El bello disco que registraron Flor Bobadilla Oliva e Ignacio Amil, He de morir de cosas así (en alusión al poema de Alejandra Pizarnik), ya está entre nosotros. Ellos lo entienden como música para un viaje cotidiano, preferentemente citadino, pero que puede ocurrir en cualquier rincón abierto o cerrado de la ciudad, público o privado.
“Roxana Amed es medio la madrina de este proyecto”, asegura Bobadilla Oliva, quien conoció a Nacho “hace una buena cantidad de años”, precisamente cuando ella “estaba estudiando con Roxana Amed y él había grabado un disco en el que participó Roxana, que se estaba por ir a vivir a Estados Unidos”.
De ahí surgió el primer trabajo conjunto, Cipsela (2015), en el que la cantante y actriz exhibe cual arcoíris sus texturas vocales y tímbricas que el pianista y compositor contiene en su singular y creativo lenguaje del jazz. “Cipsela es la semilla del panadero que hace su viaje lejos de su planta madre para reproducirse en otro lugar”. No muy distinto a la trayectoria de esta música misionera. “Esa semilla anda por el aire, toma información del entorno hasta llegar a un lugar donde hacer pie. Nunca sabemos si vamos a hacer pie finalmente, pero es lo que nos pasa con Nacho: cada uno viene con su impronta, con su historia musical, y cada vez que vamos a tocar hay instancias de improvisación, de escucha, de encuentro: es una otra cosa”.
Pandemia y encuentro
Más estrictamente, el disco empieza a gestarse durante la pandemia. “Cuando se empieza un poco a abrir todo y vamos a la Nempla, porque Nacho fue director musical de la escuela hasta hace muy poquito. Era nuestro lugar de encuentro: los ratos libres que teníamos estábamos ahí, o las mañanas que podíamos, estábamos desde muy temprano hasta el mediodía. Entonces hay algo de atemporal: la música es muy cercana y muy intimista, pero a la vez tiene que ver con el viaje en un bondi. Finalmente decidimos hacer un video audio que es un viaje en el 39 que termina en Chacarita y ahí está la escuela de música Nempla, en la que nos encontrábamos. Ahí estaba el entorno del bondi que va y que viene”. Como hace todo citadino y ciudadano en tránsito por una urbe que da poco espacio al viaje en su modo conceptual: ese momento de pasaje de un estadío a otro, de sentir que se vive en distintos lugares y en diversas experiencias.
“La escuela era una especie de puerto”, vuelve Bobadilla a la idea de un ser que se mueve y para sólo para seguir. “Es una playlist bastante ecléctica porque hay algo de Fito, algo de Charly que hacía mucho que no escuchábamos, hay cosas que teníamos en nuestros pendientes, algo de Venezuela, algo de Europa; son ocho canciones completamente distintas como esas playlist que uno se arma, se pone los auriculares y se sube al bondi para hacer el viaje cotidiano. Queríamos que sea así de intimista la música en una búsqueda de rascar el ocio: entendemos que está todo muy ruidoso, muy fuerte, y que esta ‘falta’ de silencio es la que no se encuentra en muchos momentos. Queríamos que este viaje sea desde ese lugar, poder irse un rato mientras uno se desplaza de un lugar a otro”.
Un ejercicio de introspección pero al mismo tiempo estar en movimiento. Algo que Bobadilla una vez definió como el camalote, que tiene raíces pero también se traslada: «Toda mi música es así, pero con Nacho pasa por otro lugar. No es lo mismo lo que me pasa con la música del litoral, no es lo mismo lo que me pasa con Flamamé, lo que me pasa con Solita mi alma. Sí me pasa lo del camalote, que tengo una raíz de agua que un tiempo se agarra después se desprende y anda por otro lado y andá a saber en el viaje que pasó. Así lo pensamos con Nacho como algo que está en un vuelo, en otra instancia, y que finalmente es algo muy cotidiano. Hay algo que se mezcla con los citadino, que se mezcla algo de la raíz y que no hay otra forma de escuchar que haciendo silencio. La única forma de escucharlo es silenciarse y silenciarse en una ciudad es complejo”.
La ambición no desconoce la pretensión de “pedir silencio, pedir pausa”, pero el deseo nunca es ciego a riesgo de convertirse en locura, por eso dice que “es una invitación” a escuchar música –no a imponer– para evitar que el barullo no se convierta en regla. “Nacho y yo somos citadinos, yo de Posadas, él de Ballester. Y ahí el ambiente está vivo: son los pájaros que se mueven, los pájaros que cantan a toda hora, los momentos en el día con los animales y las cosas que suceden en el día. Claro que no vivimos en el medio de la selva, pero mientras más te regales el momento de ocio más profundo vas a escuchar”.«
Flor Bobadilla Oliva y Nacho Amil – He de morir de cosas así
- “El Arriero”.
- “No te animás a despegar”.
- “Tonadas”.
- “Preciso aprender a ser só”.
- “Los mareados”.
- “Detrás de ti”.
- “Boa noite”.
- “Las cosas tienen movimiento”.