“Este no es un libro de viajes”, advierte Guillermo Saccomanno en el prólogo de Escrito en Patagonia (Editorial La Flor Azul), que reúne las crónicas de los viajes a la Patagonia que hizo durante los ’90 y que fueron publicadas mayoritariamente en el suplemento Radar de Página 12 y, algunas, en el anterior diario Tiempo Argentino.
Su afirmación es tan cierta como la de René Magritte “esto no es una pipa” que escribe debajo de la imagen de una pipa. Por cierto, Magritte tenía razón, era la imagen de una pipa y no una pipa. También Saccomanno la tiene, ya que sus crónicas patagónicas no constituyen un libro de viajes “no, al menos, en su sentido más comercial”.
Según afirma, en todos los lugares patagónicos recorridos encontró “relatos que valía la pena anotar en la medida que conformaban pistas para la comprensión de un territorio que nos compromete. No se trata sólo del conflicto de la nación Mapuche y el despojo a que se la ha sometido. Cabe incluir también la entrega de la riqueza, el patrimonio nacional”.
La relación de Saccomanno con la Patagonia es de larga data. La conoció a los 20 años no precisamente como turista, sino como colimba en una guarnición de Junín de los Andes. Allí se convirtió en una suerte de “escritor por encargo”, ya que sus compañeros le pedían que les escribiera cartas para enviarles a sus novias.

Escrito en Patagonia está dedicado a la memoria de Osvaldo Bayer y de Orlando “Nano” Balbo, compañero de Saccomanno durante la conscripción. Secuestrado por la dictadura en 1976, este educador discípulo de Paulo Freire sobrevivió a la cárcel pero quedó sordo por la tortura. Años después, exilio mediante, se reencontró con su compañero y fue el protagonista de uno de sus libros: Un maestro. Una historia de lucha, una lección de vida.
Mientras Saccomanno rememora sus viajes al sur, prepara un nuevo viaje, que esta vez no es a la Patagonia, sino a España, donde será la ceremonia de entrega del Premio Alfaguara de Novela que ganó recientemente por Arderá el viento y que estará en librerías hacia fines de marzo.

–¿Cómo surgieron estas crónicas patagónicas?
–Casi se fueron escribiendo solas a través de sucesivos viajes. Cuando me llamaban para ir a una feria del libro o para dar una charla en el culo del planeta yo iba, mientras otros escritores no lo hacían porque la Patagonia no era un destino muy popular. A mí no me importaba dónde fuera, yo iba y volvía con una crónica. Me quedaba un poco más para recorrer, para curiosear. Además, siempre tuve un sentimiento especial por la Patagonia. La conocí de la peor manera, en la colimba. Estuve un año y medio en un regimiento de infantería de montaña en momentos del Cordobazo, del Choconazo. No voy a abundar más en esto porque ya lo conté en Bajo bandera. Fue muy duro. No obstante, siempre hubo algo en ese paisaje desolado que me atrajo.
–Vos viste algo donde otros no veían nada. Según contás en el libro, el propio Borges le dijo a Paul Theroux qué quería ver en la Patagonia, “si allí no hay nada”.
–Sin embargo, hay de todo. En cualquier pueblo al que vayas encontrás desde anécdotas reales a otras que fueron mitificadas, encontrás narración.
–Es muy interesante lo que decís de Bruce Chatwin, del hecho de que un inglés como él nos vino a vender una Patagonia que es falsa. Sin embargo, hay una cierta veneración por Chatwin.
