Hace más de 10 años que el platense Eric Schierloh se encontró, por fin, luego de leer un epigrama del mexicano Ulises Carrión, con su destino de editor artesanal y sudamericano.
El texto en cuestión reza: “En el arte viejo el escritor escribe textos, en el arte nuevo el escritor hace libros”. Y de eso, de la hechura en cada una de las instancias de producción y circulación de un libro, trata su Manual de edición artesanal reeditado por Alquimia y publicado, en principio, por Barba de Abejas, la editorial artesanal que el autor lleva adelante desde 2010.
Schierloh no se priva de nada. Escribe un manual con fotografías e ilustraciones, utiliza sistemáticamente las negritas para que lo importante no pase inadvertido, pero lejos de cualquier prosa acartonada, Schierloh escribe bien.
Su propósito es claro y fuertemente político: promover un proyecto de autogestión (y no de autoexplotación) que favorezca las condiciones para que la producción, publicación y distribución de un libro se ejecuten en una escala antes que industrial o independiente, artesanal.
El trabajo artesanal, sostiene Schierloh, exige un conocimiento vasto y diverso, articulado a las diversas instancias de la producción y la diseminación del ejemplar, desde la operación con las impresoras, la elección tipográfica, el gramaje del papel y la encuadernación, hasta el uso de las redes sociales. Así, el editor artesanal “se (re) apropia con el cuerpo de la instancia de producción y manufactura de las publicaciones que integran el catálogo del proyecto editorial”.
Prosigue Schierloh: “En el libro artesanal –las tecnologías de producción, centralmente de impresión y encuadernación a pequeña escala– así como las intervenciones editoriales de los ejemplares, son parte del trabajo con el texto y, por extensión, también del propio texto. En la edición artesanal, la producción, publicación y distribución devienen escritura”.
Más precisamente, escritura aumentada, como se titula otro de los libros de Schierloh, puesto que dialoga también con los procesos de la vida materiales de manufactura y las condiciones de circulación.
Eric Schierloh y la industria del libro
Esta forma de concebir la edición configura, a su vez, un espacio diferente al que genera, por supuesto, la industria del libro. Al ser la venta directa el modo más recurrente de comercialización, se tejen lazos directos entre el editor artesanal y el público lector, en puntos neurálgicos como, por ejemplo, las ferias independientes, que no cobran entrada al público y que establecen para las editoriales stands y ubicaciones que dependen del catálogo y no de la capacidad económica del emprendimiento.
Un trabajador de esta índole requiere una remuneración elemental que Schierloh llama, siguiendo a André Schiffrin, “modestos beneficios”. El fin de lucro es necesario para sustentar la vida económica del editor, desde luego, aunque no sea este, y aquí se juega otro de los criterios específicos de la propuesta (y que sirve, a su vez, para diferenciarse de lo hegemónico), su criterio imperante.
Es posible y deseable producir menos (menos y más concienzudamente); experimentar el tiempo al ritmo pausado del taller; poner el cuerpo al servicio de la impresión, el corte, la costura, la encuadernación.
Llevar a cabo un proyecto de esta naturaleza, asegura el autor, implica adherirse a una política de resistencia que se comprende también como persistencia. En este sentido, el autor cita a Ginevra Bompiani: “Seguir siendo lo que uno es, lo que se empezó por ser, lo que en nosotros quiso ser editor. La edición siempre fue una forma de resistencia”.
Encarnar como Schierloh (y como otros pocos, Carlos Ríos, por ejemplo, con su Oficina Perambulante) un modelo de publicación artesanal, lejos de un hobby o un capricho fetichista, encierra, ni más ni menos, la revolución de un solo hombre. Destinada, eso sí, a diseminarse, como toda buena idea, en la mente y el cuerpo de los otros.