“Fantasmas en la máquina” se sitúa en un momento crucial y un punto de inflexión de la historia argentina contemporánea: a las puertas de la hiperinflación de finales de la década del ochenta. Es en ese momento, parte aguas merced a la crisis económica, cuando por primera vez parece entrar en crisis terminal el optimismo de la primavera alfonsinista. A su vez, con dicha crisis, claudica cierto espíritu de la naciente democracia local que había hallado su cúspide con el juicio a las Juntas militares en 1985 y el triunfo argentino en el Mundial de Fútbol en 1986.

Las imposibilidades del presidente Raúl Alfonsín (“no pude, no supe, no quise”) de poder cumplir con las promesas de una democracia plena que incluya la igualdad y la justicia social, más pronto que tarde, dieron lugar al menemato y con él a la nueva distopía del neoliberalismo, el desempleo estructural, el gatillo fácil y el autoritarismo del poder delegado en el Ejecutivo. Quizás, con Alfonsín se perdió una oportunidad única. Quizás, el presente vive condicionado por esa desilusión.

La obra describe las maneras en que este contexto macro influye sobre el microcosmos de una ignota, decadente y vieja oficina de microcentro. Sin embargo, al tratarse de una financiera, los personajes protagónicos no son los trabajadores aun esperanzados, soñadores y alienados de La isla desierta (1937) de Roberto Arlt, referente ineludible y paradigmático para obras de teatro cuya acción transcurre en oficinas, sino que parece enraizarse en la tradición de tramposos y especuladores de ficciones cinematográficas al estilo de Plata dulce (Ayala, 1982) o Billetes, billetes (Schor, 1984), entre tantas otras.

A su vez, cada uno los personajes, parece representar un tipo ideal de fuerzas sociales del pasado y del presente que configuran el mapa de la Argentina de los ochenta.  Todos juntos conforman una metáfora del país. Así, desfilan por el espacio bursátil, la Colo (Malena Colombo), la socia cuyo esposo amasó su fortuna durante la dictadura gracias a la bicicleta financiera de Martínez de Hoz; Rulo (Federico Paulicci, el socio, hijo de una familia tradicional ligada al comercio agro-exportador; Benavides (Pablo Bossi), el sindicalista ligado a la derecha peronista); el Toto (Mariano Massera),  el empleada tarambana; Amelia (Marina Carrera), una secretaria que aun cree en los sueños de redención del primer peronismo y Francavilla (Cecilia Rut Kvesic),  la vendedora ambulante de café que otrora supo ser una militante de la izquierda peronista y abrigó los principios de la Patria Socialista. De esa manera, la oficina financiera representa el simulacro en pequeño de la Argentina (como en otros tiempos, los lugares ficcionales símbolos fueran El matadero de Esteban Echeverría o La bolsa de comercio de Julián Martel, la Colonia Vela de Osvaldo Soriano o el Coronel Vallejos de Manuel Puig.)

El conflicto y la tensión de la ficción teatral se generan cuando la Colo y el Rulo se ven forzados a pagar una deuda que mantienen con un burócrata sindical y se encuentran con un dinero que no tienen. Mientras el dólar parece dispararse a las nubes, crece la incertidumbre y se ven acuciados por Benavidez que oficia de matón a sueldo, la última esperanza parece radicar en los rusos: Natasha e Igor que son interpretados con notable humor por Daniela Domínguez y Sebastián García  (No se puede obviar que el gobierno de Alfonsín fue recurrentemente acusado de estar invadidos por judíos, comunistas y rusos). 

Sin embargo, cuando éstos últimos también se vuelven una amenaza, solo resta conjurar a viejos espíritus que en principio parecieran ser del pasado y a los que el discurso político oficial actual categorizaría   “zurdos de mierda”. Estos aparecen bajo la forma de fantasmas (“Un fantasma recorre Europa: el comunismo”), cuerpos poseídos y voces extrañas en el teléfono y en otras máquinas que conformar la tecnología ochentosa. Los espectros conservan una vieja chispa revolucionaria que alguna vez incendió Rusia, China o Cuba, cuyas llamas se extendieron por toda América Latina y cuyo de grito de era “¡Proletarios de todo el mundo, uníos!”

Dirigidos por Marcelo Teti, los intérpretes salen airosos de una interpretación que les exige pasar del drama y el suspenso a una recurrente comedia en unidad de lugar (oficina) y de tiempo (un día de furia). La época es recreada también a través de slogans publicitarios y fragmentos de discursos políticos y de canciones de época (la rusa interpretada por Daniela Domínguez aprende castellano a través de las letras del grupo Serú Girán cuyas frases ofician de ordenadoras del relato y demuestran su perdurable vigencia para hablar de la realidad local).

Marcelo Teti ha creado una fábula política tan alucinante, grotesca y surrealista como lo amerita la Argentina. Su sólida dramaturgia apela a diversos géneros -el teatro político clásico, el terror, el drama y la comedia- para dar cuenta de una época histórica que presenta demasiados y tenebrosos ecos con el presente. Teniendo en cuenta que la obra lleva dos años en cártel sorprende por su acuciante actualidad y su capacidad premonitoria.

Fantasmas en la máquina

De Marcelo Teti. Con Marcela Colombo, Mariano Massera, Pablo Bossi, Federico Paulicci, Marina Carrera, Cecilia Rut Kvesic, Sebastián García y Daniela Domínguez. Itaca Complejo Teatral. Humahuaca 4027. Funciones Jueves 20:30 (mayo) Sábado 20:30 (hasta el 15 de junio). Función especial: jueves 13 de junio 20:30.