“Entonces, ¿vos estás dispuesto a financiar esos gastos contra el IVA que les saca el alimento a los chicos pobres del Chaco?”, desafió Milei a cámara en una entrevista para La Nación + hace algunos meses con el tono confiado de quien tiene una mano ganadora.

Era la pregunta perfecta, el jaque mate inevitable, la forma implacable de justificar que el gobierno elimine “esos gastos”, como viene haciéndolo en diversas áreas desde el inicio de su gestión. ¿Quién podría atreverse a decir que su investigación científica o su película, o el recital público en su ciudad o la biblioteca popular de su barrio es tan importante que debe ser financiada a costa del hambre de los chicos del Chaco?

En este punto, uno podría pensar que el corazón del argumento de Milei es que, si tenemos un dado caudal de recursos para asignar a diferentes necesidades (cultura, ciencia, hambre de los chicos del Chaco, etcétera) entonces es necesario establecer prioridades y adjudicarlo según ese sistema: mientras mueran de hambre chicos en el Chaco no podremos financiar películas, investigaciones o recitales porque ese dinero deberá destinarse casi exclusivamente a la asistencia social.

Así, el gobierno y sus seguidores estiran, retuercen y acomodan el “argumento de los chicos del Chaco” para justificar la parálisis de proyectos como la construcción de la CAREM, los recortes a las becas doctorales del CONICET, o el despido de personal administrativo que amenazan la investigación, incluso en áreas que el gobierno llamaría “útiles”. También el desfinanciamiento del INCAA o de la CONABIP, instituciones que corren el riesgo de desaparecer si se aprueba la denominada “ley de bases”.

Ahora bien, si el propósito del gobierno fuera el de disponer de más recursos para paliar el hambre de los pobres, ¿por qué entonces no apelaría a las grandes fortunas de quienes reciben una porción mucho más grande de la riqueza social? ¿Por qué en la balanza solo aparecen los “chicos del Chaco” y los empleados estatales mientras que brillan por su ausencia, por ejemplo, los terratenientes del Chaco, como Elsztain (ferviente promotor de la carrera política de Milei) y Pérez Companc? ¿O por qué no aparecen en esa misma balanza los que fugan capitales a quienes Milei, lejos de criticar, califica de “héroes”?

¿Cómo entender esta aparente inconsistencia? La respuesta rápida sería pensar que, simplemente, al gobierno no le importan “los chicos del Chaco” y que, una vez más, los políticos mienten. Pero las ciencias sociales nos permiten ir más lejos y entender que, en realidad, no se trata de una inconsistencia sino que el argumento es mucho más cruel e inhumano que el que habríamos pensado al comienzo y se inserta coherentemente en una estructura de pensamiento.

Si escuchamos lo que afirmó Milei en la cadena nacional de abril y repitió hace pocos días en su (devaluado) acto del 25 de mayo, pese al relato aparentemente compasivo sobre los “chicos del Chaco”, el discurso del gobierno no es que más recursos estatales deberían dedicarse a asistencia social sino que, en la medida en que haya superávit fiscal, lo que tendría que hacer el Estado es cobrar menos impuestos; de ahí en más, que los niños se arreglen solos. En este marco teórico, que el gobierno esté reteniendo los alimentos para los comedores es todo menos sorprendente.

Gary Becker

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Primer acto: aquí no hay ninguna desigualdad

Iván Dalmau, doctor en Ciencias Sociales y especialista en pensamientos neoliberales, en particular el de la Escuela de Chicago, explica por qué, en el discurso de Milei, no aparecen los terratenientes ni los fugadores. No les parece que haya nada de inaceptable en el hecho de que “los chicos del Chaco” no puedan cubrir necesidades básicas mientras en la misma provincia Elsztain es propietario de 26.370 hectáreas. En el relato neoliberal, “los chicos del Chaco” no están sujetos a una distribución inequitativa de los recursos sociales, porque no existe diferencia entre los empresarios —que disponen de campos, fábricas, instituciones financieras, etcétera— y los trabajadores.

Para poder entender esto, señala Dalmau, tenemos que recurrir a la “teoría del capital humano”, a la que el gobierno no disimula adherir, al punto de haberle puesto su nombre al mega-ministerio a cargo de Pettovello. En el marco de esta teoría propuesta por el economista de la Escuela de Chicago Gary Becker, todos, “chicos del Chaco” incluidos, somos propietarios de un capital: “nuestra biología y nuestras aptitudes, tanto innatas como adquiridas, constituyen nuestro capital humano”.

