“¡Jonny, Jonny, Jonny! ¡Olé, olé, olé, Jonny, Jonny!”, se escucha a eso de las nueve de la noche en el Complejo Art Media. Pechea sobre el escenario el neoyorquino Jonathan Pierce, cantante y líder de The Drums en el escenario. Parece un torero o un príncipe, que lidia con la vida   —abusos en su infancia, pobreza, depresión— y que supo salvarse una y otra vez a sí mismo. “¡I love you, Jonny!”, gritan desde el público y se le asoman las sonrisas.

“I know, you can’t fool me / But still I cave in, I gave you my heart”, canta de “What You Were”, el segundo tema de la noche con una mano caballeresca en la espalda y una armadura de lentejuelas doradas y azules: campera brillante hecha por alguna hada madrina. El cable del micrófono queda atrapado sensualmente entre sus dedos y el pop rápido. Se toca el corazón, ese que ha sufrido tanto. Está entero. Creemos ver a Morrissey por momentos, a Elvis o Sandro entre los gemidos, los tarareos, los agudos, el romanticismo en sus caderas. De este lado, nos faltan los  ramos de flores.

La sensación es de primavera en Chacarita. Una atmósfera de baile de graduación en una película yanki. Dan ganas de andar de la mano con otro. Indie rock, pop o post punk, las canciones de The Drums dicen que la vida tiene muchos momentos y todos están bien. Sólo hay que agarrar los pedazos y hacerse de nuevo. Celebran los procesos internos, gritan con ternura cosas difíciles de decir, difíciles de admitir y desnudan las capas y capas que forman el yo, a todos los otros que hay dentro de uno.

El público grita el estribillo de “Best Friend”, que es una carta a un amigo que murió a los 25 años (“And how I will survive?”), celebra que pasen los días sin extrañar a alguien que amó mucho con “Days” y sufre estar en el frío con la certeza de que nunca más verá a la persona que quiere con la balada “In the Cold”. El más bailado es “The Book of Revelation”, una canción que se enfrenta a la oposición cielo / infierno de la Biblia y sus prohibiciones  —Jonny fue criado en una familia protestante estricta y abusiva sin mucho amor para dar— y cierra la primera parte más pop del show con temas del disco debut de la banda y Portamento, el más aclamado de la banda. En 2022, The Drums celebraba sus diez años en el Teatro Vorterix, última vez que tocaron en Buenos Aires. La primera fue en 2015, en Groove.

Después de “Money”, el tema hit que resume las ganas de comprarle algo a alguien pero no tener plata para hacerlo —una necesidad que los argentinos conocen muy bien en el presente—, aparecen unos poquitos temas de Jonny, el último disco que la banda de la generación del indie rock  presenta esta noche y dejan para el final.

Todavía más hacia adentro que las anteriores, las canciones se hunden en los pasillos angostos de la psiquis y el compositor le canta a esa persona que está dentro suyo: a ese Jonny chiquito. “Little Jonny” es una balada íntima con la voz limpia. El público sólo lo acompaña con silencio y con la piel de gallina recibe muy bien el nuevo trabajo “casi solista”. Pierce demuestra no tenerle ningún miedo a la profundidad o a mostrarse tal cual es, con todas las oscuridades. Con lo difícil que es. “Me encantaría vivir en un mundo donde todos pudiéramos quitarnos la armadura. Te ves como un solo yo, pero ese yo está compuesto por todas estas partes más pequeñas”, dijo en entrevistas. La música de The Drums milita la autenticidad y la búsqueda de todos esos pedazos que nos habitan. Esos yoes de los que hablaba Rimbaud, el joven poeta francés: “Yo es otro”, escribió.

El cierre del show es “I want It all”, la más poguera hasta el momento y la más gritada. Una plegaria fuerte pero de voz dulce para que las mejores cosas nos sucedan, para jugársela hasta obtener lo que uno quiere, entero o a pedazos. Cierran todas las heridas en el Art Media y todo lo que nos falta nos deja en paz esta noche.