Hace unos días, el ecosistema de la reacción conservadora que surgió con violencia tras la avanzada feminista, atacó de nuevo: primero fue un vídeo en Youtube, de ahí pasó a Twitter hasta llegar a la tapa de Clarín. El reciente logro de la ley de interrupción voluntaria del embarazo, que coronó una serie de leyes y avances en materia de derechos de género como derechos humanos, parece haber sido la chispa que prendió la mecha.

Esta vez, esa fuerza de derecha reaccionaria -retratada y sistematizada en la investigación  www.lareaccionconservadora publicada hace unos días y actualmente inaccesible justamente por haber sido atacada por el mismo ecosistema- dispara sistemáticamente desde las redes y se organiza fuera de ellas, encontró un blanco perfecto: la muestra de la artista Fátima Pecci Carou en el Museo Evita. En la muestra, curada por Eva Grinstein, puede verse una serie de pinturas que retoman el estilo otaku de los comics japoneses para hacer, sobre banderines y pancartas, un recorrido de la vida y obra de Eva Duarte de Perón.

Así, podemos ver a Evita en los Toldos, desplegando sobre su cama de soltera el sentimiento de justicia social, a la Evita que llegó a la radio y a la Capital, a la Evita movilizada por las necesidades y los derechos, de las mujeres, de las amas de casa, de les niñes, a la Evita sufragista, la Evita sindical, la Evita ninja.

Por más caprichosa que resulte la asociación, si hay algo que no necesita hacer el arte es dar explicaciones. Pero por si alguien buscara argumentos, ahí están en la sala final de la muestra. Una vitrina encierra el kimono que alguna vez tuvo y usó la propia Eva, un kimono con vivos en verde. Y la pancarta más grande, una pintura de Evita esgrimiendo la katana: la Evita femininja.

Las principales acusaciones contra la obra de Fátima Pecci Carou y específicamente contra su muestra “Banderas y banderines” fueron de plagio y de estafa. Estafa al Estado (“¡Tus impuestos!”) llevada a cabo por una feminista y, claro, peronista.

Podríamos desplegar aquí una interesante clase de historia del arte para explicarle a quienes realizan esa acusaciones -que no vamos a repetir para no revalidar su carácter- que el concepto de plagio en el arte está puesto en debate desde la época de la reproductibilidad técnica. También podríamos debatir el concepto de aura o decir que desde el mingitorio de Duchamp o desde la Gioconda con bigotes del mismo artista (elija el punto de partida que prefiera) el plagio en el arte es una noción caduca.

Frente al ataque a la artista, que también es colaboradora de LatFem, diversas especialistas se han explayado de manera clara y didáctica sobre la materia. Andrea Giunta, doctora en Filosofía, especialista en Arte e historia del arte, curadora e investigadora, publicó en su muro de Facebook: “Para quienes no conocen la historia del arte contemporáneo, aquí un ejemplo emblemático de la relación entre la obra de artistas y las imágenes del cómic: Roy Lichtenstein. Su obra más destacada, que hoy brilla en las salas de la Tate Gallery de Londres, está basada en un cómic de la guerra realizado un año antes. “Whaam! adapta un panel creado por Irv Novick de la historia Star Jockey publicado por DC Comics en febrero de 1962”, explica Wikipedia. Una gran parte del arte contemporáneo parte de copias o apropiaciones de otras obras, a las que el procedimiento diferenciado (de lo impreso a lo pictórico) y el radical cambio de contexto, de una cultura a otra transforma la obra o imagen que sirvió como punto de partida. Fátima Pecci Carou no solo traduce una imagen impresa en colores homogéneos en un lenguaje pictórico -es decir, no imprime la imagen original en el mismo lenguaje- y al hacerlo introduce además de su específica forma de pintar, elementos adicionales, sino que también cambia radicalmente el contexto de las imágenes manga de las que parte para insertarlas en una narrativa vinculada a la historia argentina. No sorprende que usen sus imágenes con motivos extraartísticos quienes desconocen la historia del arte”.

