“Nací en el ´63”: el lugar común de la crítica sostiene que Fito es tan autobiográfico que empezó su obra solista con una frase sobre su nacimiento. Alguien lo dijo, alguien lo repitió y la idea se instaló. Y seguramente sea cierta. Pero también puede leerse el famoso íncipit como un momento de individuación: después de la experiencia de La Trova Rosarina, un grupo de músicos que hasta hoy se presentan juntos, Fito pasa del “nosotros” al “yo”.

“Nosotros éramos un festival de pulóveres”. La frase está en el capítulo X de Infancia y juventud. Es graciosa y capta el instante en que Charly García va al encuentro de Fito en el Teatro Coliseo en 1982. El momento es clave porque el acercamiento de García alejará a Fito de Baglietto y su troupe, y modificará sustancialmente el disco debut que Fito preparaba por entonces: “Recuerdo que después de llegar a la sala de Charly confirmé mi inconformidad con lo que estaba preparando para grabar mi primer álbum”. Tan importante es el encuentro con García que la primera parte de Infancia y juventud, titulada «Infancia», termina diciendo “le comunico a Juan que dejo el grupo”. Y la segunda parte, «Juventud», empieza así: “Ese mediodía recibí un llamado de un allegado a Daniel Grinbank. Charly quería tenerme en su nueva banda. No había mucho que pensar”. Es decir que lo que marca el cambio que va de la infancia a la juventud es el encuentro con alguien que tiene nombre y apellido. Y el parecido de Fito con Charly es en realidad una manera de individualizarse.

Se lee en la página 100 de la edición de Rockología: Documentos de los 80, de Eduardo Berti, que publicó Gourmet Musical en 2021: “Páez sostiene que el mercado cultural tiene kioscos y con Ciudad de pobres corazones terminó de ubicarse en un kiosco diferente al de Baglietto y sus ex compañeros”. La pregunta sería: ¿y cuándo empezó a ubicarse en un kiosco diferente? Yo digo: en Del 63.

Del 63 es, visto así, no una presentación del “yo” sino la despedida de un “nosotros” que en Infancia y juventud es visto críticamente: “Había aquí un movimiento de rebelión contra cierto conservadurismo provinciano del cual era legatario”. Y así resume Fito su nueva fórmula: “cantautorismo rosarino amplificado por la lisergia marca García”. En efecto, en “Sable chino” ya están el Fito psicodélico de “Cacería”, el bohemio de “Soy un hippie”, el andrógino de la tapa de La ciudad liberada.

En “Rojo como un corazón” Fito canta: “Y no es cuestión de acordes ni ritmos. / Es que ya no hay pasajes de regreso”. La pregunta sería: ¿dónde había viajado Fito? ¿A la vida del rockero artista? ¿O a Buenos Aires? Probablemente ambas sean correctas, como diciendo: acá voy a hacer mi obra.

Se iniciaba así la relación amorosa de Fito con Buenos Aires, que más tarde daría a luz al Fito de Caballito que brilla en “Carabelas nada”, al Fito del Jardín Botánico de punta en blanco para “Mariposa tecknicolor”, al Fito de Retiro que se ve en el video de “Tu vida, mi vida”. Al Fito, en fin, de Buenos Aires, que aparece aquí y allá en los distintos capítulos de Infancia y juventud. “Pleno Caballito. En la cortada La Mar, entre las calles Doblas y Senillosa. “Alquilé un departamento en la avenida Alberdi y Centenera. A dos cuadras de Primera Junta”. “Iba caminando desde Caballito hasta el Parakultural”. “En la esquina de Estomba y La Pampa”. “En el departamento de Crámer y Jorge Newbery de Fernando Della Maggiora escribimos la letra de ‘Los buenos tiempos’ junto a Fena y Andrés Calamaro”.

Pero en los comienzos, en la época de Del 63, los dos barrios en juego serán Floresta y La Boca. En Floresta vivía Lalo de los Santos, la persona que recibió a Fito en Buenos Aires: “Yo entendí que llegaba a Retiro a las siete de la tarde y él me buscaba. Lalo llegó a las siete de la mañana siguiente. Me tocó el hombro, me despertó con suavidad. Me dio un abrazo cariñoso (…) Era el barrio de Floresta. Ya vivía en Buenos Aires”.

Tapa de Del 63.

En su canción más conocida, “Tema de Rosario”, Lalo escribió: “Y así fue que la paciencia de Floresta / me enseñó a ver a través del corazón / y me dio un balcón para inventarme un cielo”. En esa casa fue que Lalo recibió a Fito. Y Lalo grabaría “Mi primer retrato”, un tema de Fito, en Al final de cada día (1984): “Silvia fue la primera mujer que me dejó saborear las bondades de su cuerpo. Le escribí ‘Mi primer retrato’, canción que grabó Lalo de los Santos”.

El título supone una sorprendente conciencia de sí, porque Fito haría muchos retratos: “Ámbar violeta”, “Tu sonrisa inolvidable”, “Ojos Rojos”, “Bello abril”, “Rollinga o Miranda Girl”, “M&M” y “Chica mágica”, entre otros.

Después Fito se fue a La Boca: “Alquilaba un departamento en Pedro de Mendoza 1450, tercer piso. Frente al Riachuelo. Un olor fuerte a podredumbre lo inundaba todo (…) En aquel cuarto escribí las letras de algunas de mis primeras canciones porteñas. “Tres agujas”, “El loco en la calesita” y “Alguna vez voy a ser libre” las compuse en aquel sucucho desangelado”.

