Atravesar casas y aparecer en una tribuna. Parece una escena de fantasía de Tim Burton mezclado con el ascenso argentino. Pero no. Es la meca del primer mundo: la liga inglesa. Ayer hizo su debut en la Premier League, por primera vez en su historia, el Luton Town Football Club, con su cancha tan humilde como particular, en la que para llegar a una de sus tribunas hay que, literalmente, atravesar techos y azoteas de viviendas barriales. El mundo del fútbol está lleno de historias, algunas de ellas obreras, y este año las primeras planas de Europa tienen al menos tres para contar.
Al Luton le dicen “Los sombrereros” (Hatters), en alusión a la fama de esta ciudad de 218.045 habitantes –al sur, a 51 kilómetros de Londres– por la fabricación histórica de sombreros que data del siglo XVII. En Inglaterra, más que un deporte, el fútbol es una tradición. El estadio de Luton está encerrado entre las típicas casas victorianas de techos empinados de tejas y es el único de la Premier con más de un siglo de vida. Cuando lo construyeron, en la Argentina gobernaba Figueroa Alcorta.
Ahora debieron destinar unos 12 millones de dólares para reformar el Kenilworth Road de acuerdo a las reglas de la Premier, desde las butacas a la iluminación. Para 2026 esperan tener un nuevo terreno para armar el estadio sin casas alrededor.
Hoy desde la tribuna visitante del Kenilworth Road se ven los jardines y terrazas del barrio. Tiene un lateral estrecho, por donde ni siquiera entra un auto. Y para llegar a un pequeño bar lindero hay que meterse entre las casas. Un laberinto urbanístico futbolero. “Cuando se levantó, había pocas casas hasta que rápidamente los lados se fueron poblando –expresó a Olé el historiador del club, Roger Wash–. Nadie camina por sus casas sino por debajo algunos dormitorios».
En sus 138 años, Luton FC tiene encima un par de logros: campeones de la Copa de la Liga a finales de los ’80 y finalistas de la FA Cup en 1959. Descendió de primera en 1991. Dos meses después comenzaba la Premier.
La caída a los infiernos deportivos ocurrió sin freno. Tres descensos seguidos y crisis financieras. Terminaron en la Quinta inglesa. Un punto de quiebre llegó en 2013, cuando por la FA Cup derrotó al Norwich, con cuatro divisiones de diferencia. Algo que no había sucedido en 25 años. Desde ahí empezó a emerger de las cenizas.
Siempre fue considerado un equipo transgresor. Décadas antes se transformó en el primer club británico en dar oportunidades a jugadores de raza negra, como Ricky Hill o Brian Stein. La propia ciudad vive una fuerte apertura inmigratoria. El 30% de su población es asiática, sobre todo de Pakistán y Bangladesh.
Hoy su emblema es el volante Pelly Ruddock Mpanzu, el primer futbolista que sube desde la quinta división hasta la Premier League. Todo con el simpático Luton.
El equipo obrero
Mientras los flashes estaban con la definición del campeonato entre Borussia Dortmund y el Bayern Munich, sucedió otro hecho histórico en la Bundesliga el 27 de mayo pasado: Union Berlín FC se quedaba con el cuarto puesto y clasificaba a la Champions, por primera vez en su historia.
Es un club con esencia familiar. Fundado en 1906, su estadio se llama An der Alten Försterei (‘La vieja casa del guarda forestal’), anclado en el popular barrio berlinés de Köpenick, donde la mayoría de sus 22.000 espectadores ven todo el partido parados y que aún contiene el marcador de madera que un hombre va modificando cada vez que hay un gol. A sus aficionados les dicen Schlosserjungs: trabajadores metalúrgicos. En un fútbol globalizado y mercantilizado, donde los clubes son marcas y se difuminan las identidades, Union Berlín es el representante obrero en la elite europea.
Su himno, «Eisern Union» (Unión del Hierro”), fue cantado por Nina Hagen. El club tuvo buenos años hasta la Segunda Guerra. La ocupación alemana disolvió entidades. Luego el gobierno soviético impidió viajar por el país a competir y el equipo se fragmentó. De sus entrañas surgieron otros dos clubes. La mayoría de los jugadores huyó al oeste berlinés. El resto se quedó en el Este. Y entonces apareció el muro.
