El bar empieza a llenarse de voces y tazas que chocan con los platos. Las meseras reparten los primeros cafés del día mientras Fabián Casas entra en el local. Cerca, un señor hojea la sección deportes de un diario en papel, ajeno a la charla con Tiempo. El escritor establece un vínculo entre la épica del fútbol y la literatura: lo que nos ocurre en la cancha y en el arte se conecta.

“Para mí, arte es el gol de Holanda en la final del Mundial ’74”, describió. Aquel partido decisivo, en el que los alemanes dieron vuelta el resultado ante la Naranja Mecánica, quedó marcado en el escritor. En el inicio, los holandeses movieron la pelota de un lado hacia el otro y, cuando Johan Cruyff la tomó y cambió el ritmo, la jugada terminó con un penal cometido por los alemanes, que Johan Nesskeens cambió por gol. Aquella Holanda, que no logró ganar el Mundial, marcó el inicio de una nueva era del fútbol. Sin embargo, el autor de Ensayos Bonsái y Supremacía Tolstoi cuenta que está lejos de este deporte: “Es un fenómeno muy potente que podría utilizarse de manera positiva y ocurre lo contrario”, justifica.

-¿Cuándo empezás a advertir ese desapego del fútbol y tu club?

-Por el mal juego no fue. He seguido a San Lorenzo en momentos donde jugaba muy mal. Tengo dos amigos, el Gordo y Gaby, que me invitan a la cancha y yo voy, pero para estar con ellos. Es más, voy para pasar el día con amigos. Mi papá falleció en la primera etapa de la pandemia, no por Covid, sino porque tenía 90 años. Y después de eso, se me pasó un poco ir a la cancha. Pero no por algo traumático, no tengo eso. Si no, para mí sería imposible vivir. Pero ir a la cancha con mi papá era algo que hacía con él. Creo que me afectó lo de mi viejo en un principio, sí. Iba a la cancha para ir con él a la platea Norte.

Fabián Casas: "Mi papá se empezó a morir cuando ganamos la Copa Libertadores"

-De hecho, San Lorenzo y tu viejo están presentes en varios ensayos tuyos.

-Sí. Mi papá era un enfermo mental de San Lorenzo hasta el final. Primero empezó a perder la memoria con un montón de cosas; pero te decía la formación completa de San Lorenzo del ’45. También debe tener una explicación eso, de que perdés la memoria de ciertas cosas y te queda lo más atávico que tenés, que son esos recuerdos. Yo me empecé a dar cuenta de que mi papá se empezó a morir cuando ganamos la Libertadores. Después de eso, estaba como más ido. En otro momento hubiera estado enloquecido. Yo no recuerdo haber ido a ver a San Lorenzo viajando de visitante a lugares, nunca lo hice. Pero mi viejo sí viajaba a todos lados donde podía.

-¿Hubo un viraje que empezó a mostrar la cara más voraz del negocio por encima del juego en sí?

-Creo que es un deporte que a nivel mundial pasan cosas, como la reivindicación de las barras, o que ahora haya prendido en Estados Unidos. Me parece que es una herramienta de estupidez y de dominación. Yo prefiero reivindicar a la gente que trabaja en los barrios populares, que viven ahí, y esas cosas. Me parece un deporte hermoso y puedo mirar algunos partidos. Hubo un momento de mi vida en que me fanaticé, y tenía todo ese sentido de pertenecía que te da la cancha. Pero es como una canción de Nirvana, tiene esa cosa de que de golpe estás bien arriba y de golpe baja. Te das cuenta de que todos son una manga de cabeza de termos. Escuchas boludeces chiquititas, como el DT de Racing que dice «no puedo estar con nadie que tenga algo de color rojo». Todo eso te aleja del fútbol, ¿viste? El fútbol atraviesa todas las capas sociales. Es como la canción de Serrat, Fiesta, donde dice: «Hoy el noble y el villano / El prohombre y el gusano / Bailan y se dan la mano / Sin importarles la facha».

La música y la literatura también son parte de la vida de Casas. Pero si hay algo que se ha mantenido con constancia es el karate. Empezó a los 18 años y nunca lo dejó. «El karate me ayudó mucho. Me dio fuerza mental en un montón de momentos de la vida que son horribles. Los momentos espectaculares los soportamos todos, pero los horribles son otra cosa». Practicar todos los días, aunque esté cansado, le da una estructura. Le permite sentir que pertenece a un grupo de personas con una disciplina compartida. «El karate no se trata de la fuerza física, sino de aprender a soportar la adversidad».

-¿Con el karate te pasa algo similar a leer o escribir?

-Sí. Es una cosa que hago siempre, como leer. Yo leo todos los días y hago karate todos los días, o casi todos los días. Si estoy cansado voy igual y salgo contento. Me hace sentir bien. Formo parte de un grupo de gente que practica la disciplina hace muchos años. Me siento parte. No se trata de la fuerza física, sino de cómo soportar lo que te pasa. Te da herramientas mentales. No es que todos los que hacen karate son iguales. Hay gente genial y hay imbéciles a los que solo les importa el cinturón. No es que el karateka sea una persona especial. Lo que importa es la práctica diaria y la disciplina.

Fabián Casas: "Mi papá se empezó a morir cuando ganamos la Copa Libertadores"
Foto: Télam

-¿Cómo es el tema del cinturón y que haya gente que solo le importe eso?

-Es gente que busca ser cinturón negro, que le interesa los rangos y medirse con los demás. Esto se da porque en un momento, para vender el karate a los occidentales, pensaron ¿cómo podemos difundirlo? Y ahí, para lograr que la gente se interese, se inventó la cuestión de los cinturones. Pero, en realidad el origen es otro.

-¿Y cuál es?

-El inicio del karate no se sabe, es como el inicio del lenguaje. Podés conjeturar. Se supone que empezó en China pero que lo tomaron los japoneses. En el karate el traje es lo único que vos lavás, si no lo hacés no se puede estar, el cinturón es lo único que no se lava. Entonces, vos tenías un cinturón blanco que significa el estado de pureza. Pero las personas que lo practicaban hace un montón de años se les volvía negro. En el fondo, el cinturón negro es algo sucio. La idea del karate es que siempre sos un eterno principiante.

-¿El karate te entrena para soportar los embates de la vida?

-Sí. Te da una herramienta y una fuerza mental para poder estar parado de otra manera. No es que todos los que hacen karate son iguales. Hay de todo, como dije. No es que el karateca es una persona especial y otros no. Son súper humildes y generosos, como mis compañeros del dojo. Es como en la vida, El karate es una disciplina que sucede en la vida. Estás en el dojo viviendo.

A pesar de que casi no mira fútbol, cuenta que cada tanto lo juega con amigos. “Me da miedo a lesionarme y no poder entrenar karate”, dice el escritor que, además, trabajó en Olé y El Gráfico. Para Casas, tal vez ahí está la diferencia: el fútbol se convirtió en un espectáculo que lo dejó de emocionar, mientras que el karate sigue siendo un espacio personal, algo que hace para sí mismo y para nadie más. «