Hay cierto consenso: “Tres agujas” es el punto más alto de Del 63. Se lo dijo García: “Ya de vuelta en Buenos Aires, una noche en una fiesta en casa de Gaby Aisenson, Charly me pidió escuchar ‘Tres agujas’. Yo tenía el casete de Del 63 conmigo. Hizo callar a todo el mundo. Cuando terminó la canción, se arrodilló ante mis pies”. Se lo dijo Spinetta en la avenida Santa Fe: “‘Tres agujas’ es la mejor música que se está haciendo en Buenos Aires”. Y lo dice el propio Páez: “‘Tres agujas’ -me da pena decirlo por las demás canciones, que espero no se sientan afectadas por tamaña declaración- fue y será mi favorita de ese álbum”.

Pero yo me permito disentir con la ilustre prosapia de nuestro rock: para mí la gema de Del 63 es “Viejo mundo”.

Las dos canciones arrancan con un mismo trazo inicial, hablando del mar y el cielo: “Los barcos viajan de país en país / la luna no siempre es la misma”, por un lado, y “Se fueron una a una las estrellas / el mar mordía rastros de su arena”, por el otro. También aparece el oriente en relación con el propio terruño: “Tu mamá se fue a Marruecos sin alhajas” y “Japón estalla en ruidos y artefactos / la noche da su sexo a Buenos Aires”.

“Japón estalla en ruidos y artefactos / la noche da su sexo a Buenos Aires”. Recuerdo perfectamente el momento en que descubrí ese verso que ya no me abandonaría. Por lo demás, en la tapa de Del 63 Fito aparece con un sol rojo e inscripciones japonesas en el pecho.

Páez debutó a lo grande.

En el año 2003 hubo en el Luna Park un concierto a beneficio de los inundados de Santa Fe. Ahí pude ver a Fito tocando “Viejo mundo”. Subió Rubén Goldín a cantar su parte: unos “agudos irreales”, ha dicho Fito.

Hipótesis: “La rumba del piano” es una canción bifronte que mira al pasado y al futuro. El pasado es Rosario, la casa de la calle Balcarce y la vida familiar. El futuro es el músico con conexiones en toda América.

Fito ha contado cómo despertó una mañana con toda la canción compuesta: “Sólo tuve que ir al viejo August Förster de mi casa en Rosario y grabarla en el walkman”. El August Förster no era un piano cualquiera: “Reinaba el piano en aquel espacio, con la solemnidad de un sepulcro imperial. Inviolable”. La palabra “sepulcro” se explica por asociación: la madre de Fito era pianista y había muerto a los pocos meses de nacer su hijo. Y su piano no se abriría así nomás: “Pasarían muchos años para que mi abuela Belia me diera la llave que abriría el cofre que contenía el santo grial familiar”. El punto es que en 2019 Leila Guerriero publicó en la revista Gatopardo un perfil de Páez titulado No me verás arrodillado cuyo final es rico por la distancia total que establece con el personaje público de Páez: “Cuando pienso en mi vida en el escenario… Si bajás el volumen y lo ves al tipo cantando, lo único que hay es un tipo que está diciendo: “¡Mamá, mamá, mamá!”. Eso es todo. De eso se trató toda mi vida. De gritar. ¡Uaaaaaa! Gritar en todos los textos, en todas las canciones. Sacás la letra, le ponés “mamá”: funciona igual. De qué manera mi madre me está llamando hacia la muerte en mis arranques autodestructivos. En qué momento yo fantaseo con que ella me está llamando, en qué momento siento que me protege. Y las teorías y las preguntas: ¿mi mamá se fue por culpa mía, hice algo que no le gustó? ¿La maté yo a mi mamá?”. “La rumba del piano”, quizá la rumba del piano August Förster, es al día de hoy la canción de Fito en la que más veces canta “mamá”.

Pero “La rumba del piano” es también un puente al Fito americano del futuro: “Ese verano del 86, Ivone de Virgilis, nuestra mánager brasilera, nos invitó a Fabi y a mí a pasar unos días en Río de Janeiro. La excusa era grabar una versión de ‘La rumba del piano’ en portugués”. Era apenas el comienzo del viaje: en La Habana, en la segunda mitad de los ochenta, la cantó con Gonzalo Rubalcaba (“En un momento, salvo él, todos los músicos nos perdimos en ese mar de síncopas y fantasías que salieron de sus manos”). Y hay una versión en “No sé si Baires o Madrid” (2008) que tiene impronta caribeña: Fito grita “¡sabor!” en la introducción.

La imagen de un Fito que llegó lejos está también en «Un rosarino en Budapest». No nos consta que se haya hecho presente en Hungría, pero hay videos de hinchadas inglesas entonando «Y dale alegría a mi corazón».

Pero todavía faltaba mucho para esos devenires globales. Era 1984 y el principio de Fito y el principio de la democracia se confundían. Increíblemente la palabra “democracia” aparece solamente cuatro veces en Infancia y juventud, y todas en un solo tramo…

El tiempo pasa. Recuerdo la noche en que descubrí Del 63. Había ido a la casa de un amigo en Floresta: él me prestó el cassette. Me tomé un colectivo hacia el centro y lo escuché durante el viaje, atravesando calles que conocía poco y nada. Llegué, miré el Obelisco, miré el cielo y se grabó en la placa sensible de mi cerebrito eso de “Japón estalla en ruidos y artefactos / la noche da su sexo a Buenos Aires”. Pensé que alguna vez, en algún pasado lejano, Del 63 había sido un disco actual. Pensé, aquella noche, que la Buenos Aires de 1984 era muy distinta de la que yo estaba viviendo. Pero de pronto tuve un flash y pensé que no, que era la misma.

Esta noche, ahora, está tan lejos de aquella como aquella lo estaba de la salida de Del 63.