En la Berlín de los años 60, la gran rivalidad era entre el Unión Berlín (equipo obrero y civil) y el Dynamo Berlín, equipo de la Stasi, órgano de inteligencia de la República Democrática Alemana, que se impuso por diez años seguidos. Los hinchas de UB protestaban cada partido por el muro y la corrupción de su adversario. En cada tiro libre donde se formaba una barrera, gritaban: «Puede caer».
Siguieron adelante, a pesar de todo. Tuvieron una refundación en 1966 como FC Union Berlin, y el primer gran logro de la post guerra vendría en 1968, cuando se llevaron la DDR Pokal. Aunque al final no hubo recompensa: la RDA retiró a sus equipos de los torneos europeos. Vino la crisis económica, descensos y caer a la tercera categoría en 2004. La ruina. ¿Y quiénes pueden salvar a un club en ruinas? Sus hinchas. Emprendieron la campaña Bluten für Union: consistía en hacer donaciones para el banco de sangre de Berlín (en Alemania son pagas) y reunir el cerca de millón y medio de euros para salvar a la entidad. Aún así terminaron en la cuarta división. Pero la afición siguió apoyando, estadio lleno, contribuciones sociales, y una primera señal positiva de reconstrucción: el 8-0 al Dynamo. Su histórico rival.
Ascienden a la tercera categoría, pero el An der Alten Försterei necesitaba reformarse. Era el 2008. No tenían plata. De nuevo, los hinchas. Se ofrecieron a hacer las obras. Imaginen a 2300 socios y voluntarios trabajando de obreros. Les llevó 16.000 horas remodelar su propio estadio. Sin cobrar.
Para obtener ingresos, vendieron parte del estadio a los seguidores. ¿El slogan? «Vendemos nuestra alma, pero no a cualquiera». Ese ‘cualquiera’ tenía nombres: Blatter, Berlusconi, Red Bull (que maneja el Leipzig, otro equipo alemán).
En la temporada 18/19 militaba en la Segunda. Quedó tercero, debía definir repechaje con el Stuttgart. Y así logró el ascenso. Como el público de esas bandas indies que terminan popularizándose, había un miedo en los hinchas: que el ascenso les hiciera perder los valores originales. En el estadio empezó a verse una bandera. Decía: «Scheibe… wir steigen auf!«: ‘Mierda… vamos a ascender’.
La Academia Racin’Clu’
En Francia también hay un Racing Club. Se crearon con tres años de diferencia. Uno en Avellaneda, el otro en Lens. Eso sí, el galo tiene los colores rojo y amarillo desde el ’23, cuando el presidente René Moglia vio las ruinas de la iglesia de Saint Léger, construida en 1648, donde se encontraba una bandera española. Curioso, investigó por qué. Le contaron que remitía a lo que había sido el dominio español en la región, entre los siglos XVI y XVII, bajo el imperio de Carlos V.
La liga francesa se crea en 1932, pero Lens recién la juega un par de años más tarde cuando deciden profesionalizarse. Lo hacen ayudados por la empresa minera “Mining Company”. El rojo y amarillo también es la metáfora para un equipo minero: la sangre y el oro. Tuvo que esperar hasta 1950 para jugar en la Ligue 1. Cinco años más tarde sale subcampeón. Gana copas nacionales, pero ninguna liga. En 1968 empieza el declive, pleno Mayo Francés. El principal motivo fue la quiebra de la empresa minera. El RC Lens, igual que el medio ambiente, sintió los efectos crueles del extractivismo. El club queda al borde de la desaparición.
Ya en 1996 asume como DT Daniel Leclercq. El 9 de mayo está inscripto en letras de molde: primera y única vez campeón de la Ligue 1. En la temporada siguiente, primera Champions. Desde ahí alternó descensos con un puñado de buenas actuaciones. Pero jamás volvió a jugar la Champions. Hasta este año. En el último campeonato salió segundo, solo detrás del petrodolarizado PSG. Porque detrás de los flashes y los billetes, el fútbol sigue dando historias.
Quien mejor lo definió fue el presidente de Union Berlín, Dirk Zingler: «Nuestra gente nos dice que es bueno que nunca nos hagamos más grandes de lo que somos».