En las narrativas clásicas y contemporáneas, las heroínas de las historias de amor románticas suelen ser impolutas o impuras, más tiernas o más duras, más conservadoras o más revolucionarias, vírgenes o sexualizadas, vulnerables o empoderadas, vengativas o misericordiosas, pero casi nunca albergan sentimientos de maldad sin ambages y mucho menos suelen ser envidiosas, que es una emoción reservada a las villanas. Si con la primera temporada de Envidiosa, con su rol de Victoria “Vicky” Mori, una mujer cuarentona y con algo de la “Susanita” de la historieta Mafalda, ciega de envidia y de celos ante lo que considera el éxito económico y/o sentimental de sus semejantes, Griselda Siciliani desafió esa prerrogativa nunca escrita del romanticismo, en la segunda temporada redobla la apuesta al centrarse más en las motivaciones y debilidades de la inefable Vicky.

Es decir, si la primera fase de esta comedia hacía mayor hincapié en las situaciones, la segunda etapa profundiza en el personaje principal y le otorga mayor hondura. Eso hace que se multipliquen esas excelentes y disfrutables secuencias que constituyen verdaderos tour de force de Vicky con su psicóloga Fernanda (Lorena Vega) y que se indague en los vínculos afectivos con su madre (contundente interpretación de Susana Pampin), con su hermana (Pilar Gamboa) y con el resto de sus amigas. Pero, sobre todo hace que Siciliani se encumbre como la protagonista absoluta de la ficción y descolle aún más que en la primera temporada, tanto en sus dotes de comediante como dramáticas. Porque, sin dudas, uno de los méritos principales de la ficción de Carolina Aguirre es que desnuda que, tras este  pecado capital se esconden grandes dosis de padecimiento y de fragilidad subjetiva de quienes lo experimentan.

El punto de partida de la nueva temporada es una Vicky que finalmente aceptó sus sentimientos de amor ante Matías (Esteban Lamothe), pero que –sin embargo– se resiste a la pasión y a la aventura en nombre de la comodidad y la seguridad burguesas –no exentas de tedio– que nuevamente le ofrece Daniel (Martín Garabal), su novio histórico. El personaje principal tendrá que recorrer un largo (pero que se hace corto), tortuoso y frecuentemente gracioso camino de once episodios para poder dar rienda suelta a sus sentimientos, superar sus imposibilidades y dejar (solo un poco) de lado la envidia, para finalmente arribar a ese destino definitivo o a ese final feliz para siempre que permiten las ficciones. De hecho, uno de los tópicos o lemas principales de esta segunda temporada es salirse de uno mismo, del egocentrismo y de las trabas sociales para poder encontrarse con el otro, tema que además cobra actualidad en el presente panorama social y político. En este sentido, hay una conmovedora revelación de Débora (la siempre brillante Marina Bellati), una de las amigas íntimas de Victoria, que guarda paralelismo con los aconteceres de Vicky y con la contemporaneidad local.

Entre otras novedades, los nuevos capítulos marcan el declive del protagonismo de Nicolás, el personaje interpretado por Benjamín Vicuña, tan central en la primera temporada, para dar lugar a una nueva asociación de mujeres unidas más por el amor que por el espanto. Son mujeres que resultaron heridas de sus relaciones amorosas o sexuales por Nicolás o en otros amores con otros varones y que emprenden un proyecto económico en común, pero que redunda en una comunidad afectiva de mujeres, una amistad femenina que tendría mucho que decir en términos de luchas feministas contra el patriarcado.

Sin embargo, merced a los sólidos guiones de Carolina Aguirre, también el amor romántico adquiere connotaciones liberadoras. En tiempos donde desde ciertos discursos que tienen mucho de neoliberal se insiste en la idea del sujeto solo y empoderado (discurso social que está produciendo que las personas estén cada vez más solas), la ficción apuesta a las posibilidades redentoras de la risa, el sexo y al amor compartidos y, sobre todo, del encuentro con el otro.

En definitiva, desafiando también otra de las afirmaciones clásicas de las ficciones respecto de que “segundas partes nunca fueron buenas”, esta segunda parte no pierde nada de su magia original, de su capacidad de diversión y le agrega el plus de intenciones más profundas. En Envidiosa, todo parece estar en su lugar, no falta ni sobra nada: guiones adecuados, timing, ritmo adictivo, construcción de personajes entrañables y reconocibles (a veces en pequeños trazos) interpretados por un elenco más que sólido, amenidad y una precisión en las escenas que parece de relojería. A eso se agrega la palpable y ardorosa química entre Siciliani y Lamothe, la pareja enamorada que precisa toda comedia romántica. Y, sobre todo, una Griselda Siciliani en estado de gracia, que sigue sorprendiendo con su ángel, desenfado, encanto y produce a la par, carcajadas y lágrimas en los espectadores en una actuación memorable y consagratoria que va in crescendo con el correr de los episodios. Esa conjunción y esa yuxtaposición de géneros –la ficción de streaming oscila entre la comedia y el melodrama– logra que, casi de manera imperceptible, imprevisiblemente, esa Vicky que, víctima de sus propios sentimientos de envidia, puede ser mala amiga, mala hija, mala hermana, mala novia, desate sentimientos de empatía y piedad en los espectadores (que una envidiosa produzca piedad es otro de los grandes méritos de la comedia) y las ganas de que, finalmente, arribe a un merecido final feliz. «

Envidiosa 2

Con Griselda Siciliani, Esteban Lamothe, Benjamín Vicuña, Pilar Gamboa, Violeta Urtizberea, Marina Bellati y Lorena Vega. Estreno: 5 de febrero. En Netflix.