En el Faro de la Memoria, el viento salado acaricia los muros cargados de historia, mientras las olas del Atlántico parecen llevar y traer ecos de luchas que no se apagan. Este espacio, que alguna vez fue un centro clandestino de detención durante la última dictadura cívico-militar, se levanta hoy como un símbolo de resistencia y compromiso con los derechos humanos. Bajo el sol de verano, trabajadores y voluntarios han preparado todo para recibir a quienes llegan a ser parte de una jornada impregnada de arte, memoria y reflexión.

El Faro, que funcionó como centro clandestino entre 1976 y 1979, formaba parte de la Escuela de Suboficiales de Infantería de Marina (ESIM) y del circuito represivo liderado por la Armada Argentina. Durante esos años, hombres y mujeres fueron secuestrados, torturados y desaparecidos debido a su militancia política y social. En los Juicios por la Verdad, iniciados en 2001, relatos estremecedores como el de Fernando Martínez Delfino, quien describió su paso por este espacio como «un aprendizaje del miedo», permitieron visibilizar el horror vivido en este y otros centros clandestinos. Sus palabras, cargadas de dolor, reflejan el clima opresivo que reinaba en aquellos días y la tensión constante que atravesaban los detenidos.

El festival por el Faro de la Memoria

Por la tarde del viernes, las actividades en el lugar transformaron ese dolor en fuerza colectiva. La presentación del libro de Julio César Poce, Artífices de dos mundos, que rescata las palabras de un padre atravesado por la pérdida de dos hijos en el marco del terrorismo de Estado, generó un profundo impacto entre los presentes. En paralelo, los capítulos de una serie documental proyectados en el espacio ¿Quién soy?, dirigida por Cristian Jure y producida por la Universidad de La Plata, captaron la atención de todos. A través del arte, el documental y la literatura, seguimos construyendo la memoria y el futuro.

Uno de los capítulos, dedicado al sitio, reconstruye historias que unen generaciones y refuerzan la lucha por la justicia, con las voces de Carlos Barbosa y Ana Pecoraro, coordinadora del lugar. Este esfuerzo por mantener vivo el recuerdo también se refleja en las palabras de Lorena Battistiol, directora de Sitios y Espacios de Memoria de la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires.

Durante el evento, reflexionó: «Estamos acá reafirmando nuestro compromiso con la memoria colectiva y la defensa de los derechos humanos. Desde la provincia, frente a la ausencia del Estado Nacional, buscamos garantizar que estos lugares sigan siendo espacios vivos. Es una decisión política y una responsabilidad que asumimos con convicción». Estas declaraciones cobran aún más relevancia al considerar las reparaciones recientes que permiten que el Faro continúe siendo un sitio de referencia.

El cierre musical, a cargo de Marita Moyano, junto con el espectáculo artístico del grupo Mano a Mano, aportó un aire de esperanza que trascendió el momento. Estas actividades no solo celebraron la memoria, sino que recordaron la importancia de transformar el pasado en una herramienta de cambio y construcción de un futuro más justo.

Hoy, el Faro de la Memoria no solo ilumina las noches de Mar del Plata, sino que guía las políticas de memoria, verdad y justicia que inspiran a seguir trabajando. Con su historia y carga simbólica, reafirma que el compromiso con la memoria colectiva es esencial para construir una sociedad donde recordar no sea solo resistir, sino también transformar.