La decisión del gobierno nacional, adelantada por el diario Clarín, de endurecer la política migratoria; la intención de cobrar peaje a los extranjeros en todos los pasos fronterizos de nuestro país; la iniciativa de crear una cárcel para migrantes en la Ciudad de Buenos Aires, anunciada días atrás; la propuesta del periodista Jorge Lanata para restringir el acceso a la universidad a los migrantes; y las declaraciones xenófobas del senador Pichetto (luego ratificadas por el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Claudio Avruj) son distintos elementos de un cuadro de situación que resulta muy preocupante. Tras más de una década en la que institucionalmente se transmitió un mensaje de integración y hermandad con los pueblos latinoamericanos, asistimos ahora a un intento de dar vuelta esa página y reponer un discurso que, recientemente, solo parecían sostener algunos sectores sociales muy específicos.
Esta situación obliga a preguntarnos por qué reaparecen ahora ideas de este tipo.
El rebrote xenófobo da cuenta, en primer lugar, de un componente ideológico siempre latente en nuestra sociedad. En todo tiempo existieron grupos que profesaron un rechazo visceral a los inmigrantes, que los identificaron como una amenaza contra su bienestar y sus costumbres, y que pretendieron cargar en ellos la responsabilidad de los males y las penurias por las que les tocaba atravesar. Pero ese componente no tiene la oportunidad ni se siente habilitado a manifestarse abiertamente en cualquier circunstancia histórica.
¿Por qué reaparece hoy? El ajuste brutal que está llevando a cabo el gobierno de Cambiemos precisa de chivos expiatorios para convalidarse. En ese marco, como la excusa de la «pesada herencia» va perdiendo fuerza, quieren hacernos creer que nos quedamos sin trabajo o que no llegamos a fin de mes por culpa de paraguayos, bolivianos o peruanos.
A su vez, no menos preocupante resulta la asociación que se propone entre migrantes y narcotráfico, que no solo es profundamente estigmatizante sino que permite legitimar el giro en la política de seguridad que pretende el macrismo. A pesar de estar vedada desde el regreso de la democracia, el gobierno está sembrando el terreno para permitir la participación de las Fuerzas Armadas en los asuntos de seguridad interior. Esta orientación nos situaría en la línea de los Estados Unidos y su agencia de control de drogas, la DEA; y también revela, generando escalofríos, el modo en el que prevén abordar la creciente conflictividad social derivada de las políticas de ajuste.
De modo que ni las expresiones que aquí referimos parecen ser el resultado de los impulsos descarriados de algunos individuos, ni las iniciativas que el gobierno ha adelantado en ese mismo sentido pueden entenderse aisladamente. Por el contrario, estamos en presencia de un incipiente rebrote xenófobo digitado desde el poder político y económico, que pretende situar en los migrantes (que representan menos del 5% de la población argentina) la responsabilidad por la situación cada vez más crítica que atraviesa nuestro país.
Pero no son los extranjeros. Es el modelo económico y las políticas de ajuste.
En ese marco, los deseos de hermandad con los pueblos de la Patria Grande y el resto del mundo no son solo parte de un posicionamiento ético, sino también de un proyecto político que pone en el centro los derechos y el bienestar de las personas, independientemente de su nacionalidad. «
* Presidente de la Comisión de Derechos Humanos, Garantías y Antidiscriminación de la Legislatura porteña.