En apenas medio siglo los inmigrantes llegados a Estados Unidos, entre ellos y en primer lugar los latinoamericanos, se han convertido en sujetos centrales para echar a andar todos los días la maquinaria económica de la gran potencia y, en un minuto de cada cuatro años, determinar con su voto quién será el gobernante –demócrata o republicano– del cuatrienio por venir. Todo el mundo sabe allí que sin esos 36 millones de almas que el 5 de noviembre podrán plegarse a la farándula y que elegirá entre la negra Camila Harris y el fascista Donald Trump, las cosas no andarían más o menos, o simplemente no andarían. Son, además de electores, los vecinos que madrugan para ir al surco, limpiar la mugre ajena o «hacer tareas difíciles y cansadoras», explica Wikipedia en un lenguaje tan escueto como insulso. El 82% de lo que ganan, lo vuelcan a la economía estadounidense.

La campaña de los dos candidatos roza el tema no más allá de lo estrictamente necesario, y sobre todo dirigiéndose al sentimiento xenófobo heredado de los padres fundadores. Quién sería capaz de controlar mejor la frontera para ahuyentar, denigrar o matar, si es del caso, a esa legión de impertinentes a los que generó y expulsó el modelo económico de sus países de origen, pero por obra y gracia de las políticas diseñadas en la gran potencia. Quién podría poner más trabas para impedir la integración de aquellos que, pese a las barreras legales y a los muros, igual lograron ingresar para cumplir con «su sueño americano». Los dirigentes de los dos partidos, sociedades empresariales y la academia –la realidad manda– saben que ninguna medida restrictiva, ningún muro, puede frenar el flujo migratorio.

Y saben que se necesitan más inmigrantes para desarrollar la economía. Son conscientes de que ahora, como antes y como será en el futuro, el debate a darse incluye una realidad que permanece oculta en el discurso político. Estados Unidos necesita más inmigrantes, algo que incluso a riesgo de aportar votos a la candidata demócrata –ligeramente más abierta a posponer por razones electorales, no más, las soluciones represivas– lo dicen gobernadores republicanos, como los de Indiana y Utah. La demócrata Alexandria Ocasio-Cortez le dio forma al razonamiento. «Recordemos –dijo– que este debate sucede cuando la tasa de desempleo real baja, existen millones de empleos vacantes en todos los sectores, cientos de miles de nuevos puestos se generan cada mes y millones llegan a la edad de retirarse. Hay déficit creciente de trabajadores para reemplazar y cuidar a todos estos jubilados».

Las remesas

La creciente llegada de quienes aspiran a un trabajo y a lograr el status de inmigrantes documentados juega un rol esencial a dos puntas. Es cierto que con los ingresos logrados pueden remesar dólares frescos a sus familiares, que aspiran a ser ellos también, algún día, protagonistas directos del sueño. Y es cierto también, por ejemplo, pero se lo oculta, que con su trabajo, los 40 millones de mexicanos residentes en EE UU impulsan el crecimiento de la economía norteamericana. Y así, aunque en otras dimensiones, el caso se reproduce en todos los países centroamericanos. Cada uno por su lado, la Reserva Federal y el Banco de México (el país azteca es el segundo receptor mundial de remesas, después de India) le pusieron unos números reveladores al fenómeno de la emigración latina.

El envío de remesas crece. No lo ha detenido ni la pandemia, aunque lo ralentizó, ni los vaivenes de la economía. Siguiendo con el ejemplo de México: sólo en junio llegaron al país envíos por 6213 millones de dólares, el mayor registro mensual desde aquel primero de 1993. Pero este es apenas un aspecto de la relación económica entre los dos países socios en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal lo dice con toda claridad: “Estados Unidos se beneficia grandemente con la inmigración. Que en 2023 el mercado laboral haya recuperado el equilibrio se explica en buena medida por la inmigración”. Si México no recibiera remesas el número de pobres crecería en casi un millón de personas, señaló un estudio del Banco Bilbao Vizcaya.

Pese a todo eso lo más impactante resulta ser cuando se llega a la comprobación de que son los latinos los que impulsan la economía norteamericana. Continuando con el caso de México y la información oficial allí generada: por cada 100 dólares que ganan los migrantes mayoritariamente radicados en el estado de California, 82 se quedan en EE UU en el pago de impuestos y en el consumo de bienes y servicios, desde alimentación hasta gastos de salud, educación y entretenimiento. Sólo 18 dólares de esos 100 llegan a México como remesas. La ex secretaria general de la CEPAL y actual canciller mexicana, Alicia Bárcena, agregó otro dato contundente: por la vía de los impuestos, los migrantes mexicanos aportan 324.000 millones de dólares anuales al tesoro norteamericano.

Los latinos habilitados para votar pasaron de 14,3 millones en el año 2000 a 36 millones en esta elección, en la que serán el 15% del padrón general. El Pew Research Center, uno de los múltiples think tank de Washington, dice que serán ellos, nuevamente, quienes volverán a definir al ganador. Un análisis de los resultados del último medio siglo muestra que cuando un candidato recibe menos del 64% del voto latino, pierde. En esta carrera el final estaría abierto, ninguno roza, siquiera tal porcentaje. Por razones meramente electoreras o la enorme contribución que prestan, sería positivo, editorializó el mexicano La Jornada, que “estuviera en marcha alguna propuesta que llevara a regularizar a esos millones de brazos productivos o al menos que apareciera en la oferta de alguno de los candidatos”.

Ante la actitud de Trump de abierto desprecio hacia los inmigrantes, Harris no logra definir un mensaje. A 79 días de las elecciones no alcanza con aturdir con sus spots lanzados en un castellano chicano que en muchos casos llama a la risa. Aprueba la idea de sellar la frontera para impedir el paso de quienes se aventuren a cruzarla y bosqueja una propuesta más amplia, “un paquete con vías conducentes a la ciudadanía para que los que ya están aquí, pero sin documentos, tengan una oportunidad”. El 9 de agosto, en el bastión latino de Arizona, embarró lo que podía ser una idea razonable al anunciar que contratará “miles de agentes para la Patrulla Fronteriza para acabar con el tráfico de fentanilo (la droga mortal) y seres humanos”. Droga, pandillas y americanos pobres, todos juntos en una misma bolsa.