En un distinguido hotel cercano al Jardín Botánico, Erri de Luca, sonriente y amabilísimo, se prepara para llegar a la Feria del Libro de Buenos Aires. Si bien hace calor en la habitación dedicada a las entrevistas de prensa, no abandona su chaleco de hilo.
Curiosamente, viene a presentar un libro que no fue publicado en Argentina: “La edad experimental”, co-escrito con Inés de la Fressange. Acaso el calor en el ambiente conduce la entrevista a partir de su novela “Las reglas del Mikado”, buscando un contraste: una trama en la que, en el frío nocturno de una montaña, se encuentran dos desconocidos.

“Es una novela sobre los extremos, también los extremos de la vida. Uno es un anciano aislado y la otra es una joven fugitiva. Lo que me interesaba de la figura femenina es que, al provenir del ambiente gitano, está desarraigándose por completo. No es un viaje cualquiera, una huída: es un desarraigo total. Nunca podrá volver a la comunidad después del daño, la ofensa grave que ha cometido al negarse a casarse por obligación. Por lo tanto, se desarraiga por completo”, dice el autor.

Y aclara: “Se trata del acercamiento entre estos dos extremos, y en un lugar que también es extremo. Empecé a escuchar este intercambio porque no tenía en mente cómo era el diálogo, la forma del diálogo. Pero sabía que empezaba así, con ella introduciéndose con fuerza en una noche helada, en la carpa de un desconocido. Como un agujero, como una intrusión.”
Erri de Luca
-Es una novela en la que sólo hay diálogos. ¿Cómo fue ese proceso de escritura?
-El diálogo es la fórmula en la cual el escritor no está presente, es como una negación del escritor. Como situarse al margen de la historia para escucharla. Escuchar el diálogo entre estas dos personas. Es una fórmula que me interesó hasta el final del proceso.
-¿Cómo llega ese diálogo a usted?
-Son personas y yo soy alguien que escucha sus voces. Soy alguien que redacta sus diálogos. Por lo tanto, la historia la cuentan ellos, estas personas, no yo, ni a través de mí.

-¿Entonces usted descodifica algún tipo de mensaje?
-Puedo decir que soy un visionario acústico. Oigo voces. Pero incluso fuera de esta fórmula de diálogo, oigo voces. Encuentro versiones muy personales de la forma de comportarse en la vida. No es una filosofía, no es una fórmula, no es un sistema. Son ejemplos. No se trata de influir, sólo de relatar, de contar. Sí aprovecho la cantidad de personas que he conocido. Algunas son variaciones de personas que he conocido, quizá variaciones mejoradas o, por el contrario, empeoradas.
-¿Se considera nostálgico?
-No, carezco por completo de ese sentimiento de nostalgia. Nunca lo he sentido. Pero si en las historias un lector como usted percibe nostalgia, entonces es un efecto que yo no busco.
-¿Cuál es el poder de la literatura?
Puedo decirlo como lector, no como escritor. Como escritor, no sé cuál es el efecto. Como lector, sí. Como lector, he podido ampliar mi percepción del mundo a través de la literatura. Saber qué piensan los demás, qué sienten los demás. Conocer lugares y ambientes que no conocía. Descubrir a través de palabras, de frases fulminantes, algunas verdades que ya estaban ante mis ojos, pero para las que no tenía las gafas adecuadas para verlas.
Además, la literatura o la lectura tienen un efecto milagroso para las personas que tienen una necesidad extrema de olvidar dónde se encuentran.