Así, tal como Marcos Galperín necesita invertir hábilmente su capital, también los niños chaqueños tendrán que saber “depender de sí mismos” e invertir libre y hábilmente su “capital humano” para competir exitosamente en el mercado. Dicho sea de paso, recordemos que uno de los máximos exponentes de la Escuela era Milton Friedman, de quien Milei tomó el nombre para uno de sus perros clonados.

Matías Saidel, politólogo y especialista en el pensamiento político contemporáneo, coincide: en el marco teórico neoliberal, “la desigualdad ya no se percibe como resultado de un sistema socioeconómico en el que pocas personas poseen los medios de producción y la mayoría sólo su capacidad de trabajo”. Por el contrario, en tanto “el propio cuerpo y sus aptitudes se consideren un capital con capacidad para generar ingresos, las desigualdades serían la consecuencia de un mal uso de las propias inversiones y elecciones”.

Magdalena López, doctora en ciencias sociales y especialista en élites económicas y políticas agrega que en los neoliberalismos “a quienes les va mal es porque no han tenido el mérito suficiente; es decir, no se han esforzado lo suficiente, no han madrugado lo suficiente, no han trabajado la cantidad de horas suficientes”. Una demanda, por cierto, que “puede cambiar y puede ser cada vez mayor: no han puesto a trabajar a sus hijos menores de edad, no han estado dispuestos a vender órganos”, o lo que las condiciones socioeconómicas demanden. Pero el corolario es claro: no habría nada de inherentemente injusto en la situación de miseria en la que nacen estos niños, nada que el Estado deba resolver, salvo quizá por una variable: que paguen impuestos.

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Segundo acto: el problema son los impuestos

De hecho, el argumento se centra en el IVA de los chicos del Chaco. La injusticia estaría en el cobro de este impuesto. Y de todos los impuestos. Para todas las personas. Porque —y esto ayuda a seguir desenmascarando el carácter del argumento, que es todo menos igualitarista— notemos que las mismas consideraciones por las cuales el pensamiento neoliberal ve como injusto que “los chicos del Chaco” paguen impuestos toma como igual de injusto, o más todavía, que los multimillonarios los paguen. Es decir: contra lo que podría aparentar, el argumento “de los chicos del Chaco” no es una denuncia específica contra el IVA, en tanto pagado por los pobres, en contraste con, por caso, el impuesto a los bienes personales. Para los neoliberales, si se les cobran más impuestos a los terratenientes que a “los chicos del Chaco”, “se castiga a los exitosos y se mantiene a los que ‘no la ven’”, agrega Dalmau.

Murray Rothbard

Para Murray Rothbard, principal exponente del llamado “anarcocapitalismo” y otro de los perros de Milei, “la justicia social es moralmente injusta”: “les roba a los ricos su propiedad privada irrestricta e inviolable para distribuirlo a los pobres”, comenta el politólogo Hernán Fair, experto en la influencia del neoliberalismo en la Argentina. Para Rothbard, el pago de impuestos sería “un ‘robo’ que usa coercitivamente el Estado”. Fair añade que Rothbard “defiende la propiedad privada irrestricta” y por tanto rechaza todas “las medidas de distribución o redistribución de la riqueza y de la renta y pago de impuestos”.

El enfoque neoliberal sobre la cuestión de los impuestos tiene una fuerte carga de indignación moral, antes que estrictamente económica. Así, subraya Saidel, en el discurso de Rothbard “los impuestos son una forma de premiar a los ‘parásitos’ y castigar a los productores. De manera tal que cualquier forma de redistribución por parte del Estado sea ilegítima. Cuando el Estado interviene, no solo atentaría contra los derechos de propiedad, sino también contra la libertad individual”.

La aversión de los neoliberales a las cargas impositivas se inscribe entonces en un relato épico y meritocrático sobre el “éxito” del que gozarían algunos por sus aciertos en la administración de sus recursos. Relato que, por cierto, soslaya el rol de los factores por los cuales la posición social de los individuos tiende a simplemente heredarse.

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Pareciera, entonces, que el “argumento de los chicos del Chaco” solo funciona en la medida en que estemos limitados por los “puntos ciegos” del pensamiento neoliberal: creeremos que las carencias alimentarias de estos chicos se explican por el gasto en ciencia y técnica, o en cultura, solo en la medida en que simplemente no podamos concebir que la puja real transita por otros carriles. Pero esto, nos advierte Dalmau, “pone a los sectores populares a contarse las pulgas entre sí”: coloca en el rol de “la casta que se apropia de recursos” a “laburantes de ingreso medio y medio bajo” en lugar de poner el foco en las desigualdades estructurales. Y, como ya sabemos, divide y reinarás.

Los alimentos retenidos en los galpones de Capital Humano.