Desde 1999 Escalandrum es considerada una de las más importantes agrupaciones de jazz de nuestro país. La banda, integrada por Nicolás Guerschberg en piano, Damián Fogiel, Gustavo Musso y Martín Pantyreren saxos, Mariano Sívori en contrabajo y Daniel “Pipi” Piazzolla en batería, es apreciada no sólo por los cultores del género, sino que además es elogiada por el público del rock, el tango o la música académica.
Surgido luego del brindis en una fiesta de fin de año, el ensamble participó de importantes festivales internacionales de jazz, publicó 11 discos y hasta llegó a grabar en el mítico Estudio 2 de Abbey Road. A 25 años de su creación el periodista Fernando Ríos, quien desde 2005 dirige la revista online Argentjazz, acaba de publicar Escalandrum, entre Piazzolla y el jazz, un libro que forma parte del catálogo de la prestigiosa editorial Gourmet Musical.
En él Ríos, quien en 2021 publicó Un panorama del nuevo jazz argentino (2000-2020), se interna no sólo en la historia del aclamado sexteto, sino que indaga también en las características de este grupo de amigos que, además de juntarse los fines de semana para comer asado o hablar sobre fútbol, se transformó en una agrupación de jazz que es reconocida internacionalmente como una de las más excepcionales de los últimos años.
En diálogo con Tiempo Argentino, Ríos habla sobre el libro de reciente publicación.
-¿Cómo surgió la idea de escribir un libro sobre Escalandrum?
-En cierto modo nace de mi libro anterior en el que reseñaba dos décadas de jazz en nuestro país. En ese entonces el grupo ya tenía un gran protagonismo dentro de este género. Pero una vez que apareció el libro, tuve la necesidad de hacer otro porque me entusiasmé y tenía ganas de escribir algo más.
Empecé a revisar un cuaderno en el que tenía apuntes, fechas y datos, y me di cuenta de que en este año Escalandrum está cumpliendo 25 años de existencia. Así que me pareció un buen motivo para empezar a trabajar. Hice la propuesta a la editorial, que estuvo de acuerdo, y lo llamé a Pipi porque mi temor era que alguien ya lo estuviera escribiendo. Y cuando él me dijo que no, para mí fue una gran alegría. Yo tenía claro que quería hacer el libro con ellos y no que fuera solamente una biografía contada por un tercero.
Mi libro anterior, estaba centrado en esa explosión en la que aparecieron una cantidad de músicos y agrupaciones fabulosas. Esas dos décadas generaron también un gran reconocimiento para aquellos que ya venían transitando el territorio del jazz y, sobre todo, sirvió para la aparición de una nueva generación de creadores. Dentro de ese período, Escalandrum fue acentuando su personalidad musical. Además el grupo posee el mérito de tener una continuidad de 25 años, algo que no es usual en una agrupación de jazz en la Argentina.
-¿Considerás que así como el Quinteto Urbano marcó un camino dentro de nuestro jazz a fines de los noventa, Escalandrum representa una continuación de ese camino?
-El Quinteto Urbano fue una formación de excelencia que marcó un antes y un después en el nuevo jazz argentino, pero solo duró cuatro años, hicieron tres discos y se disolvieron. Sus integrantes siguen en la actividad pero de manera individual, cada uno en sus propios proyectos.
Por esto llama la atención lo de Escalandrum, que es un grupo que tiene una vida tan prolongada y con los mismos integrantes. Otra característica para destacar es el cambio constante y una evolución permanente. Ningún disco de Escalandrum es parecido al otro, porque siempre hay algo diferente. Y eso me parece que habla muy muy bien de ellos.
El grupo es una maquinaria perfecta. Posee un grado de elaboración en los arreglos y en el trabajo de matices que no lo encontrás en ninguna otra banda integrada por esta cantidad de músicos. Tal vez es más fácil de hallar esto en un trío. Ellos trabajan como si fuera un conjunto de cámara. Hay un capítulo en el libro que se llama “La construcción de un sonido”. Y en él planteo que generaron un método de trabajar en los arreglos de manera tal que les resulta fácil abordar obras de Mozart, Ginastera o Piazzolla, además de sus temas propios. Pero esa fuerte personalidad también la tienen cuando encaran músicas de Charly García o de Los Redondos. Y siempre suena a Escalandrum.