La curadora de la muestra y prestigiosa crítica de arte Eva Grinstein, también se expresó públicamente vía redes: “…se están difundiendo muchas inexactitudes en relación con la exposición de Fátima que curé para el Museo Evita. Quiero aclarar que Fati no obtuvo ningún subsidio del gobierno: a las Becas Activar Patrimonio me presenté YO, la gané y así pude concretar el proyecto de investigación que veníamos elaborando juntas, proyecto que resultó un verdadero oasis durante un año de parálisis y atomización total. La beca fue importante no tanto por el monto (que es bajísimo comparado con lo que se paga una curaduría) sino porque nos abrió las puertas del museo, de su archivo y de su equipo. De ninguna manera el museo compró las obras, menos aún el Ministerio de Cultura; no hubo ni habrá ningún tipo de arista comercial relacionada con fondos públicos. Y en cuanto a la ingenua, desinformada y anacrónica acusación de plagio, la atribuyo a la actuación de personas totalmente ajenas a los procedimientos del arte contemporáneo, con claros fines de provocación política. (El debate sobre cita y apropiación en el arte ya aburre de tan trillado pero si lo quieren relanzar una vez más todo bien, les comprendo. Fui periodista cultural y entiendo la sed de escándalo… Ojalá pronto encuentren algún temita menos remanido para entretener a su público”.

A su vez se pronunció el colectivo de artistas NP (Nosotras Proponemos) respondiendo con exactitud cada una de las dudas o suspicacias que despertaron las falsas denuncias hechas. Tanto Giunta (integrante de NP) como Grinstein señalan un punto que no todos los medios que levantaron el escandalete provocado por los focos reaccionarios de la derecha enfatizaron: no se trata de una discusión sobre el arte, el aura o la originalidad. Se trata de disparar desde la derecha de manera atomizada y permanente contra objetivos que representen lo que ellos combaten. Además de lastimar profundamente a una persona y a su trayectoria en su fuero íntimo y laboral, estos ataques buscan -y encuentran- aquellos signos que condensen los baluartes de su odio. En ese sentido, la artista (y la obra de) Fátima Pecci Carou constituye un blanco perfecto, es el combo de lo que la avanzada conservadora considera el mal: feminista y peronista. Los fines del ataque, entonces son, como señala Giunta, extraartísticos. Grinstein los despeja: son “claros fines de provocación política”.

La pregunta sería ya no si es o no plagio, copia, apropiación, homenaje, resignificación, etcétera. La pregunta es si se pueden separar arte y política. Y más aún, si estos ataques organizados, multiplicados por tipitos enojados, trolls y medios hegemónicos que se balancean en el equilibrio de la “polémica” dándole voz a todes les actores y actrices pero que horadan así el falso eje instalado, no forman parte de algo más grande a lo que prestar atención.

En Pax Neoliberalia, la teórica Jules Falquet habla de las “guerras de baja intensidad” como una nueva modalidad reorganizativa de la violencia contra las mujeres de la era neoliberal. A esta altura del hartazgo y el daño infringido nos cuesta pensar en términos de baja intensidad. Pero lo cierto es que estos golpes funcionan como gotas que horadan la piedra. La piedra somos nosotres, militantes por los derechos de las mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries, que venimos dando batalla hace años y logrando avances concretos en ese camino.

Las leyes suelen ser reflejo de demandas sociales y a la vez juegan a la cincha de su efectivo cumplimiento. Pero ahí están, sólo por mencionar algunas, las leyes de Educación Sexual Integral, Matrimonio Igualitario, Identidad de Género, Paridad en la política, Equidad en Medios, Cupo e Inclusión Travesti Trans que se sanciona estos días, la Interrupción Voluntaria del Embarazo, así como también la implementación de varios protocolos institucionales para prevenir y erradicar las violencias de género (que se desprenden de la ley) y otros para el uso de un lenguaje inclusivo no sexista.

¿Qué tiene que ver todo esto? Absolutamente todo. De nuevo, no es el estatuto del arte lo que aquí se discute sino un combo ideológico que se despliega como un abanico de amenazas para la nueva derecha. Me permito dudar de la inocencia e incluso de la ignorancia. Las operaciones no contemplan teorías del arte. El fenómeno es transnacional, excede las fronteras argentinas, (ya lo señala la investigación cuando habla de la alt-right norteamericana o de Vox en España), pero en nuestro país tiene nombres verdaderos y falsos. Periodistas, medios, políticos, partidos, trolls, trabajan sin pausa y con tesón en golpear los tobillos de cada paso que damos. Denuncias vanas, proyectos para prohibir el lenguaje inclusivo y la aplicación de la Educación Sexual Integral, cautelares para cancelar la ley de aborto legal, amenazas directas y concretas a periodistas e investigadoras… La gota de la derecha desdemocratizadora no para. Estemos atentes, porque responder no siempre es defendernos. A veces puede implicar caer en sus redes de conservadurismo y confusión. El eje del debate es político, es por nuestros derechos, y los avances son logros grabados en nuestra piel, en nuestra piedra.