–De algún modo se justifica esa veneración porque Chatwin tiene una escritura muy eficaz. Él le otorga a la Patagonia un aire de western. Eso hace que la Patagonia sea más de Butch Cassidy y Sundance Kid que del general Mosconi. La Patagonia de Chatwin resulta más atractiva en términos históricos. Lo que elude es el componente político y, dentro de este componente, la tierra a conquistar. Desde el Far West puede pensar en el Far South. Cuando Payró viaja a la Patagonia, Mitre le dice que vaya y conquiste ese territorio para la literatura argentina. En La Australia Argentina ya se ve el deseo de conquista, de sentar bandera en la Patagonia. El penal de Tierra del Fuego, por ejemplo, fue pensado para afirmación y expansión en el territorio ante la posibilidad de que lo copara Chile. Hay mucho material sobre la Patagonia y mucha más literatura de la que uno se imagina sobre ese territorio y me refiero a literatura tanto propia como ajena.

–Contás del penal de Tierra del Fuego que se transformó en “un depósito de presos políticos”. Cuando el penal se convirtió en un museo, alguien instaló en él un restaurante. Además se hicieron suvenires para los turistas, por ejemplo, trajes de preso a rayas. ¿La banalización del pasado es una forma de destrucción de la historia?
–Te diría que hay banalización a través de museificación. Creo que a medida que al pasado se lo museifica, se lo congela, queda puesto en términos de mito. Pero, cuando vas al penal, por más que esté restaurado, no es joda. No sé si el restaurante continúa estando allí, pero yo fui dos veces y estaba. El dueño estaba contento, pensaba que era una manera de homenajear a los presos del pasado.
–Hubo quien dijo que la ex Esma se podía transformar en un hermoso parque para recreo de la gente.
–Es una manera de borrarlo de la memoria, de borrar el borde de la tragedia nacional.
–¿Cómo fue el trabajo de recopilación del material que conforma el libro?
–Algunas notas no las tenía y las tuve que rastrear, a veces recordaba vagamente o no recordaba el título. Hubo todo un trabajo de peritaje y de rastreo. Una vez que las reuní, me di cuenta de que era mucho material. Es que en ese tiempo, por una cosa u otra, viajaba casi todos los meses a la Patagonia porque era un territorio que me subyugaba. Dejé mucho material afuera porque era demasiado para un libro. Me interesa mucho el tema de la colonia galesa, de Gainman, un lugar muy glamoroso donde se toma té y se comen tortas, pero que es mucho más que eso porque tiene toda una historia que es la de los galeses que en esto sí te conecta con Butch Cassidy y Sundance Kid porque George Newbery trajo norteamericanos prometiéndoles una tierra en la que se hablaba inglés y los norteamericanos que trajo eran todos pistoleros. Este tipo de situaciones me atraían, del mismo modo que los pueblos petroleros que tenían parajes prostibularios. Muchas de las putas que se habían afincado en el lugar, luego pasaron a ser damas ilustres de pueblo. Todas estas cosas me parecen interesantes porque es escarbar y ver la roña de la historia.
–Sí, estuve con ella en varias ocasiones luego del asesinato. Además, el libro que escribí sobre el Nano Balbo conecta mucho con la historia de los maestros de Neuquén. Ellos, como lugareños, me fueron contando muchas historias.
–La crónica en la que hablás de Fuentealba, el docente asesinado en Neuquén por las fuerzas represivas del gobernador Sobisch, es muy impactante. Vos te contactaste con la pareja de Fuentealba, Sandra, ¿no es así?
–Hay hechos imposibles de olvidar, como el asesinato de Fuentealba. Pero a veces se olvidan los climas en que sucedieron las cosas. Creo que tus crónicas lo restituyen.
–La crónica es literatura y es una herramienta muy apropiada para lo histórico y para la denuncia.
–Supongo que escuchar relatos tan descarnados deja marcas.
–Sí, claro que deja marcas, eso es inevitable. Creo que también le hice algún reportaje aparte a Sandra. Estuve donde daba clase Fuentealba. La Patagonia tiene algo de humildad y de estoicismo. Hay una aspereza, pero esta aspereza habla del abrigo. Encontré mucha solidaridad. Alguien que está en un auto te pregunta dónde vas y cuando le decís el lugar te dice “te acerco” cuando quizá “te acerco” implica recorrer 50 kilómetros de desierto. En todos los lugares encontraba los pasos de Osvaldo Bayer.