-En “Las reglas del Mikado” hay una frase que habla del sentido de la existencia, de las circunstancias que cambian la vida. ¿Escribe usted para comprender qué es la humanidad, qué es el ser humano?
-No puedo decir que lo entienda, pero registro la gran variedad de comportamientos humanos. Admiro la variedad con la que las personas reaccionan ante las circunstancias de la vida, la cantidad de posibilidades de reacción que hay dentro de cada persona. Por eso, solo pongo ejemplos, pequeños ejemplos en las historias que escribo.
Eso significa que el escritor tiene como función escribir lo mejor posible. Y así, ha cumplido su tarea. Pero si quiere hacer algo más, puede hacerlo. Hay un pasaje en el libro de los proverbios del Antiguo Testamento que dice así: «Abre tu boca por el mudo».
El mudo no es alguien que no tiene cuerdas vocales, sino alguien que grita y nadie le escucha. Entonces, abre tu boca por el grito no escuchado de ese. Creo que ese es el papel adicional que puede desempeñar alguien que juega con las palabras, como un escritor. Pero no es obligatorio. Es algo más que puede hacer. Un escritor puede ser encarcelado. Es un efecto secundario de su compromiso.
Pero las personas que no son conocidas, las personas desconocidas, que sufren injusticias, opresiones, luchan, pero nadie las escucha. Entonces, el escritor no puede ser su portavoz, porque ellos tienen voz, pero sí puede ser el amplificador de su voz, una herramienta, un instrumento de la voz de los demás.
-Su libro “gp” es una evocación de Nápoles, donde usted nació. ¿Cómo se vinculan la literatura y la recuperación de la memoria?
-Soy alguien que abandonó su lugar, que desertó por completo de la ciudad, la familia y el futuro que me habían organizado E incluso de mi clase social. Así que sé, en cierto modo, lo que le pasa a alguien que se exilia solo en una ciudad que, para mí, es definitiva. Si eres de Nápoles y eres napolitano, no te adaptas a ninguna otra ciudad. Eres un extranjero en todas partes.
-¿Los escritores son siempre, de alguna manera, extranjeros?
-Es su elección sufrir o elegir el exilio. Soy un escritor del siglo XX, donde muchos han sufrido el exilio, incluso el exilio dentro de su ciudad, de su nación.
-En el libro evoca a Maradona desde una perspectiva poética, ¿qué recuerda de aquello?
-Nunca fui al estadio a ver un partido. Siempre lo veía por televisión. Y lo que ocurrió con Maradona y Nápoles fue una adopción recíproca. Maradona adoptó a Nápoles. Y Nápoles adoptó a Maradona, pero eso ocurrió enseguida, antes del éxito, antes de los grandes resultados. Maradona reconoció ese llamado. Tenía su lugar.
-¿Cuál es el momento de mayor felicidad para Erri de Luca?
-Cuando escribo. No hay un momento concreto. Siempre soy feliz cuando escribo. Estoy muy concentrado cuando escribo. Puedo escribir en cualquier parte, incluso con ruido, con bullicio, porque me aíslo completamente. Tengo una gran capacidad de aislamiento, pero no dura mucho tiempo. Un cuarto de hora, dos, tres cuartos de hora de concentración, después tengo que dejarlo porque he agotado mi energía de felicidad en la escritura después de eso. Así que tengo que parar.
Pero siempre soy feliz cuando escribo, aunque con pequeños momentos de sorpresa, porque algunas palabras me hacen ver profundidades que no tenía. Creo que la mejor manera de hacerme compañía es escribir. No soy un escritor profesional. Pero no por rechazar la palabra o la figura del profesional. Sino porque, para cada nueva historia, soy como un principiante que nunca ha escrito un libro antes.
Todos los libros que he escrito antes no me ayudan a mejorar en lo que estoy haciendo. Por lo tanto, siempre estoy descubriendo algo que imagino que puedo llegar a hacer, pero no sé si seré capaz de hacerlo.
-Si bien no está editado en español, vino a presentar “La edad experimental”, su último libro. ¿Una reflexión sobre la vejez?
-Esta es la mejor época de mi vida. Pero porque es una época de descubrimientos. Descubrimientos físicos, en primer lugar, porque entreno para seguir escalando, evidentemente.
Entreno más, pero también leo más, juego conmigo mismo con juegos de cartas o acertijos. Y tengo la impresión de aprovechar el tiempo del día, no el tiempo en general, sino el tiempo del día de la mejor manera posible, sin desperdiciar nada. Hay una película de Éttore Scola que se llama “Maccheroni”. Trata sobre Nápoles. Hay un momento en el que los personajes, Marcello Mastroianni y Jack Lemmon, están paseando por la ciudad de Nápoles, a la orilla del mar.
Y en un momento dado, Marcello se detiene y le dice a Jack Lemmon: «Qué bonito es perder el tiempo. Es bonito perder el tiempo, ¿no?». Pero perder es exactamente lo contrario de desperdiciar. Es saborear lo más íntimamente posible. Así que ahora tengo la impresión de saber exactamente la diferencia entre perder y malgastar. Ya no malgasto mi tiempo. Tengo la impresión de perderlo, como en la frase de la película.