El Ferroclub Argentino está ligado a la historia del tren en Argentina. A comienzos del siglo XX, la red ferroviaria nacional llegó a tener la extensión más larga de Latinoamérica. A la medida de la explotación agropecuaria de la llanura pampeana, se fueron tendiendo líneas en todo el territorio, muchas veces en regiones prácticamente deshabitadas. Las fotografías de la época lo atestiguan: todavía circulan retratos en blanco y negro de estaciones solitarias en el medio de la nada.
La historia es conocida: con el ferrocarril llegaron los pasajeros, el comercio, la conformación de pueblos enteros; pero el desmantelamiento de la red en los ‘70 y la privatización en los ‘90 derivó en un abandono del mapa ferroviario, vital para el desarrollo del país, y la falta de una conexión centralizada condenó a centenas de pueblos al olvido.
¿A dónde fue a parar la gloria de la red ferroviaria argentina? Desde 1972, el Ferroclub Argentino se encarga de la preservación del material ferroviario, para su reparación y restauración. Con una cantidad aproximada de 150 miembros en las tres sedes (Escalada, Villa Lynch y Tolosa), el club recupera coches y vagones abandonados y los pone en funcionamiento. Esta ONG sin fines de lucro se dedica, hace más de medio siglo, a solicitar el material en custodia al Estado, para que no quede a la deriva, y proteger el patrimonio histórico de todos los argentinos.
Ferroclub Argentino y un proyecto que va sobre ruedas
El motor que dio impulso a este proyecto empezó con un grupo de fanáticos de los trenes reunidos en pizzerías y cafés. Luego consiguieron una oficina en el Museo Ferroviario (ubicado en donde hoy está Galerías Pacífico), después una locomotora a restaurar y un predio en Villa Lynch, la primera sede.
Entre los hitos de este emplazamiento inicial está la restauración de la locomotora en funcionamiento más antigua de Sudamérica. Actualmente, el predio ofrece recorridos en ese vehículo para adultos y chicos. “Fue creado en el año 1886 por la fábrica Société Anonyme de Marcinelle & Couillet”, cuenta a Tiempo Matías Marsicano, secretario de la sede.
En Villa Lynch se realizó también la recuperación de otras cinco unidades a vapor. A través de ese proceso, se llegó a restaurar una joya: el tren que llevó a Evita a recorrer la Mesopotamia en 1946, durante una campaña política. «Es un Brown Marshall de 1888 fabricado en Inglaterra como coche reservado. Cuenta con sala de estar, una habitación principal, baño principal, una cocina y habitación y baño para el personal de servicio. Este en particular destaca por sus terminaciones de ébano», dice Matías.
La sede cuenta también con parte de lo que fue el Gran Capitán, una locomotora escocesa de 1888 y una americana de 1908. “Los aficionados sabemos todo del día a día del ferrocarril”, cuenta Mariscano. Así es más fácil recuperar un vagón o un coche que quedó varado en algún lugar. “Los últimos se trajeron de Lacroze. Pero mayormente lo que está en esta sede estaba tirado en Entre Ríos”, dice. Gran parte de este material se usó como insumo en muchas filmaciones argentinas e internacionales. Desde la película Los que aman odian, pasando por Casas de Fuego, hasta el film norteamericano Evita, que se grabó en La Plata, con Antonio Banderas y Madonna.
La vida del club transcurre los días sábados con voluntarios que trabajan ad honorem. “Esto en realidad es una escuela de oficios. Aunque no tengamos una formación lineal, acá aprendés de electricidad, soldadura, chapa y pintura, son todos saberes que se requieren para restaurar un tren”.
El ferroclub y lo fanáticos del tren
De lunes a viernes, los socios llevan otras vidas. Matías trabaja en sistemas, pero hay contadores, herreros, electricistas, administrativos, bancarios y, también, exferroviarios. Además de las tareas en el predio, los socios se juntan en el comedor, toman mate, hacen asados, festejan cumpleaños. Y en medio de todo eso comparten datos. “Los compañeros que trabajan en el ferrocarril te traen novedades de la línea. Entre esas conversaciones y lo que investiga cada uno por su cuenta te vas haciendo un experto”, dice.
Matías tiene 34 años y lleva ya doce siendo miembro del club. “Hay gente histórica que viene desde los 9 y nunca frenó”, cuenta. Conviven jubilados con personas de mediana edad y hasta niños. “Esta pasión es algo que en muchos casos se transmite de generación en generación. Ya hay terceras generaciones de socios. Entonces tenés pibes de 14 mezclados con gente de 70 años”, dice y continúa: “Hace mucho tiempo que hay familias enteras viviendo a través de los ojos del club”.
Esta dinámica se construye de muchas maneras distintas. Cuenta Matías el impacto que le produjo refaccionar algunos de los coches de la sede porque de chico viajaba en tren a Mar del Plata con la familia.“Yo también fui usuario de ese tren histórico. Es parte de mi infancia. En el proceso recordé cómo eran mis viajes. Se trata de mantener vivo ese pedazo de historia, que es colectivo pero también individual. Recuperar un tren es recuperar la historia de cada uno”, dice.
Lo que más admira Matías de los trenes es la combinación entre sencillez y robustez. “Es grande, fuerte, resistente y a su vez es tan simple. Va por un carril único, que ya está establecido previamente, no podés elegir. Pero eso hace que esté organizado y se maximice el uso, porque una vía se puede usar tanto para ir como para volver”, dice. La elegancia de lo funcional. Este monstruo de carrocería que está atrapado entre las vías también atrapa la historia de Matías y de todos los que visitan el club.
Por eso, cuenta, una de las máximas satisfacciones se da a través de las visitas guiadas y los paseos en tren. Chicos y grandes, eventuales pasajeros de un ferrocarril histórico, viven con asombro la magia de las locomotoras a vapor, o los teléfonos, faroles y telégrafos que están en el museo de la sede Villa Lynch.
Todos los sábados a partir de las 17 horas. La visita requiere reserva previa, a través de las redes o el mail: [email protected]