Hay hinchas a los que les gusta comentar los partidos de sus equipos por WhatsApp: al instante, mientras lo ven por televisión, como en una conversación de tribuna online. Es una práctica que algunos ejercen en sus grupos, o quizá en mensajes individuales que pueden enviar en continuado incluso sin encontrar respuesta. Putean por un gol en contra, gritan los propios, mandan stickers, se quejan de un jugador, elogian a otro, piden cambios. Un monólogo virtual que funciona como descarga cuando se juega de visitante y no se puede ir a la cancha. Reemplaza al grito de la tribuna. No juzgo esa ansiedad, tampoco censuro que me manden mensajes durante un partido. Aunque a mí no me guste hacerlo. Pertenezco al bando de los que sueltan -o intentan soltar- el celular, como recomienda Miguel Simón, cuando juega mi equipo. Para algún comentario, a lo sumo, está el entretiempo.
Pero lo que me gusta es leer todo eso que se acumula después de los partidos. Ahí están los latidos de los otros: cómo le fueron variando las pulsaciones en cada momento, con los vaivenes del resultado, con alguna jugada determinada, con los fallos del árbitro, con la espera del VAR. A diferencia de lo que sucede en la tribuna, donde todo es efímero porque las puteadas pasan, se olvidan, y al rato se convierten en aliento, que también pasa y se olvida, acá queda escrito, se puede volver atrás. El domingo, cuando Racing le ganaba 4-1 Belgrano, mientras ganaba 4-1, un amigo escribió: “Aguante Gustavo!”. Menos de una hora después, cuando Belgrano se puso 4-4, volvió a mandar otro mensaje: “Chau Costas”.
Parece una broma, y pudo haber sido, pero es parte del estado alterado con el que se vive el fútbol. Al partido siguiente, el jueves contra Coquimbo por la Copa Sudamericana, pasó algo parecido pero mezclado entre lo colectivo. Hubo algunos silbidos cuando terminó el primer tiempo, todavía 0-0. Pero Racing ganó 3-0 y entonces al final se volvió a escuchar algo que ya había sonado en el Cilindro: “Te vinimos a ver, te vinimo a alentar, de la mano de Costas la vuelta vamo a dar”. Por fuera de quién la cantó y quién no, de las razones que pueden tener quienes largan su bronca y de hay argumentos en el juego del equipo para la crítica al entrenador, así como también hay un cariño para alguien que es un símbolo del club, lo que queda es esa especie de bipolaridad, lo que también se puede llamar histeria.
No es nuevo –y en Racing pasó con Fernando Gago de técnico– pero desde hace un tiempo hay otra intensidad. Es algo que pasa en la calle: el enojo, los nervios, el apuro, todos vamos por ahí un poco sacados. No me gusta esa idea que se repite acerca del fútbol como reflejo de la sociedad. No me interesa una reflexión de la sociedad a partir del fútbol o al revés, sólo pienso en ese traslado de la vida cotidiana a la cancha. “El fútbol puede ir por la misma corriente o no en cuestiones muy puntuales de la sociedad, de la cultura, la política -me dijo hace algunos años el historiador Julio Frydenberg-. Puede ser un escenario para mostrar cosas y potenciales. El fútbol es un escenario de igualdad y de enormes desigualdades. No hay más que salir a la calle y ver que eso ocurre en la vida. No es un reflejo, es una especie de espejo”.
A los que no somos de River quizá nos cueste entender los silbidos a Martín Demichelis. Aún cuando pueda haber explicaciones: la salida de Enzo Pérez, el funcionamiento del equipo, su frialdad alemana para declarar o la melancolía por Marcelo Gallardo entre otras cuestiones. En ningún caso -salvo por la última derrota con Boca- parece entrar la variable del resultado. River fue el campeón de la última liga (el formato que se juega ahora) y se encamina a ganar su grupo en la Copa Libertadores. Admito que me gusta la exigencia, que no alcance con ganar, que lo que se necesite también es que el equipo te represente en el juegue, genere una identidad. En la batalla cultural del fútbol eso podría ser un triunfo: no sólo importa ganar.
Si un drone pasara por distintas canchas va a ir encontrando escenas similares, aún en las diferentes situaciones que atraviesan los equipos. Cada uno en lo suyo. Independiente atraviesa su inestabilidad hace demasiado tiempo. La política, la económica y la deportiva. Carlos Tevez llegó con el modesto objetivo de esquivar el descenso. Lo consiguió con cierta holgura y con un equipo sin figuras ni liderazgos fuertes. Pero lo que no pudo evitar fueron las críticas. En el programa Paso a Paso un hincha le decía a otro que lo defendía: “¿Cuándo lo viste jugar bien?”. Tevez decidió irse después de la primera fecha, derrota con Talleres. Julio Vaccari, que acaba de dejar Defensa y Justicia, aparece como un posible reemplazo. “A mí me chupan las pelotas lo que me digan, que me tengo que ir o no. Son las reglas del juego y yo acepto jugarlas”, dijo hace unos días.
Todo parece ir más acelerado que de costumbre. ¿A Gustavo Quinteros no lo querían afuera hace unos meses? Vélez terminó en la final de la Copa de la Liga. La perdió pero con mucha dignidad futbolística. ¿Y lo de Rubén Insúa? ¿Esta dirigencia de San Lorenzo no le había renovado el contrato unos meses antes de despedirlo? Es un clima de época: el enojo como motor, las redes sociales como plataforma para disparar y una prensa que se monta en el griterío. El fútbol está inmerso en su época. Un fútbol que va en 2x como un audio de WhatsApp.