos juntas y nos copamos mucho. Y en un intento apareció la posibilidad de hacer algo audiovisual, me prendí y así empecé. Sigo con lo audiovisual, que es muy distinto al teatro. Hay una perfección a buscar y al mismo tiempo una libertad que me resultan muy atractivas. Lo hice por mucho tiempo hasta que sucedieron cosas. Ahora estoy retomando.
-¿Qué te dijeron tus papás cuando les dijiste que dejaste Fonoaudiología para dedicarte al canto?
-Mucho no me dijeron porque se estaban separando. Pero me tiraron una frase que me dolió mucho en ese momento, pero hoy siento que está bien: “Todo lo que hagas te lo hacés a vos misma”. Todavía me sigue resonando en la cabeza. Hice toda mi carrera paralela: estuve con Norman Briski, con Pompeyo Audivert, estudié dirección de actores, y acá estamos.
-¿Hubo algún momento en el que decidiste el salto a la música desde la actuación?
-Estuve en un vínculo como se dice ahora tóxico, que todavía no lo sé nombrar muy bien y dejé de trabajar en la actuación por eso. No le encontraba la forma y tuve que abandonar en ese momento. La música siempre estuvo. Me estaban llamando, estaba filmando películas y series, y hace poco estuve trabajando con una directora, escribimos una obra que se llama Extranjera lenta y la hacemos cada vez que podemos. «