Acaso curado de espanto por el abucheo recibido en la ceremonia inaugural de los Juegos, Michel Temer evitará vivenciar el segundo «maracanazo olímpico» frente al mundo entero. Su asesoría de prensa no explicó los motivos de la ausencia en la fiesta de clausura de Río 2016 que se celebrará hoy desde las 20. No hace falta, sin embargo, escarbar demasiado para encontrar las razones: el 5 de agosto, en la apertura, se escuchó un contundente «Fora Temer» cuando el presidente interino de Brasil apareció en escena para dar un brevísimo discurso.
Esa imagen, la de los abucheos, la del rechazó público en un país que ya camina en la recesión, recorrió el planeta. Fue, en efecto, uno de los momentos más repetidos de la ceremonia. Fue la síntesis de un país que vivió una fiesta deportiva de 16 días en medio de una crisis económica, política y social que se siente en las calles. Y que, a contramano de la competencia, está lejos de ver un final. Sin ir más lejos, esta semana, cuando la llama olímpica ya esté apagada, se iniciará la fase final del juicio político que enfrenta Dilma Rousseff, la mandataria suspendida en sus funciones el 12 de mayo pasado, en la que se definirá sobre su eventual destitución.
El rechazo que sufrió Temer en la inauguración no fue un oasis: la competencia de los primeros Juegos en Sudamérica estuvo cruzado por las reprobaciones al actual gobierno. Las remeras con la cara del presidente interino seguida por la palabra «golpista» se colaron entre las banderas con los colores de los distintos países y se televisaron incluso pese al cuidado con el que las cadenas televisivas intentaron aplacar las protestas. Los carteles en su mayoría artesanales, pintados a mano sobre una hoja blanca con la consigna «Fora Temer» crecieron, por caso, en las disciplinas callejeras como la maratón. El gobierno, de hecho, libró una orden para que la policía detuviera a los manifestantes que exhibieran cualquier tipo de pancarta de ese tenor. No hubo forma de silenciarlos.
En los dos últimos kilómetros de la maratón femenina, por ejemplo, un grupo de personas saltó la barrera de seguridad y apareció casi en simultáneo con la keniana Jemina Sumgong, la ganadora de la medalla dorada. La cuestión política tuvo un lugar protagónico en Río 2016. Desde el primer día, una gran cantidad de brasileños se encargó de demostrarles a Temer y todo su gobierno que no están conformes con la situación política de Brasil tras el impeachment que sacó a Rousseff de la presidencia y que aceleró el avance de políticas neoliberales en la economía.
Las protestas contra las privatizaciones y los recortes estuvieron lejos de estancarse mientras Usain Bolt corría como un rayo por la pista atlética o mientras Michael Phelps, ya dueño del trono del mismísimo Zeus como héroe mitológico de las aguas, se colgaba las últimas medallas doradas antes de anunciar su retiro. «Me di cuenta de que no habría Juegos si no fuera por mí», opinó esta semana Lula da Silva, como para recordar su rol y su peso para que Brasil recibiera a las dos citas deportivas más importantes en los últimos dos años. Su nombre, al igual que el de Rousseff, estuvo ausente en la inauguración. Se estima que hoy tampoco habrá mención.
El contraste es tan grande que al alejarse de los focos de los Juegos, Río continúa su rumbo, llena de protestas, marchas y una vida cotidiana de ciudad militarizada. Os Jogos da exclusão es el lema que utilizaron los manifestantes para graficar las diferencias entre el Brasil de los Juegos Olímpicos y el Brasil que seguirá en debate una vez que concluya, esta noche, la primera cita en el Cono Sur, ahora marcado por un giro a la derecha luego de varios años de gobiernos progresistas.