-La singularidad de su sonido y su personalidad musical se perciben tanto en sus presentaciones en vivo como en sus discos. ¿Cómo consiguen esa característica?
-Me planteé averiguar si ese sonido era propio de ellos o un aporte de los ingenieros de grabación que tuvieron y que tienen. Entonces, para ese capítulo rastreé a todos los técnicos que habían tenido a lo largo de estos 25 años, desde Facundo Rodríguez, pasando por Luis Bacqué, Osvaldo Acedo o el portugués Da Silva.
A todos les hice la misma pregunta: en qué medida ellos habían contribuido al sonido de Escalandrum. Y Rodríguez, que es con quien el grupo grabó más discos desde 2011, me dijo que generalmente la música se mezcla en las consolas del estudio con la presencia de ellos. Esto me parece que es un es un dato importante, porque significa que el proceso de grabación y mezcla lo tienen incorporado como parte de su sonido. No es que sólo graban y el resto se lo dejan al ingeniero de grabación. El registro sonoro forma parte indivisible de su proceso creativo.
-¿Qué importancia tiene el hecho de que además de formar parte de una agrupación musical los seis sean amigos?
-Creo que también forma parte de su disciplina el hecho de seguir juntándose todas las semanas. Y no lo hacen por obligación, lo hacen porque les gusta comer asado los domingos, y “además de comer asado, vamos y hacemos música”, me decían. Tienen esa cosa de compinches y se nota que son amigos que tienen un grupo y que, a su vez, cada uno de ellos trabaja también en sus proyectos personales. De esta manera se alimentan y retroalimentan el proyecto. Les da placer estar juntos y tocar juntos. Y esto también se puede ver en la intimidad. Fui a un par de ensayos porque quería ver cómo eran ellos fuera del escenario. Y es una fiesta, ya que viven haciendo bromas o cargándose el uno al otro. Pero después se ponen a tocar y tocan en serio, siguen trabajando y siguen mejorando. Y a cada ensayo a los que pude asistir llevaban temas nuevos y nuevas ideas y propuestas. Creo que, además de ser excelentes músicos y de formar parte de un grupo de una calidad excepcional, son buena gente. Y eso se nota y se transmite en su música.
-¿Cómo lograron esquivar el peso del apellido Piazzolla y desarrollar su propio camino?
-Ese apellido los podría haber condicionado, y creo que en ningún momento lo hizo. Lógicamente les abrió algunas puertas, pero también pudo haber sido una carga. Es diferente si tu apellido es Pérez o López. Por algo tardaron tantos años en hacer un disco íntegramente con música de Piazzolla. Se formaron en 1999 y recién en 2011 grabaron Piazzolla plays Piazzolla porque pensaron que en ese momento ya estaban preparados y se habían despejado todas las presunciones de especulación con el apellido. Hubiera sido muy fácil hacer eso de entrada. Por otro lado, encarar la música de Piazzolla es algo que está muy trillado, no se puede agregar mucho. Pero sin embargo, ellos le encontraron una vuelta y le sacaron los clichés y encararon su música de manera muy creativa. Lo mismo consiguieron con la música de Ginastera y Mozart en el disco Sesiones ION de 2017.
-Su nuevo disco ofrece un cambio muy fuerte, ya que cambiaron el formato acústico por uno electrónico. ¿Creés que es un nuevo paso hacia nuevos caminos en su música?
-Rescato que ellos tratan de que cada disco sea diferente, siempre hay una nueva búsqueda. Y el último álbum, Escalectric, es un giro bastante importante al pasarse a un formato eléctrico. Además es impensado, porque al menos yo nunca imaginé que lo iban a hacer. Se los veía muy cómodos y muy asentados en su sonido. Igual creo que van a seguir con el formato acústico, pero este último paso es un nuevo desafío, es explorar nuevas posibilidades en una agrupación que está en constante evolución.