–Bayer es alguien omnipresente en el libro.
–Sí, está presente todo el tiempo. Es que, por ejemplo, cuando llego por primera vez a Chos Malal, que es un pueblo con mucha historia, entro en un pequeño local de la CTA. A la derecha había una pared totalmente blanca con una foto de Bayer. Esa foto dispuesta contra ese blanco absoluto tenía un poder simbólico que me pareció notable. Además, cuando viajaba a la Patagonia solía encontrármelo en Aeroparque. Los vuelos hacia el Sur salían muy temprano, a las siete o siete y media de la mañana. Me lo encontraba, por ejemplo, entre un contingente de japoneses. Es un recuerdo muy entrañable para mí el de encontrármelo viajando a “su” Patagonia, que, por supuesto, es mucho más auténtica que la de Chatwin. Chatwin saqueó la biblioteca de Bayer. En la Patagonia hay de todo, una belleza enorme del paisaje que es lo que más se comercializa y una historia de despojo y apropiación que te hace entender la situación apremiante en que se encuentra el pueblo mapuche. Así se explican las muertes de Rafael Nahuel y de Santiago Maldonado. Si vas a Junín de los Andes un sábado a la mañana, te lo podés encontrar a Ted Turned escoltado por uno de sus cowboys yendo a comprar algo a la ferretería del pueblo.
Un fragmento de Escrito en Patagonia
“La Patagonia es un estilema de moda tilinga que comprende tanto la indumentaria como la gastronomía, el recorrido turístico como la decoración de interiores. Las grandes editoriales, atentas a los comportamientos del mercado y los consumidores, no dejan escapar todo producto que pueda, además de ocuparse de la Patagonia, generar ganancias. Desde ya, nada de esto tiene que ver con la realidad áspera que padecen los patagónicos, saqueados en sus recursos, afectados en su identidad, con el territorio marcado por el despojo y la subasta a extranjeros. En consecuencia, no son pocos los textos publicados últimamente sobre la Patagonia. En algunos se resalta el oportunismo, en otros el relevamiento apurado de color local, y en otros, los menos, la calidad literaria se alquimiza con el documento. Entre los libros editados recientemente, hay algunos materiales atractivos que, aun cuando aspiran a satisfacer las apetencia de los editores, tienen un valor que excede las reglas marketineras”. Así merece ser destacado el imprescindible Un yanqui en la Patagonia de Bailey Willis (1857-1949), notable geólogo norteamericano, estudioso de la hidrología, a cargo de una comisión especializada en el análisis del suelo quien fue admirador del Perito Francisco Moreno y de Ramos Mexía.
Una experiencia en un penal patagónico
–En el libro contás la experiencia de ir a una cárcel patagónica, la U9, a dar una charla invitado por uno de los maestros que trabajaba allí. Los presos te medían para ver cuánto había de auténtico en tu actitud. Supongo que debe haber sido una experiencia muy particular.
–Lo particular, lo que te amedrenta es que, cuando vos salís, respirás y mirás al cielo abierto, mientras que atrás se van cerrando las puertas de metal: trac, trac, trac y sabés que esos hombres que están allí no van a salir. No es que los presos te midan, es que no les podés mentir. Por ejemplo, si uno te pregunta si leíste Danza con lobos y le contestás que no, que viste la película, está todo bien. Tenés que ser sincero. La gente que está allí tiene una formación, hay una escuelita y una gran biblioteca. Los libros son destruidos porque cuando hacen las requisas entran en la celda a los palos y los libros se rompen. Pero hay un “afán de superación”. Fui varias veces al penal y me acuerdo de un pibe que tenía condiciones de escritura. Una de las veces que fui, pregunté por él y me dijeron que había salido en libertad y lo habían vuelto a atrapar poco después Mantuve durante un tiempo correspondencia con él porque en la prisión se hacía un fanzine. Es muy destacable la tarea de los maestros en el penal.